Aprender electricidad o fontanería para ganar autonomía y autoestima: “Te das cuenta de que sí que puedes”
En Zaragoza, Cruz Roja ha encontrado una forma sencilla de combatir la vulnerabilidad: enseñar a reparar lo que se rompe. En sus talleres de mantenimiento básico, las personas participantes no solo aprenden a cambiar un enchufe o arreglar una tubería, sino a recuperar una autonomía que creían perdida por su situación de extrema vulnerabilidad.
A Inmaculada Torres González le temblaban las manos la primera vez que sujetó un destornillador en clase, ya que, tal y como reconoce, “pensaba que no iba a poder, que tenía limitaciones”. “Creía que nunca iba a poder hacer nada por mí misma, que no iba a ser capaz ni de pintar una pared, pero sí que puedes. Te das cuenta de que sí puedes”, afirma.
En su caso, fue participante de la primera edición del curso de reparaciones básicas en el hogar que impulsa Cruz Roja Zaragoza dentro del proyecto ‘Prevención de la exclusión residencial’, destinado a familias que atraviesan situaciones de extrema vulnerabilidad.
En él aprenden desde electricidad o fontanería hasta carpintería o pintura, todo lo necesario para mantener sus casas en condiciones de habitabilidad dignas y sin depender de un presupuesto que no tienen.
“El otro día se me estropeó un interruptor y lo cambié yo sola gustosamente. He cambiado también la ducha”, cuenta Inmaculada, quien reconoce que antes le costaba “un dineral” llamar a un profesional pese a “no tener esa cantidad”.
Con su voz de orgullo de quien dicen que ahora sabe valerse por sí misma, también tiene tiempo para agradecer: “Destaco el compañerismo, tanto de los profesores como de los compañeros. Entre nosotros compartíamos todo. De ahí he sacado una amiga, por ejemplo. Es un abrazo para el día a día, saber que alguien está pasando por el mismo proceso”.
Un taller para aprender, acompañar y crear red
El curso nació, explica la trabajadora social Beatriz López, porque muchas personas necesitaban apoyo para mantener sus viviendas en condiciones dignas, pero no contaban con recursos ni conocimientos para hacerlo.
Durante las visitas a domicilio, el equipo detectó un patrón común formado por viviendas precarias y pequeños desperfectos que podían solucionarse si alguien enseñaba cómo hacerlo.
Así surgieron estos talleres, que se llevan a cabo en periodos de tres meses y con una sesión semanal de dos horas. En total, son veinte horas de formación práctica en la que un grupo de personas aprenden junto a voluntarios jubilados que, como Antonio Sales García, deciden poner su experiencia al servicio de los demás.
“Soy pensionista y tengo tiempo libre, así que me apunté enseguida”, cuenta Antonio, que fue electricista toda su vida y asume que “lo mejor es saber que estás dando todo tu conocimiento a personas que lo necesitan”.
Del mismo modo, reconoce que “son cosas elementales, como cambiar un enchufe o poner un interruptor, pero que, si buscan a un profesional, les cuesta dinero, y ahora lo pueden hacer ellos mismos”. “Se sienten muy contentos, y yo también”, agrega.
Pero no se trata solo de aprender a reparar, sino que sirven de acompañamiento, rutina y sociabilización. “Estos talleres les ayudan a sentirse parte de un grupo, a crear una red de apoyo para el día de mañana”, aclara Beatriz López.
El proyecto no exige requisitos previos y está dirigido a personas en situación de extrema vulnerabilidad, especialmente aquellas que no pueden acceder a formaciones del INAEM por su situación administrativa. De hecho, tal y como especifica Beatriz, no hace falta ser usuario de Cruz Roja para participar.
“Queríamos abrirlo a todos, tengan o no permiso de trabajo”, añade la trabajadora social que, aunque sostiene que el aula tiene sus limitaciones de espacio, “si hace falta se ponen más sillas porque cualquier persona es bienvenida”.
Dar lo que sabes y recibir mucho más
Antonio, que comparte las clases con su compañero voluntario Andrés, asegura que enseñar también le ha cambiado a nivel personal porque “te sientes muy lleno de lo que estás haciendo”.
“Son aprendizajes que estás pasando a personas que los necesitan. Cuando terminas, todos te dan las gracias, pero lo más importante es sentir que ha sido necesario para ellos”, confiesa.
En cada clase, antes de empezar, preguntan si alguien tiene dudas de la sesión anterior y, cuando no queda nada por aclarar, se empieza a explicar la lección de ese día. Para ello, se basan en los carteles con las herramientas dibujadas que tienen en la pared, donde cada uno escribe cómo se dice en sus países de origen y se comparte “algo muy emocionante”.
El compañerismo, más allá de quedarse entre los alumnos, también se contagia en el resto del equipo. “Para mí, como trabajadora social, ha sido precioso ver cómo Antonio y Andrés dan su tiempo libre con tanta generosidad”, dice Beatriz, quien valora el trabajo de los voluntarios porque “las personas no solo adquieren habilidades, sino confianza”.
Las clases se han convertido en un espacio donde la práctica se mezcla con la emoción. “Igual crees que no vas a poder hacerlo, te quitas el miedo y luego llegas a tu casa y lo haces”, resume López Abad.
Además de enseñar electricidad, fontanería o carpintería, el curso ofrece algo que ningún manual explica: el empoderamiento. Saber arreglar una cisterna o pintar una pared puede parecer algo simple, pero para quienes no han tenido nunca esa oportunidad, es un gesto de independencia.
“Este curso ha sido un punto de partida”, afirma Inmaculada, quien quiere seguir aprendiendo y seguir sintiéndose capaz de hacer “todo lo que se ponga por delante”.
Cruz Roja ya ha celebrado dos ediciones y la tercera comenzó el 24 de septiembre, con la previsión de continuar. “Poco a poco estamos creando nuestro propio almacén de herramientas gracias a donaciones. Queremos seguir, también escuchando lo que necesitan porque son ellos los que saben lo que quieren”, explica la trabajadora social.
En cada tornillo que aprieta, en cada brocha que se mueve y en cada broca que coloca hay más que una reparación. El taller de Cruz Roja en Zaragoza no solo enseña a arreglar una casa, sino a sostenerla. Y, sobre todo, enseña a mirar lo que se rompe con la certeza de que se puede volver a recomponer con orgullo, emoción, empoderamiento y confianza en uno mismo.
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