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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Alguien a quien odiar

Plácido Diez

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Dice el periodista valenciano Emili Piera en su reciente libro “Oficio de lance. De cómo llegué a comer, incluso bien, del periodismo” que español, en su sentido más quevedesco, es quien necesita a alguien a quien odiar.

Algunos líderes políticos están dando buena muestra de ello estos días, exasperando a los ciudadanos al anteponer el rechazo personal, el infantil “no te ajunto porque eres malo”, al interés general.

Además, se están encadenando episodios de intolerancia, de incultura y de supremacismo, que empiezan a ser inquietantes y que tienen un hilo común: el nacionalismo.

El nacionalismo que el escritor Javier Cercas ve incompatible con la democracia porque, al final, los nacionalistas siempre anteponen la nación a la democracia. Persiguen imponer a los demás sus ideas de Cataluña o de España, dos realidades que son complejas, muy complejas, y plurales.

Uno de los últimos episodios lo ha protagonizado la presidenta de la independentista Asamblea Nacional de Cataluña (ANC), Elisenda Paluzie, por cierto nombre de reina de la Corona de Aragón, quien, al finalizar una rueda de prensa, comentó a su compañero de mesa, David Fernández, “qué desagradable la periodista aquella, ¿de qué medio era?, la morena, la española esta”.

La morena y la española esta -atención, la definición ya revela que no es de las nuestras, que es sospechosa- era Blanca Basiano de Antena 3 Televisión que lo único que hizo fue hacer bien su trabajo, preguntar y repreguntar con argumentos y con hechos.

La misma periodista que pocos días antes había dejado en evidencia a la portavoz del Gobierno de Torra, que insistía erróneamente, con la fe ciega de los sectarios, de los que cambian la realidad por otra alternativa según les convenga, que los independentistas habían ganado las elecciones municipales en Barcelona.

No quiero olvidarme del qué. En esa rueda de prensa se presentaba un buscador para promocionar empresas afines al independentismo o, dicho de otra manera, para que los consumidores independentistas catalanes aparten, castiguen, a aquellas empresas que no comulgan con “el procés”. Buenos y malos catalanes. Buenas y malas empresas.

Actuaciones que riman con el “apartheid”, con la fractura entre dos comunidades que, si no se llega a tiempo, llevan camino, como en Bélgica, de coexistir pero no de convivir armónicamente por la acción de los más fanáticos que, recientemente, enviaron cartas personales amenazantes calificando de “traidores anticatalanes” y “escoria progre unionista” a decenas de directivos de compañías domiciliadas en Cataluña que, según contó el diario “Ara” la víspera de la votación, están financiando a Manuel Valls, el político que dio la alcaldía de Barcelona a Ada Colau.

Ada Colau, la equidistante que vivió de cerca el odio organizado cuando en la plaza de Sant Jaume la llamaron “puta” y “zorra” los partidarios de Ernest Maragall quien demostró su sectarismo -Ernest no es Pasqual como ha escrito Antonio Franco en “El Periódico de Catalunya”- al dejar caer que eso no hubiera pasado si el elegido hubiera sido él.

Como añade Antonio Franco, “Pasqual, que tenía criterio, habría aceptado sin dar murga que pasara en Barcelona lo mismo que ocurrió en Tarragona, donde ERC consiguió tranquilamente la alcaldía pese a que la lista más votada era la socialista”. La imposición y el desvarío nacionalista frente a la pluralidad de la ciudadanía barcelonesa y la tensión por el estancamiento/retroceso independentista en las últimas convocatorias electorales.

¿Qué son sino supremacismo las alusiones de la expresidenta del Parlamento de Cataluña y exconsejera de Justicia de la Generalidad, la venerable y bien situada Núria de Gispert, a Durán i Lleida y Espadaler, excompañeros de partido a los que calificó de traidores, a Meritxell Batet, “vendida”, a Inés Arrimadas, “choni”, a Girauta, a Millo y a la misma Arrimadas, a los que comparó en un tuit, que luego borró, con los cerdos, uno de los motores de la economía de Cataluña? Que vayan tomando nota de esta deriva Junqueras, la política debe ser cosa de pragmáticos y no de dogmáticos que se consideran depositarios de la pureza, Tardá y Rufián.

Una de las aportaciones de Manuel Valls es que está describiendo lo que está pasando en Cataluña con lucidez, con responsabilidad, con firmeza constitucionalista y con visión europeísta. Equidistante y transversal ante la polarización que retroalimenta a los dos nacionalismos, extiende la intolerancia y dinamita los puentes.

¡Claro que no es lo mismo Colau que un independentista cerrado como Ernest Maragall! Eso sí, Colau puede continuar defendiendo el diálogo e incluso criticar hipotéticas insensibilidades y errores del Estado pero no tenía necesidad alguna de identificar con el lazo amarillo la casa de todos los barceloneses.

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