Paco Paricio: “Durante el confinamiento actuar era una necesidad absoluta, teníamos la adrenalina contenida”
Miles de niños de todo del mundo comenzaron cada mañana de la etapa más dura del confinamiento disfrutando de un espectáculo de teatro y de títeres gracias a una pequeña compañía de un municipio de menos de 10.000 habitantes de la provincia de Huesca. Los Titiriteros de Binéfar han reabierto su Casa de los Títeres de Abizanda y están empezando a recibir todo el cariño que se ganaron durante lo peor de la pandemia. El fundador y director de Los Titiriteros, Paco Paricio (Barcelona, 1955), ha redescubierto que la vida siempre nos sorprende.
¿Cómo ha sido diseñar una programación para este verano en la Casa de los Títeres, después de una experiencia tan especial como las actuaciones durante el confinamiento?
La Casa de los Títeres es un proyecto muy especial. Estoy ya en edad de jubilación y no me jubilo porque preparamos esa especie de retiro de verano, esa hermosura. Habíamos visto teatros por ejemplo en Seatle, en Suiza, incluso en Taiwan... y quisimos en nuestra tierra hacer algo así: un teatro en la naturaleza. La Casa de los Títeres tiene un museo, un teatro y la Casa de los artistas. Como hemos puesto ahí mucho interés, mucha energía y mucha creatividad, aunque las condiciones son difíciles, complejas e inciertas, nos parecía que era el mejor lugar para echar a andar. En La Casa de los Títeres, entre dos de las casas, tenemos una era y nos parecía que estar al aire libre era buena idea. Y el espectador, además de asistir a un espectáculo de títeres, puede estar en el museo, ver los títeres... Es una buena forma de arrancar, porque creo que la naturaleza da seguridad, el estar al aire libre. A pesar de que a La Casa de los títeres todos los veranos vienen compañías de España, incluso de todo el mundo, esta vez lo hemos hecho nosotros por ese tirón que nos dio hacer las funciones durante la pandemia.
Entonces, ¿este verano todas las funciones de La Casa de los Títeres serán de Los Titiriteros de Binéfar?
En julio, sí. Son cuatro espectáculos, uno por fin de semana: “Maricastaña”, “Antón Retaco”, “En la boca del lobo” y “No nos moverán”. Son espectáculos que incluyen los marchamos clásicos de la compañía: música en vivo, muchas veces tradicional, usando a veces juguetes como títeres, mucho títere, mucho objeto… Esto nos acerca mucho al imaginario infantil porque usamos títeres, pero también juguetes que a través de la dramaturgia convertimos en personajes. Pensamos que teníamos que empezar por esa fórmula tan nuestra.
¿Están notando más reservas o más llamadas de público que les ha conocido durante esta experiencia o que, aunque les conocieran, quieren agradecer esas actuaciones acudiendo a Abizanda?
Me dijo Eva el primer día que absolutamente todas las personas que habían venido le habían hablado de lo que hicimos en el confinamiento. En la primera función había gente que había venido de lejos: de Ayerbe, de Alcañiz, que son dos horas de viaje… porque decían que les habíamos resultado muy útiles y querían expresar la gratitud de esta forma. Absolutamente todas las personas. Siguiendo ese paralelismo o esa consecuencia de lo que hicimos, ahora explicamos los trucos. Nos dimos cuenta durante la pandemia de que, en contra de lo que pudiera parecer, además del espectáculo y del cuento, lo que más interesa a los chavales son los trucos. Estaban pendientes y vimos que la audiencia subía en el último momento. Entonces, eso lo hemos mantenido. Los niños preguntaban cosas de cómo hacíamos eso y aquello. Es algo que nos ha quedado: en las funciones de los titiriteros que hagamos este verano, especialmente las de La Casa de los Títeres, al final explicaremos los trucos (Ríe). Me estoy acordando de que cuando con Franco hacíamos cinefórum y teatro fórum. Volvemos al teatro fórum donde se comentaban los espectáculos, pero con niños, resolviendo lo que les interesa. A veces, preguntan trucos y otras veces, preguntan cosas que, de puro simple, son una complejidad de la dramaturgia.
¿Tenían ganas ustedes también de volver a actuar delante del público?
