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Cuando el parto acaba en la Inclusa: dos siglos de maternidad en Zaragoza

Habitación de la Maternidad de Zaragoza

Madalina Panti

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Una noche de agosto, Amparo se despertó con contracciones. El sereno de su barrio la acompañó a la Maternidad de Zaragoza, nada nuevo para él, que ya había tenido que ir al hospital con más de una mujer embarazada. Amparo recordaba haberse dormido en el pasillo, esperando que la atendieran y despertar en una habitación luminosa, al palparse la tripa se dio cuenta de que ya no estaba. “Pregunté a gritos, entre sollozos, qué había pasado, dónde estaba, porque no tenía mi vientre el mismo tamaño de ayer. [La enfermera] Me hizo sentar nuevamente en la cama y me explicó con buenas formas que no me tenía que asustar. Que todo había ido muy bien. El parto había sido normal, ¿qué parto? Le pregunté, ¿el mío? Y entonces, ¿dónde está mi hijo? Se hizo un silencio. Tras unos segundos, me miró muy seria y me confirmó: tu hijo no ha podido resistir el parto y ha muerto”.

Amparo, al igual que otros nombres como Matilde o Carmen, aparecen en el libro como personajes ficticios para salvaguardar su intimidad pero se basan en hechos reales vividos por diversas mujeres en la Maternidad de Zaragoza. Todas ellas tuvieron como lugar de encuentro los pasillos de la Maternidad o la Inclusa Provincial durante los siglos XIX y XX. Sus vivencias se recogen en el libro ‘Madres e hijos’ de Alicia Sánchez Lecha que deja el tecnicismo para humanizar los diversos motivos por los que ingresaban allí o por los que abandonaron a sus bebés.“Con algunas historias te puedes poner en la piel de esas personas. Hay mucha gente que dice «yo no sé por qué mi madre me ha abandonado» y así pueden llegar a entender cómo se sintió su madre en esa situación y humanizar y dar respuesta a traumas o situaciones difíciles”, cuenta la autora.

Las madres

Las mujeres que acudían a la Maternidad de Zaragoza estaban divididas en dos grandes grupos, algunas de ellas casadas con total aceptación social y familiar que acudían a parir, se podían ver con otras compañeras o recibir visitas. Sus ingresos se daban con datos personales y familiares y sus hijos también eran conocidos y vinculados a ellas, se cuenta en el libro. 

Con menos suerte, por razones sociales o familiares, acudían mujeres que ya sabían que ingresarían a sus hijos en la Inclusa Provincial porque eran jóvenes que no tenían recursos para mantenerlos o parejas que no estaban regularizadas porque no existió la Ley de Divorcio hasta 1981. “En muchos casos eran separadas definitivamente de sus hijos nada más nacer, muchas ni tan siquiera llegaban a verlos y otras en cambio se quedaban en la Maternidad después de dar a luz, como forma de pago, ayudando en las tareas diarias de la casa. Además de las tareas domésticas, también amamantaban a niños de la Inclusa, entre ellos seguramente también a su propio hijo”. Sánchez relata en el libro como muchas intentaban llevarse a sus hijos con ellas, “pero el rechazo que experimentaban en su entorno familiar y social y las diferentes etapas políticas por las que atravesó nuestro país en los dos últimos siglos, les hacía imposible”.

Este fue el caso de Matilde, a la que ingresaron a los seis meses de embarazo. Al ser menor su familia decidió sobre su parto. “Tras el nacimiento, separaron inmediatamente a la madre de su hijo. Desfallecida solo reconoció el momento de la salida apresurada de una enfermera del paritorio con su niño. Nadie quiso ver a la criatura, ni saber si era niño o niña. Nadie tuvo piedad. Dos semanas después del parto fueron a recoger a Matilde, una noche de madrugada. Estaba muy pálida y abatida. Cabizbaja, atravesó el portón de la calle de la Maternidad con una pequeña maleta. Apenas pronunció una palabra”, narra la archivera. 

Más de 30 años de investigación ejemplifican las historias que acogen estos edificios, encargados de atender partos, acoger, criar y educar a niños abandonados, huérfanos o con padres incapacitados. “Puede ser un libro para profesionales, pero lo que quería era que estuviera dirigido a las personas o a sus familias, que fuera comprensible y que aportara datos de los archivos”, explica la autora.  

