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“La violencia hacia los padres es una forma de expresar un malestar”

Miguel Ausejo y Raúl Gutiérrez, de Espacio Ariadna.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

El psicólogo Raúl Gutiérrez (Zaragoza, 1981) nos va recibiendo en una sala amplia mientras llega el director del espacio Ariadna, Miguel Ausejo (Zaragoza, 1957), que acude unos minutos más tarde porque ha tenido un imprevisto, una visita de urgencia a una familia de Calatayud. Así es la violencia que ejercen los menores contra sus progenitores: requiere actuaciones inmediatas y, a la vez, es un fenómeno que nadie podría imaginar hace unos años. Miguel Ausejo comenta que, aún hoy en día, sigue sorprendiendo a muchos profesionales.

¿Cómo surge el espacio Ariadna?

Miguel. El espacio Ariadna supuso poner en práctica algunas reflexiones que la Fundación para la Atención Integral del Menor había hecho a lo largo de años de trabajo en centros con menores, tanto de protección como de reforma. Habíamos constatado las dificultades en las relaciones en las familias y también la importancia de trabajar contando con esas familias, aunque el conflicto venga planteado solo a través del hijo. Empezamos a encontrarnos con casos de hijos que agredían a los padres; era una situación novedosa, un ámbito que estaba quedando desatendido, y surgió la idea de crear un espacio para abordarlo.

Raúl. También es un fenómeno nuevo en cuanto al tipo de violencia que se ejerce hacia esos progenitores: puede ser porque un adolescente es incapaz de manejarse con determinadas emociones o puede ser una violencia de la que se sirve para determinados objetivos. En estos últimos casos, los chicos no reconocen que la violencia es un problema porque, para ellos, es una herramienta útil.

M. Es una forma de expresar un malestar, ejerciendo una violencia hacia el adulto con el que convives.

¿Por qué ha empezado a ocurrir esto?

M. Desde luego, no hay un origen único.

R. Hay una serie de circunstancias que siempre rodean las dinámicas familiares y los ciclos vitales, personales y relacionales de los adolescentes. La crisis social actual genera un clima de dudas, de preocupación, de angustia, que impide a los adultos responder de forma sensible a las dificultades que aparecen en los menores. Seguramente, los adolescentes de épocas anteriores ya habían pasado por esas dificultades, pero ahora la forma de responder del mundo adulto se ha visto dificultada.

M. El adulto no tiene las condiciones necesarias para ser sensible al dolor y al sufrimiento de los niños, adolescentes y jóvenes. Y eso lleva a una respuesta desmedida por parte del adolescente.

Entonces, ¿la violencia de los menores hacia sus padres siempre surge de un sufrimiento previo?

M. Sí, o de una cadena de sufrimientos.

R. Lo que observamos es que viene de un sufrimiento generado en los adultos y que, de alguna manera, se ha traducido al niño.

M. El malestar suele ser fruto de una cadena de circunstancias que se han ido produciendo a lo largo del tiempo: rupturas y recomposiciones familiares, duelos, la ansiedad y la personalidad de los padres, la funcionalidad de la pareja... Un hecho concreto puede desbordar esa multiplicidad de factores.

R. Algo que influye es la alteración de la estructura de la familia tradicional hacia múltiples configuraciones: familias monoparentales, reconstituidas, en un proceso de separación, de duelo... De un tiempo aquí, eso coincide con una crisis social y económica que hace difícil sostener el mundo adulto.

M. Además, puede haber condiciones especiales, como una enfermedad mental en la familia o el consumo de drogas. Desde el embarazo hasta la adolescencia, hay muchos momentos que pensamos que no van a tener una consecuencias, que no son trascendentes... Sin embargo, todo impresiona en la vida de un menor.

R. Por eso, aunque la puerta de entrada a este espacio Ariadna es la violencia de los hijos hacia sus padres, luego podemos acabar trabajando con los padres dificultades propias de la pareja y excluir al chico del proceso. Otras veces, la expresión de violencia en casa viene de un malestar que se genera en otro lugar: por ejemplo, cuando un chico no sabe gestionar un sufrimiento que vive en la escuela, en las relaciones con sus iguales. A veces, por lo que sea, expresan ese malestar con violencia hacia el mundo adulto.