Sí. A veces, se pone en valor lo que hemos hecho los artistas durante la pandemia, lo tiene. Pero no se puede obviar que nosotros teníamos ganas de actuar. Los Titiriteros de Binéfar, en los últimos veinte años, hacíamos más de 200 funciones al año. Es verdad que somos doce personas, que no actuamos todos en todas las funciones, pero actuamos quince o veinte funciones cada mes. Entonces, estar tres o cuatro meses sin hacer nada... Era una necesidad absoluta, teníamos la adrenalina contenida. Hacer una función son muchas cosas: no sólo es la función; es el viaje, es el montaje, es el encuentro con los compañeros, el espectáculo está vivo, que no es como el cine, no lo reproducimos siempre exactamente igual, nombramos el pueblo de al lado, el pueblo donde estamos… Teníamos muchas ganas, teníamos mono. El público no sólo es que estén ahí, con las risas, los aplausos y el aliento. Además, se crea una necesidad en el propio artista de actuar, de recibir del público, encontrarse con el público, el espectáculo evoluciona… suceden más cosas que el ganarse el pan con el sudor de su frente. Todo eso te acaba construyendo como artista y como persona. Es como la adrenalina del deportista. Es una forma de conocer las ciudades, de conocer la sociedad, que pasa por la función, por esos bolos. Había una necesidad muy grande y, en ese sentido, como salían muy con cuentagotas las funciones, decidimos aprovechar La Casa de los Títeres para hacerlas.
De todas formas, ¿se imaginaban que iban a ser tantos días cuando prometieron al principio ofrecer espectáculos diarios hasta que los niños; pudieran salir de casa?
No. Contábamos con que iban a ser quince o veinte días, pero tantos no. Creo que hicimos 39. Al estar en la compañía Eva, mi hija; también con Pilar, que ahora está menos activa como titiritera por su madre y por algún achaque que tenemos ya, pero repartimos quién hacía cada día. Eva incluso implicó a su hijo, a Aníbal. Marta también hizo alguna función. Pilar se animó a hacer alguna conmigo. A mí me sirvió para inventar: creé algo con cartones, muy casero, para hacer lo del gallo Kiriko, trabajamos poesías que no son específicamente para niños de Juan Ramón Jiménez, hice una improvisación con greguerías de Gómez de la Serna... también me sirvió para experimentar, para ver otro tipo de lenguajes. Lo que tratamos de mantener fue que todo fuera en vivo, que no hubiera música grabada, que no hubiera proyecciones o efectos electrónicos sino lo que nosotros consideramos la verdad del teatro, que es el actor, con su voz, con su gesto, con su entonación. Eso, y el objeto, que es el títere, que te ayuda a contar historias. Al final me sentía muy creativo, hubiera seguido más tiempo, pero también vi que no era teatro lo que estábamos haciendo. Era un teatro a través de redes, pero no me quería viciar, porque el teatro de verdad es con público de verdad, eso era sólo un sucedáneo. Aun así, yo hubiera seguido.
Además de ese interés por descubrir los trucos, ¿qué han aprendido de esa experiencia?
Sobre todo, quizá porque estoy ya en edad de jubilación, cumplí los 65 años curiosamente durante la pandemia, estoy tramitando seguir en activo; he aprendido que la vida siempre te sorprende. La propia compañía quizá ha aprendido que la generosidad que tuvimos y ese compromiso con el público tiene formas de manifestarse que no sospechas. Que la vida te sorprende y que hay que estar siempre abierto a soluciones que no sabes por dónde van a venir. Es esa capacidad de adaptación del titiritero, del oficio, que el público es lo primero. Estos días he reflexionado sobre que hay un mediador, que es el programador, el técnico de cultura y, a veces, sin darnos cuenta, pensamos en que hay que convencer al técnico. Es verdad, que es el mediador y es necesario, pero a veces perdemos de vista al público y realmente el público es lo que nos aguanta, nos sustenta; es lo que nos hace crear e imaginar. Al principio del confinamiento me costaba imaginar el público, pero, mirando en el teléfono quién estaba al otro lado, empecé a hacer la lectura de ver los corazones que volaban, los comentarios... y después de la función, necesitaba pararme a verla, los comentarios, a hacer una especie de análisis y me ponía retos. Hice algunas reflexiones en mi Facebook personal, les llamaba “Teoría y práctica del teatro de títeres”. Sí, he aprendido mucho. Creo que la importancia relativa del mediador cultural y la necesidad de que, si hacemos teatro, no se trata tanto de reproducir lo que se ha hecho, ni de ser un artista imaginativo, sino de recibir lo que está pasando en la sociedad. Eso hay que procesarlo y convertirlo en teatro. Esa función social del arte, en mi caso, es lo que he descubierto y lo que me está haciendo todavía hoy pensar en cuál es la función del arte y cuál es la función del artista.
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