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Cucaracha, el bandolero de Los Monegros, cuelga el trabuco siglo y medio después

Los Titiriteros de Binéfar han bajado el telón de “El bandido Cucaracha” después de 303 representaciones a lo largo de 29 años

Eduardo Bayona

El telón ha caído para El Bandido Cucaracha. Los Titiriteros de Binéfar han puesto fin a las representaciones de la epopeya del bandolero monegrino 29 años después de recuperar esta figura fundamental de la historia de Aragón.

Cucaracha era en apodo con el que era conocido Mariano Gavín Suñén, un bandolero aragonés cuya figura recuperó el movimiento libertario en las primeras décadas del siglo pasado y con el que la veterana compañía literana, afincada en Abizanda y cuyo trabajo ha resultado fundamental para recuperar y popularizar su historia, inició las representaciones de títeres para adultos.

Los Titiriteros reciben la semana que viene en Huesca la medalla al Mérito Profesional del Gobierno de Aragón “por su dilatada trayectoria de 40 años representando a nuestra Comunidad como uno de los principales referentes de las artes escénicas y como transmisor incansable de las tradiciones de las mismas”. “Ha hecho del títere un elemento destacado” de las artes escénicas, añade el comunicado en el que el Ejecutivo autonómico anunciaba la decisión.

“Con ‘El bandido Cucaracha’ descubrimos que lo que hacíamos con títeres atraía a los adultos, y que servía para reivindicar cosas de la tierra”, explica Paco Paricio, fundador junto con su esposa Pilar Amorós (ambos exmaestros) de la compañía, que ahora celebra su cuadragésimo aniversario.

“Cucaracha fue uno de los últimos bandoleros, lo mataron en 1875, y eso refleja un poco el atraso de Aragón, donde llegó con retraso hasta la implantación de la Guardia Civil”, anota.

Un rastreo por la tradición oral

Paricio y Amorós llegaron a Cucaracha gracias a la tradición oral. “Mi abuelo, que había participado en el movimiento libertario y en las colectivizaciones de los años 30, me contaba su historia cuando yo era un niño”, explica Paricio. Años después, tras recuperar una de las pocas semblanzas existentes del bandolero, ‘El bandido que murió de una vez“, realizada por Felipe Aláiz, compañero del escritor Ramón J. Sender y del pedagogo y activista cultural Ramón Acín, y de recorrer los Monegros recopilando testimonios ”para recuperar el mito“, pusieron en marcha la obra.

“Cada episodio lo contamos con una técnica diferente, una con marionetas de hilo, otra con títeres de mesa, otra con muñecos de guante”, bebiendo de fuentes como el dramaturgo Bertolt Brecht y de escritores románticos como el alemán Friedrich Schiller (autor de “Guillermo Tell”), explica el titiritero. “El teatro de títeres tiene una rebeldía intrínseca, con escenas clásicas y tradicionales como esas en las que el títere por antonomasia, o sea Polichinela, acude con la estaca al juez y al guardia”, señala Paricio, que considera “un acierto llevar la vida del bandido a ese teatro”.

“Ahí vimos que lo importante es la historia, más que cómo la cuentas, y nos ayudó también a darnos cuenta de que el títere no ha sido nunca solo para los niños sino también para los adultos”, afirma. También fue la obra con la que construyeron su carromato, con el que recuperaron en Aragón la tradición de los artistas itinerantes que viajaban de pueblo en pueblo, y, al mismo tiempo, supuso la profesionalización de la compañía, con la colaboración de La Orquestina del Fabirol para elaborar la partitura y la participación de diseñadores en la elaboración de los muñecos y de modistas en la caracterización y el vestuario.

El propio personaje puso de su parte en el éxito de la representación a lo largo de casi tres décadas, en las que Los Titiriteros han subido al escenario en 303 ocasiones con Cucaracha: 235 entre el 7 de mayo del1989 y el 1 de septiembre de 1995; y 68 entre su reestreno –el 21 de abril de 2011– y la bajada del telón el pasado 30 de marzo.

Un mito romántico recuperado por el movimiento libertario

Mariano Gavín, nacido en Alcubierre en 1838 y muerto en Lanaja el 28 de febrero de 1875 en un tiroteo con la Guardia Civil, de la que llevaba años escabulléndose, junto con algunos de sus compañeros de partida, como José Berna, ‘el Herrero de Osso’; Melchor Colomer, ‘el molinero de Belver’; Antonio Lampériz, ‘el cerrudo’, y José Solanilla, ‘el Guarnicionero de Alcolea’. “Oficio desconocido”, se lee en su partida de defunción.

“Llenamos en las tres últimas representaciones, en Abizanda. Vino gente de varias zonas de Aragón, y eso demuestra que la historia de Cucaracha sigue vigente”, señala. La retirada, en cualquier caso, no va a ser total, ya que la escena en la que el bandido da dinero para que compre trigo a un muchacho cuya familia temía ser robada por su banda será incorporada al espectáculo “En la boca del lobo”, en el que se entremezclan personajes de la cultura popular como la bruja, el gigante, el lobo, el duende, el gato y, también, el bandido. Otras, como la del “desorejao”, en la que le corta las orejas a un infiltrado que intentó asesinarle, se acabaron al bajar el último telón.

El mito dibuja a Gavín, cuyos dominios se extendían por el amplio triángulo estepario que tiene sus vértices en Alcubierre, Perdiguera y Castejón de Monegros, como un ‘Robin Hood’ monegrino, que robaba a los ricos para dar a los pobres. “El mito del bandido bueno es un clásico del romanticismo, y en el caso de Cucaracha son los libertarios quienes recuperan la figura –explica-, cuya rebeldía supone una vía de escape en una tierra pobre y en la que mucha gente tenía una mala situación económica y social”.

Pese al éxito de la despedida de Cucaracha, Paricio considera que “el teatro militante molesta hoy”. Aunque “quien huye de él no es tanto el público sino los programadores”.

Una de las últimas representaciones de “El bandido Cucaracha”, de hecho, tuvo relación con esa militancia, ya que fue una de las obras con la que fueron homenajeados en Barcelona los miembros del grupo “Títeres desde abajo”, Alfonso Lázaro y Raúl García, dos artistas de CNT que pasaron varios días en prisión al estimar un juez de la Audiencia Nacional que su versión de “La bruja y don Cristóbal” enaltecía el terrorismo, delito que se reveló inexistente. “Fui a representar parte de la vida del bandido y expliqué que mi abuelo era también de CNT en la plaza Urquinaona de Barcelona”, recuerda Paricio.

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