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Lo que dicen las mesas parlantes en Zaragoza

Grabado de mesa parlante o giratoria en acción. "Almanach Prophetique pour 1866".
16 de noviembre de 2025 07:00 h

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Hoy día, para resolver cualquier cuestión sobre lo humano y lo divino basta con instalar ChatGPT en el móvil. Apelar a la “Inteligencia Artificial” es como interactuar mediante un tablero “ouija” con el “más allá”, que dicho sea de paso, estará más acá cuando construyan cerca de Zaragoza esos limbos de datos que necesitan beberse hasta el agua de la laguna Estigia para hacer memoria. 

El caso es que hace 150 años no hacía falta tanta parafernalia. Con un velador o mesa, mejor paticoja, bastaba para pillar un capazo con el primer espíritu que estuviera on line. Como el telégrafo, sólo había que traducir los golpes que la presencia espectral percutía en la mesa. Y así es como voy a invocar a los fantasmas del pasado para que nos cuenten cómo era aquella Zaragoza espiritista del siglo XIX.

El espiritismo se había viralizado en España a raíz de un artículo publicado el 10 mayo de 1853 en el periódico “La España”. En él se describía cómo seis personas habían logrado hacer girar una mesa “de izquierda a derecha con tal rapidez, que era muy difícil seguirla”. Pronto se convirtió en un fenómeno popular que se practicaría en hogares y cafés. Pero el espiritismo fue algo más que un mero entretenimiento.

El espiritismo llega a su mesa

Desde el último tercio del siglo XIX Zaragoza contaba con un núcleo de notables seguidores de una doctrina que creció en el entorno favorable de la Revolución de 1868. El entonces Capitán General de Aragón y futuro ministro de la Guerra, Joaquín Bassols y Marañón, había fundado en 1870 la asociación “Progreso Espiritista” que editó siete boletines bajo la dirección del vizconde oscense Antonio Torres- Solanot y Casas, terrateniente liberal y figura clave del espiritismo en España. 

La labor fue productiva también en la edición de libros, como “Revelaciones de una Sonámbula” en 1868, o “Tratado de educación para los pueblos. Obra emanada del espíritu de Williams Pitt”, escrita por el médium César Bassols, hijo del Joaquín Bassols. Pero el bombazo llegaría con “Marietta: páginas de ultratumba de dos existencias”, una obra “comunicada” en 1871 por los espíritus al médium Daniel Suárez Artazu, funcionario gallego de la Diputación Provincial de Zaragoza y, según ciertas lenguas, gran amigo del espíritu del vino. Este libro tuvo amplia difusión entre los acólitos de toda España. 

La “Sociedad Espiritista de Zaragoza” sustituyó al “Progreso Espiritista” que desapareció en 1871 tras su fusión con grupos de Madrid. Ello no impidió el paulatino aumento de adeptos. En 1883, la sede de la Sociedad en el número 43 de la calle de Boggiero, hubo de ampliar su salón por la concurrencia de público (“El iris de paz” 24 de abril) buena prueba del interés de una parte de la burguesía zaragozana por un ideario que le llevaría a enfrentamientos con la Iglesia, poseedora entonces del monopolio esotérico.

Poltergeist en la iglesia

El espiritismo practicado en Zaragoza estaba regido por el ideal de “regeneración total de la conciencia pública, mediante el libre examen filosófico sustituido a la fe irracional del catolicismo, y la república democrática en oposición a la monarquía personal” (`Impresiones de un viaje a Zaragoza´, en “Las dominicales del libre pensamiento”, 9 de noviembre 1884). 

Este carácter liberal alertó a la clerigalla zaragozana. Desde la revista “El Pilar de Zaragoza”, creada 1869 para combatir cualquier idea renovadora, un joven Florencio Jardiel se lanzó de inmediato contra la doctrina recién llegada a la ciudad. Las críticas continuarían años después en el “El Diario Católico y desde el púlpito del Pilar, donde el canónigo Juan Codera desplegó una furibunda campaña anti espiritista (“El Faro Católico Aragonés” 22 de marzo de 1880). “El Espiritismo y sus impugnadores” fue el libro que recogió tales controversias, escrito por Miguel Sinués y Lezaún, abogado y diputado por Belchite, presidente de la “Sociedad Espiritista de Zaragoza” hasta más allá de su muerte en 1885, pues fue reelegido “presidente en espíritu”. 

El pintor y médium Victoriano Balasanz dibujó en trance este busto de Jesucristo, emblema de la Sociedad Espiritista de Zaragoza (1880)

La Iglesia se removió incluso contra apellidos ilustres de la ciudad. En abril de 1881, el capellán del cementerio de Torrero denunció al Ayuntamiento de Zaragoza la presencia de inscripciones contrarias al dogma católico en lápidas pertenecientes a la familia Castellví. Una de ellas decía así: “A Ia memoria de Dña. Ramona Canalias y Prats de Castellví cuyo espíritu volvió a las regiones de lo infinito terminada su misión en la tierra”. 

