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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

9 Killed

Maru Díaz

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Al finalizar el primer mes de combate, en aquella mañana fría del día 30 desde que comenzó la contienda, tocó el momento más duro para las tropas: el llamado recuento de bajas. La forma de afrontar esta guerra, tanto por parte de los reclutados como por parte del pueblo no implicado directamente en las lides, la resumía a la perfección el lema “aquí no hay bajas”. Bajo el engaño impuesto por el sistema de auto considerarse un ejército perfectamente ensamblado e invencible, los asesinatos habían de pasar desapercibidos. Los distintos líderes del ejército habían considerado, desde tiempos inmemoriales, que tomar conciencia de la debilidad, de las fisuras del sistema, los hacía más vulnerables ante el enemigo. Por lo que el silencio, la ficción y el ostracismo eran las únicas exequias de los caídos.

A los niños se les contaba que en la guerra uno no era asesinado, que en todo caso moría por amor, por amor a su pueblo. Los compañeros y compañeras miraban hacia otro lado cuando caía un cuerpo herido y los seres queridos lloraban su ausencia en la intimidad y con cautela, no fuera a ser que algún cargo público los viera lamentar una muerte que debía ser secreta. Todo un sistema diseñado para que la batalla continuara como si nada y con un único perdedor: las víctimas.

El sistema funcionaba bajo este falaz mito casi siempre. Y digo casi siempre porque el personal al mando de las tropas tenía la obligación de, una vez al mes, contar cuántos soldados quedaban vivos y por lo tanto, enumerar sin mayor detenimiento, el número de bajas. El sistema era muy parecido al usado en la guerra de secesión americana: una pizarra enumeraba los “killed” y si no había habido ninguno, el OK coronaría la puerta del acuartelamiento. Los ancianos del lugar contaban que durante años se falseaban estos datos de recuento y que el OK quería decir no que no hubiera víctimas, sino más bien que nadie iba a llorarlas. Y si nadie llora tu muerte, todos sabemos que tu muerte no ha existido. La deshonra era doble, no sólo ser asesinado sino además ser olvidado para siempre.

En los últimos años, sin embargo, y gracias a la presión de parte de la tropa y del pueblo llano cansado de hacer como si nada, al lado de “killed” habían comenzado a aparecer números. Cifras impersonales que todavía no daban la magnitud real de las pérdidas, pero que comenzaban a mostrar la fisura e irrealidad del sistema.

Esa mañana fría del 30 de enero, tras el primer mes de contienda, la pizarra reveló las bajas: 9 Killed. 9 víctimas sin nombre, sin rostro y casi sin identidad que servían como cifra que delataba que no era real la paz social que los líderes querían imponer. -¿9?- preguntó una de las soldados. -Sí -contestó el coronel sin saber cómo disimular que le incomodaban las preguntas. -9 coronel y ¿nadie va a hacer nada? ¿Qué pasa con los asesinos? ¿Cómo les decimos al resto de soldados que están seguros? ¿Qué le ha contado a los hijos y las hijas de las víctimas? - preguntó la soldado descorazonada. -Nada, que la vida es así, que amar es lo que tiene. -Respondió mientras se daba la vuelta, consciente de que las respuestas ya no servían para tapar el problema.

Esa noche, miembros del ejército y familiares decidieron llorar a las 9 asesinadas. Salir y contarlo, nombrarlas, ponerles rostro, dejar de hacer como si nada. Ningún ideal y ninguna guerra merecían tapar tanto dolor. 9 asesinadas, 9 historias truncadas, 9 madres, hermanas, hijas, primas y amigas a las que, en menos de un mes, se les había arrebatado la vida. 9 víctimas que ya nadie va a tapar. La contienda se llamaba machismo y la batalla: la búsqueda de la igualdad.

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