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Roque Joaquín de Alcubierre, el aragonés que descubrió Herculano y Pompeya

El templo de Isis, en Pompeya, hacia 1870

Candela Canales

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En 1738 Roque Joaquín de Alcubierre obtuvo el permiso de Carlos III para excavar en una zona de Italia; lo hizo buscando restos arqueológicos y lo que encontró fue Herculano, una antigua ciudad romana más pequeña que Pompeya y que, al igual que está, fue sepultada por la lava del Vesubio

Alcubierre nació en Zaragoza en 1702, se formó en la escuela de Ingeniería Militar de la misma ciudad y “ahí se supo juntar con ciertas personas que le ayudaron a ascender socialmente”. Su objetivo era oficializarse, ya que en ese momento su trabajo era voluntario, pero cuando lo solicitaba a la corona, se le negaba “por su mala fama”, explica Daniel García Varo, autor del libro ‘Herculano: La ciudad del Vesubio’.

Tras ser ascendido a Capitán, en enero de 1738 se encontraba trabajando en la construcción de un nuevo palacio para el Rey Carlos de Nápoles (futuro Carlos III de España) en Portici. Uno de los trabajos que se le encomendaron fue el trazado de la planta de los alrededores del Palacio y, mientras se dedicaba a ello, los habitantes de la zona le informaron sobre numerosos hallazgos fortuitos de objetos antiguos. Tras recoger todas las noticias posibles sobre estos hechos, Alcubierre propuso a su jefe la realización de una excavación sistemática en ese lugar, en busca de tesoros antiguos. La idea fue apoyada por el rey, quien encargó a Alcubierre la dirección de los trabajos de excavación iniciados en otoño de 1738.

El interés de estas excavaciones se centraba, fundamentalmente, en la recuperación de objetos artísticos para ser expuestos con posterioridad en las colecciones reales. Alcubierre llevaba un diario meticuloso de los trabajos, a lo que contribuyó su formación como ingeniero y experto en dibujo, y de la correspondencia que mantenía con especialistas resaltando los hallazgos más importantes. Sin embargo, los restos exhumados volvían a ser enterrados ante las dificultades técnicas que presentaba su conservación. 

Alcubierre descubrió el teatro de esta ciudad, donde había frescos y pinturas y, lo más llamativo, la famosa villa de los papiros. El zaragozano se metió en un pozo, a 25 metros de profundidad. “No era una excavación a cielo abierto, era como una mina a través de túneles, eso dificulta todo. Alcubierre llegó a enfermar por culpa de esto ya que el suelo emanaba azufre”, cuenta García Varo.

Tal y como expone GarcíabVaro, se le achaca la “virtud” de poder orientarse “con solo una brújula a través de túneles, de poder crear ese mapa del teatro, de villas, con simplemente unos metros y una parte de la ciudad al cabo a través de los túneles y recuperar ciertos objetos valiosos. A día de hoy, el 80% de las esculturas de Herculano vienen de esa villa y fueron rescatadas por él, todo eso está conservado”. 

Diez años más tarde, animado por el éxito, Alcubierre decidió probar fortuna con una cuadrilla de doce obreros en el lugar conocido como Civita. El resultado fue el descubrimiento de Pompeya, que fue sepultada por la misma erupción que Herculano. De Pompeya se excavaron el anfiteatro, la praedia de Iulia Felix y una buena parte de la Vía de los Sepulcros, junto a la Puerta de Herculano. Además de Pompeya y Herculano, los trabajos de rescate se desarrollaron también en Estabia, Sorrento (villa de Asinio Pollio), Capri, Pozzuoli y Cumas, tal y como se recoge en la página web del Ayuntamiento de Zaragoza. 

Pompeya “tenía la peculiaridad de preservar prácticamente intactos a los habitantes y estructuras de la ciudad, al ser sepultada y sus ocupantes petrificados por la erupción del Vesubio. Muchos de sus habitantes quedaron petrificados por las cenizas del volcán en su última postura instantes antes de morir. Esta excavación revolucionó el mundo de la arqueología porque nunca antes se había contado con tanta información. De repente, interesaba más el estudio que la recopilación de objetos lujosos”, expone el profesor de la Universidad de Zaragoza Santiago Navascués Alcay en un artículo publicado en Historia de Aragón. 

En realidad, Pompeya fue descubierta mucho antes, en 1550, por el arquitecto Fonasa, pero no se dio importancia a los restos hasta 150 años después. “Se daba por hecho que tanto Pompeya como Herculano eran irrecuperables. Fue Roque Joaquín de Alcubierre quien insistió en desenterrar ambos restos”, asegura Navascués. El profesor sostiene que Alcubierre pudo cambiar el rumbo de la arqueología y que gracias a eso no sigue siendo actualmente “una búsqueda de tesoros antiguos y no el estudio del mundo antiguo”. 

Alcubierre fue duramente criticado en su época, especialmente por sus colaboradores, el suizo Carlos Weber y el romano Francesco de la Vega, que soportaban mal la tenacidad y autoritarismo de Alcubierre, y por el alemán Winckelmann.

Aún hoy, esas críticas perduran, tal y como explica García Varo, que en su investigación ha encontrado referencias negativas de la arqueóloga que se encuentra ahora mismo en Pompeya, acusando a Alcubierre de dinamitar aquello, sin embargo, este investigador considera que los críticos actuales “no tienen en cuenta el contexto, que no tenía los recursos necesarios; no se puede decir que no hiciese cosas mal pero en ese momento es lo que había”.

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