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“Ningún hombre va a ceder sus privilegios altruistamente”

Pilar Vicente de Foronda.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

Forma parte de una asociación que pelea por conseguir más presencia pública de las mujeres artistas no puede dejar pasar una oportunidad. Por eso, cuando llamamos a Pilar Vicente de Foronda (Pontevedra, 1961), nos sugiere que entrevistemos a todas las conferenciantes que están participando en el ciclo “Ni ellas musas, ni ellos genios”, que Clásicas y Modernas ha organizado en CaixaForum Zaragoza. Todo llegará.

¿Con qué objetivo nació Clásicas y Modernas?Clásicas y Modernas?  

La asociación surge en el año 2009 porque, al hilo de la Ley de Igualdad, se habían creado varias asociaciones corporativistas de mujeres en las artes visuales, en el cine... pero hacía falta una más generalista de mujeres en la cultura. El objetivo es perseguir el cumplimiento del artículo 26 de la Ley de Igualdad, que pide una representación paritaria en los lugares de la cultura en los que participan las administraciones públicas. Se incumple metódicamente.  

¿Estamos aún muy lejos de esa paridad?  

Sí, las cifras son un escándalo y revelan un déficit democrático; hay que trabajar mucho todavía para aproximarnos como mínimo a un 40-60. En ARCO, por ejemplo, solo hubo un 4 % de artistas mujeres españolas, aunque hubiera un 25 % de mujeres en total. La pregunta sería: si no estás en la feria comercial por excelencia, ¿de qué puede vivir una mujer artista visual?

¿Por qué cuesta todavía tanto que las mujeres construyan los relatos?  

Porque el mundo de la cultura, del teatro, del cine... es el dueño del imaginario, de lo simbólico. Ahí es donde el patriarcado tiene mucho que perder, si conseguimos que ese imaginario cambie. Hasta ahora, la historia siempre ha sido masculina y universal; es la estructura más profunda del patriarcado. Si lo único que se cuenta son las historias de las grandes gestas, las grandes batallas, de la épica masculina... y no se cuentan las historias de las que nos encargamos las mujeres, que son las historias de la cotidianeidad, se está excluyendo una parte muy importante del relato. Si todas las historias que están viendo los chicos en el cine son de señores que se dedican a destruir el mundo durante toda la película, no estamos camino de una sociedad más igualitaria. Y la gente que crece en esa cultura no va a tener capacidad de sobreponerse para hacer una sociedad más igualitaria cuando les llegue el turno de gobernar.   

¿Hay un interés, entonces, por no dejar entrar historias femeninas al imaginario?  

No hay una intención, no es algo que se haga a posta. Muchas veces, cuando presentamos los informes de desigualdad, las personas responsables de las instituciones, que en muchos casos son varones, se escandalizan y dicen que nunca lo habrían pensado. Ahora es la primera vez que se está hablando de igualdad en la representación de la cultura, de creadoras y de pensadoras. Hasta ahora, había habido otras conquistas por la igualdad en derechos legales y universales. Es muy difícil incorporar esta reivindicación al pensamiento colectivo, lo estamos haciendo poco a poco.   

¿Cuales son esas cifras que llaman más la atención sobre la desigualdad en la cultura?  

En cualquiera de los ámbitos de la cultura, las cifras son de escándalo cuando las miras con lupa. En la programación del Teatro Real de la temporada 2008-2009, la participación femenina no llegó al 0'5 %. En cine, aunque las cifras hayan mejorado algo, entre 1999 y 2008, solo un 6'6 % de las películas estrenadas en España habían sido dirigidas por mujeres. Y entre 2000 y 2006, solo el 15 % de los guiones eran de mujeres guionistas y solo el 20 % habían sido producidas por empresas productoras que tuvieran al frente a una mujer. El estudio Mujeres y cultura. Políticas de igualdad también muestra muy claro cómo las mujeres ocupan de manera mayoritaria la estructura baja de los organismos de cultura, es decir, ocupan el espacio de las becas, de los trabajos temporales, de mantenimiento, de los cuidados; mientras que en los cargos directivos hay hombres.

¿Ocurre lo mismo en otros países europeos?  

