“En espacios informales seguimos utilizando etiquetas contra los discapacitados intelectuales”
Atades, la Asociación Tutelar Aragonesa de Discapacidad Intelectual, ha apostado por endurecer su última campaña de sensibilización para denunciar las etiquetas que siguen sufriendo sus usuarios. Su gerente, Félix Arrizabalaga (Bruselas, Bélgica, 1972), explica por qué.
¿Por qué decidieron poner en marcha la campaña “Basta ya de etiquetas”?
Porque uno de los objetivos de Atades es construir una sociedad más inclusiva. Para conseguirlo, tenemos que cambiar la mentalidad y la percepción de las personas que componemos la sociedad. Muchas veces, nos formamos prejuicios y estereotipos sin tener una conciencia crítica sobre esas etiquetas que estamos poniendo y que acaban estigmatizando a algunas personas. Nos decidimos por hacer una campaña más dura que otras veces para trasladar que esas etiquetas existen, que las ponemos todos y que tenemos que intentar entre todos dejar de utilizarlas.
¿Qué etiquetas siguen sufriendo las personas con discapacidad?
Son etiquetas que conceptualizan y categorizan, fundamentalmente, a las personas con discapacidad intelectual, que es el colectivo con el que nosotros trabajamos. También nos referimos a otras etiquetas, que tienen que ver, por ejemplo, con la raza o con la etnia. Ponemos el ejemplo de una persona de raza negra o el caso de una mujer víctima de violencia. Al final, esas etiquetas generadas a través de estereotipos y de prejuicios que se generan en la memoria colectiva de la sociedad acaban condicionando el desarrollo de las personas, porque todos las acabamos identificando no en función de lo que realmente son los individuos, sino en función de esas etiquetas.
Algunas de las etiquetas de la campaña son muy insultantes, ¿no las hemos superado todavía?
Desde el punto de vista de conceptualización social sí son conceptos y estereotipos que están superados. Sin embargo, en el día a día hay una categorización más informal en la que esos conceptos siguen estando presentes. Cuando empecé a trabajar en Atades, me llamó muchísimo la atención que el concepto de “Atades”, como etiqueta, existía en la cultura zaragozana. De hecho, tenemos alertas para la palabra Atades en Internet y nos encontramos con tuits o con comentarios en redes sociales del tipo “pareces de Atades” o “te van a meter en un colegio de Atades”. Normalmente, todos tenemos claro que hay determinados comentarios o determinadas categorizaciones que políticamente no son correctas y que, por tanto, intentamos evitar. Pero es cierto que cuando nos encontramos en espacios más informales o en los que nos sentimos menos observados, hay etiquetas y conceptos que seguimos utilizando.
En esos espacios menos observados es donde desarrollan la mayor parte de su vida las personas con discapacidad, como lo hacemos todos los demás...
Exactamente. Es llamativo porque todos nosotros seguimos utilizando esos conceptos o esas palabras que sabemos que no podemos utilizar. Las usamos, en muchos casos, como expresiones coloquiales. Y, cuando nosotros las decimos, entendemos que no tienen esa carga peyorativa. Lo cierto es que responden a una realidad cultural y a un sistema de categorización de las personas en función de estereotipos.
¿Qué provoca en las personas con discapacidad estas etiquetas? ¿Son siempre conscientes?
Sí, sufren muchísimo. Son completamente conscientes de lo que se les está trasladando. Conocen que esas expresiones conllevan un peso negativo y que están minusvalorando o infravalorando sus capacidades. Ainhoa, una de las protagonistas de la campaña, en la presentación ante los medios, explicó que a ella la llaman subnormal, analfabeta... Mostró cómo es plenamente consciente de que esas etiquetas condicionan su vida y también le trasladan muchísima negatividad, una emotividad negativa que ellos interiorizan. Es en esos momentos cuando se perciben distintos; porque, en su día a día, cuando están en sus círculos sociales o con personas que les tratan con normalidad, su percepción es que son personas con capacidades, distintas en algunos casos, pero con capacidades para desarrollarse en la sociedad como cualquiera de nosotros. Sin embargo, cuando reciben ese tipo de calificativos, se sienten minusvalorados, despreciados y su autoestima se resiente muchísimo. Es lógico.
En la preparación de la campaña han participado usuarios de Atades. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
En las últimas campañas venimos intentando que se incorporen personas con discapacidad intelectual. Lo hacen gustosos porque les encanta participar en cualquier actividad novedosa, que les saque de las rutinas de su día a día. Además, a ellos normalmente les gusta verse en las campañas de comunicación. Por eso, el proceso de selección es relativamente sencillo. En este caso, buscábamos personas con discapacidad intelectual que respondiesen a diferentes perfiles. Queríamos una persona con autismo, una persona con discapacidad intelectual que visualmente no fuese reconocible y un niño o niña con síndrome de Down, que no hace falta que diga que tiene una discapacidad intelectual para que el espectador la pueda reconocer. A través de estos tres ejemplos, queríamos trasladar la idea de que la discapacidad intelectual es una realidad heterogénea, que no se les puede etiquetar con conceptos generalistas.
Esta semana también habéis presentado el proyecto Gardeniers, que también muestra las capacidades de estas personas. ¿En qué consiste?
Gardeniers es un proyecto de inserción laboral a través de un centro especial de empleo con el objetivo de generar apoyos que faciliten la incorporación al mercado de trabajo de personas con discapacidad intelectual. Este proyecto, que lo iniciamos en 2011 a través de unos procesos formativos de la mano del Inaem, ha evolucionado muchísimo. Ahora, nos encontramos con una empresa en la que trabajan unos 65 trabajadores, de los que el 80% tiene una discapacidad, fundamentalmente intelectual, desarrollando actividades en dos áreas: jardinería y venta de plantas, por un lado, y agricultura ecológica, por otro. En agricultura ecológica, Gardeniers es un proyecto tremendamente singular. En primer lugar, porque es uno de los pocos proyectos a nivel nacional que engloban un ciclo cerrado en el que la misma industria agroalimentaria que transforma la verdura y la hortaliza tiene una pata que es la producción de esas verduras y hortalizas frescas. Garantizamos el círculo desde que se siembra la planta hasta que se transforma para crear una crema, una salsa o una confitura. Y después, en segundo lugar, está el elemento social: todo este proyecto responde a la necesidad de generar oportunidades de inserción laboral para personas con características especiales que tienen a día de hoy muy complicada su incorporación al mercado laboral ordinario.