Los hijos e hijas

El centro de Maternidad siempre estuvo ligado a la Inclusa provincial. Si un niño nacía en Zaragoza, o bien podía ser abandonado en las calles de la ciudad, o en el mejor de los casos, ser llevado a la Inclusa. La situación de los niños que nacían en los pueblos aún era más dura, pues el viaje era muy arduo y, en muchos casos, fallecían por el camino. “La única posibilidad menos adversa era que alguien se los quisiera quedar en alguno de los pueblos cuando iban de camino a Zaragoza. Pero no había ningún sistema de control administrativo que garantizara, aunque fuera mínimamente el bienestar de los niños cuando se quedaban en alguna familia, no existía ningún tipo de control sobre las personas que querían quedárselos, ni sobre el trato o condiciones en las que iban a vivir a partir de ese momento”. El índice de mortalidad era elevado en estos casos debido a la higiene o grandes deficiencias en materia asistencial. 

Si, por el contrario, habían nacido en la institución, como el hijo de Matilde, el bebé ingresaba en la Inclusa nada más nacer, durante las siguientes horas al nacimiento. Además se incluyen familias que por su situación económica se veían obligados a abandonarlos y luego cuando mejoraba su condición, los volvían a recoger. 

En sus siete apartados, el libro responde las dudas sobre el lugar y las condiciones de los partos, la imposición de nombres, los traslados al Hogar Infantil de Calatayud una vez superaban los 20 meses o las condiciones de adopción. Algunos niños no fueron dados en lactancia, prohijamiento o adopción, sino que hicieron todo el itinerario de uno a otro de los establecimientos desde su nacimiento hasta su mayoría de edad. “Un niño podía nacer e ingresar en la Inclusa Provincial y salir definitivamente tras su mayoría de edad, del Hogar Pignatelli, pasado por el Hogar Infantil de Calatayud”. Martín nació y vivió solo durante toda su infancia y juventud.  Fue acogido por una pareja pero finalmente por problemas de sustento fue devuelto a la Inclusa. 

Estos edificios también tienen su espacio en imágenes con planos de las diversas plantas que puede ayudar a ubicar a la gente y facilitar el recuerdo. Además, también se ha creado un documento audiovisual inspirado en el texto y locutado por Marta Horno que pasea por los edificios donde se prestaban los servicios que desprenden emociones y sentimientos contados por madres que dieron allí a luz. 

Humanizar los documentos

Alicia Sánchez comenzó a trabajar en estos documentos a principios de los 90 y continuó hasta el pasado mes de mayo, cuando se jubiló y terminó este trabajo que, aunque farragoso, ha sido vocacional. Su labor destaca por ofrecer un trato personal a la hora de atender al público en esta temática aunque no existía un protocolo anterior especializado. “No podía tener el mismo trato con una persona que venía a ver quién era su madre con otra que a lo mejor me pedía el censo de 1495, no tiene nada que ver. En mi despacho he visto de todo, yo misma a veces he llorado con ellos porque había situaciones verdaderamente emocionantes”, relata. 

El interés por estas búsquedas no ha decrecido en ningún momento. Ha llegado a atender a 1.600 personas, entre ellos mujeres, niños ya adultos y, en menor medida, padres.

Las búsquedas, una caja de sorpresas

El rastro de los orígenes biológicos o de estancias en los hogares se inicia con la decisión de querer buscar, acudir al archivo, identificarse y comenzar a abrir puertas. “Es una caja de sorpresas, no sabes lo que te puedes encontrar, han salido casos con todos los datos que no llevan a nada. Hay que tener mucho cuidado porque le puedes adjudicar una madre que no es y también es una documentación de acceso restringido, se necesita la autorización”. 

Algunas de ellas, victoriosas, han ayudado a recabar datos sobre los tipos de seguimiento para poder ofrecer pasos para los que vendrán en el futuro, “he sido consciente de que algún proceso ha sido llevado a cabo con éxito y han venido a contarme cómo ha sido, yo era como un ordenador, que cuantos más datos tenía luego cuando venía otra persona igual les podía ayudar mejor”. 

En algunas ocasiones el ambiente se ha tensado por la falta de datos o considerarlos insuficientes, “hay gente que se quejaba de que les pidiera papeles o que pedían más datos, ha habido una sensación de ocultismo de información, pero entiendo que vienen muy quemados, se tienen que agarrar a algo, la situación traumática y la intensidad sigue allí todavía”.

La labor de intentar reconstruir las raíces se ha llevado a cabo gracias a labores como las del archivo aunque no siempre han resultado exitosas, el interés sigue en aumento gracias a la publicación del libro, que está disponible para su consulta y descarga gratuitas. “Tengo contacto con mi compañera que quién ha heredado mis saberes y dice que desde luego que ahora tiene muchísimo trabajo porque esto no se conocía. Ahora saldrá mucha más gente que no tenía ni idea” concluye. 

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