Contradicciones de clase

El origen burgués, y aún nobiliario, del espiritismo evidenciaba la crisis de valores que sufría una clase social que apenas 100 años antes había pretendido acabar con los atavismos del Antiguo Régimen. Pero como decía el romántico alemán Novalis, “donde no hay dios crecen los fantasmas”. Los espiritistas, aunque reconocían la “existencia de Dios” tenían el propósito de demostrar empíricamente la supervivencia del alma humana. De hecho, según las actas del primer Congreso Internacional Espiritista de 1888, celebrado en Barcelona y presidido por el inefable vizconde Torres-Solanot, esta doctrina “constituye una Ciencia positiva y experimental”.

La lista de miembros de la seminal “Sociedad Progreso Espiritista” de Zaragoza atestigua este origen elitista: León Cenarro y Marín, Magistrado de la Audiencia Territorial de Zaragoza; los hermanos Bartolomé y Agustín, de la ya mentada familia Castellví; Fernando Primo de Rivera Sobremonte, Brigadier, represor de la insurrección republicana de octubre de 1870 en Zaragoza; el abogado e inventor, Lucio de la Escosura; los pintores Eduardo López del Plano y Victoriano Balasanz, quien crearía alguna de sus obras en estado de trance. 

Este elenco fue poco a poco nutriéndose del resto de clases sociales. Según “El Espiritista”, en Zaragoza “la doctrina ha penetrado ya en las clases obreras y trabajadora del campo”, si bien reconoce que “no se extiende con gran rapidez”. Habrá que esperar unos años para leer noticias como ésta: “varios obreros expondrán los principios sustentados por el espiritismo en el domicilio de la Sociedad Espiritista en la calle San Voto número 8” (“El Clamor Zaragozano” 20 de abril de 1902) 

Ladran, luego cabalgamos

Concluyendo el siglo XIX, Fabián Palasí Martín, turolense, espiritista y masón, publicó en 1896 unas líneas sobre la situación del espiritismo en Zaragoza para la revista “La Irradiación”: “se ha huido todo lo posible de caer en esas sesiones rutinarias donde suele pasarse el tiempo en hacer preguntas indiscretas a los espíritus por medio del velador o de los médiums”. La Sociedad Espiritista de Zaragoza mantenía su espíritu “más bien científico que práctico”.

Las controversias con el catolicismo no cesaron. En aquel 1896, desde el púlpito de la iglesia de San Felipe, el padre Agustín “fustigó duramente la superstición e hizo varias alusiones al espiritismo y a los embaucadores” (“Diario Mercantil” 26 de noviembre). Un año después se celebraría en Trento el primer “Congreso Antimasónico Internacional”, en una de sus resoluciones se afirma que “el medio particular de que la masonería se sirve para perder a las almas que creen en la existencia del orden sobrenatural es inclinarlas para que se entreguen a las prácticas perversas del espiritismo.” 

Truco o trato

Con la fama, el espiritismo comenzó a vulgarizarse. Folletones y cuentos ofrecían su versión más zarzuelera, presentándolo como embeleco de incautos. Así, en “Espiritismo. Cuento baturro” podemos leer la aventura del Templau, vecino del Gancho que en Madrid asiste a una sesión con médium: “—El espíritu de Casilda está presente. Al oír el nombre de mi parienta sentí que me temblaban las piernas, eché manos a la faja buscando con la una el mango del guchillo (sic) y con la otra el bolsillo donde guardaba los cuartos” (“El Mercantil de Aragón” 13 de marzo de 1900) No extraña la reacción del Templau, pues al baturro le aguardaba su esposa en la fonda, vivita y coleando, y no en las “regiones de lo infinito”. 

La realidad, sin embargo, superaría toda ficción. María Borobia Valdearco, principal encausada por el “Crimen Conesa”, el mediático asesinato en diciembre de 1890 del fabricante de sombreros Felipe Conesa, reconocía ante el juez que “asistía a unas sesiones de espiritismo en donde se esperaba saber el punto donde había una maleta enterrada con doce mil duros” (“La Derecha” 20 de octubre de 1891).

Meses después, se supo de la desarticulación de una banda formada por dos hombres y dos mujeres que se dedicaban a desplumar primos “empleando el sencillísimo procedimiento de la salutación, espiritismo u otros análogos” (“Diario Mercantil de Zaragoza” 23 de mayo de 1892) Estos sucesos demostraban el resbaladizo terreno que pisaba el espiritismo, desprestigiando una doctrina nacida con más pretensiones liberales y racionalistas que paranormales.

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