Sí, en una asociación de escritoras norteamericanas tienen cifras muy parecidas y en un estudio sobre cine europeos de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), también. Es un problema global, el patriarcado es universal. Según con quién nos comparemos, incluso en España estamos en algunas situaciones de privilegio. Por ejemplo, en política, es la primera vez que casi rozamos el 40 % de mujeres en el Congreso; tenemos ahora un 39'7 %. Es uno de los espacios de lo público que las mujeres hemos ido ocupando poco a poco, aunque todavía nos quede mucho por hacer. En la esfera de la cultura, la resistencia se debe, como digo, a que la cultura es la poseedora de lo simbólico. Como explica muy bien Kate Millet en Política sexual, es en la cultura donde realmente puedes combatir la violencia y es en la cultura donde puedes combatir la representación del imaginario.   

Siguiendo con la comparación con el ámbito de la política que usted ha hecho, ¿se deberían aplicar también cuotas al mundo de la cultura?  

La ley de igualdad las exige; es una ley orgánica que obliga a aquellos que trabajan con las administraciones públicas, a quienes reciban dinero de lo público. Lo que ocurre es que nadie está haciendo acciones positivas como marca la ley para alcanzar esa paridad y esas acciones son necesarias. En política, ¿qué eran las listas cremallera? Una acción positiva. Nadie va a ceder sus privilegios altruistamente; ningún hombre va a decir que no recoge su Premio Nacional de Artes Plásticas porque, claro, se lo han concedido a él. Evidentemente, tiene que ser que la administración quien llegue al convencimiento de que, en estos momentos, hay que dar más premios a las mujeres que a los hombres para resolver una situación de déficit democrático muy importante.

Una acción positiva sería dar a conocer el trabajo de las mujeres en la historia. ¿Habéis organizado en el Caixa Forum Zaragoza el ciclo de conferencias Ni ellas musas, ni ellos genios en esa línea?Ni ellas musas, ni ellos genios

Claro, la recuperación de la genealogía es muy, muy importante. Porque si no sabemos qué han hecho las mujeres anteriores a nosotras, las creadoras y las pensadoras no podremos construir nuestro pensamiento sobre el pensamiento de ellas, que es lo que han hecho siempre los hombres: el pensamiento de la historia de la filosofía está contado en masculino sobre el pensamiento de los filósofos anteriores. En España, hay muchísimas filósofas con un nivel de pensamiento muy alto a las que prácticamente nunca se nombra, como María Zambrano. La incorporación de mujeres como Simone de Beauvoir, Harriet Taylor o muchas otras, es muy importante; no solo al imaginario, sino a los libros de texto.  

En el ciclo, planteáis analizar los casos de varias parejas de artistas en las que, para el gran público, solo él se ha convertido en una persona célebre...

Intentamos equilibrar y corregir ese defecto que ha sido construido por un patriarcado tan androcéntrico. El pensamiento de Jean Paul Sastre se construyó a la par que el de Simone de Beauvoir. El propio Stuart Mill señala que él pudo escribir Sobre la libertad y El sometimiento de las mujeres gracias al pensamiento de Harriet Taylor. Y el escultor Rodin no tendría su corpus de obra si no hubiera aparecido en su vida el huracán creativo que era Camille Claudel, que incorpora la emocionalidad al mundo de la escultura. Y tenemos también casos escandalosos como el de María Lejárraga, porque Gregorio Martínez Sierra firmó como propia toda la obra que creaba ella.

Nos habla de mujeres a la sombra de sus parejas, ¿qué le parece más preocupante: esa figura de musa o que la mujer sea ninguneada?  

La figura de musa nos hace muchísimo daño. Nos perjudica porque es la objetualización del cuerpo de las mujeres: nos convierte en una cosa que está al servicio del pensamiento y la intelectualidad de ellos. Desde ese prisma, la mujer solo es un ser espiritual que no hace nada en su día a día a cambio de que él pueda construir su obra genial, su genialidad. Lo que intentamos plantear es que ellos no eran tan genios como se nos ha vendido y que nosotras no solo no somos musas, sino que no queremos serlo. Siendo musas perdemos nuestro pensamiento, se nos quita nuestra capacidad de emoción, de creación y de ser sujetos, porque nos objetualiza.   

Ni siquiera tenemos una palabra para las “musas” que sean hombres  

El “muso” no existe, igual que no existe la “genia” en el diccionario de la Real Academia. Genios son ellos; nosotras, musas. Cuando nosotras queremos ser genios, automáticamente pasamos a ser locas. Y en muchos casos se nos ingresaba en psiquiátricos donde se nos sometía a un maltrato feroz.

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