Antes de llegar a las agresiones físicas, ¿ha habido siempre una escalada previa de violencia?

R. Sí, aunque no tiene por qué ser una agresión física. Puede ser verbal, robos económicos, insultos...

M. Se van produciendo cosas, pero los padres piensan que lo van a poder controlar. O uno de los progenitores le dice al otro que no le dé tanta importancia. O los dos miran hacia otro lado o están distraídos. Otras veces, simplemente, esperan que madure y que las cosas se vayan resolviendo. Ocurre por el miedo y porque no tienen seguridad acerca de cómo enfrentarlo. Además, normalmente, se piensa que el problema es del que agrede y lo cierto es que hace falta descubrir la implicación de todos. Es muy sencillo traer a alguien “para que lo curen”; otra cosa es asumir que estás formando parte de esa situación.

Llama la atención que los padres no detecten ese sufrimiento justo ahora que cada vez hay menos hijos en las familias...

R. Humberto Maturana dice que hemos dejado de tener hijos para tener proyectos. A veces, es muy difícil ser sensibles a las necesidades de una personita; lo que hacemos es fabricar nuestro propio proyecto y cuesta ver que algo fracasa en él.

M. Si nos preguntaran ahora mismo si alguno de nuestros compañeros de trabajo está padeciendo por algún motivo en los últimos meses, quizá no tendríamos ni idea, aunque compartamos con ellos mucho tiempo. Ser sensible a las necesidades del otro no es sencillo, por mucho que reduzcamos el número de individuos sobre los que mirar. Hay que seguir mirando y aún así, no siempre aciertas. Nos enteramos de los suspensos de nuestro hijo, pero ¿sabemos cómo está viviendo el curso?

Además de ese sufrimiento, ¿creéis que influye la violencia que aparece en el cine o en los videojuegos?

M. No es solo la violencia en el cine, también en las noticias; convivimos con una realidad que es violenta y agresiva. No sé si somos suficientemente sensibles ni si lo acompañamos de una manera adecuada. Quizá no todo es bueno para todas las edades, pero yo no criminalizaría el uso de nada; solo diría que hay que pensarlo. Quizá no das a un niño de 10 años “El Capital”, de Marx. O sí, no lo sé. La decisión de qué, cuándo y en qué medida sigue estando en manos de los adultos. ¿Tiene que haber una televisión en cada habitación de la casa? ¿Tiene que estar encendida mientras comemos? ¿Hasta que hora vemos la televisión? Si yo quiero ver una serie, ¿tiene que verla toda la familia? Son decisiones que podemos tomar.

R. De todas formas, que un hijo agreda a un padre va más allá de lo que haya visto. Es una expresión desesperada de algo que no se está contemplando, a lo que no sabemos responder. Y seguramente los padres también tienen una experiencia desesperada.

En este primer mes de 2016 ya habéis atendido 8 casos nuevos, ¿la violencia de hijos a padres sigue siendo una realidad oculta?

R. Es un secreto que suele quedar en el ámbito en la familia. Cuando se da el paso de contarlo es porque ya están desbordados. Tiene que ser muy doloroso llamar a alguien para contar este sufrimiento.

M. Sí, decir “mi hijo me ha pegado” no es fácil. Cuando la gente nos cuenta su situación, lo hace con mucho sufrimiento: se echan a llorar, lo hacen con urgencia, se ven apurados... Probablemente, no todo el mundo se atreve a dar ese paso. A los humanos nos resulta difícil abordar todo lo que tiene que ver con situaciones que los demás pueden calificar de una manera determinada.

¿Cómo se aborda?

R. Abordamos casos de un rango de edad muy amplio: el grueso está entre los 14 y los 20 años, pero hemos atendido casos desde 8 hasta 28 años. Cuando empezamos, ninguno imaginábamos el volumen de familias a atender y tampoco la variedad de demandas. Nos hemos ido ajustando semana a semana, constantemente, y poco a poco hemos diseñado un dispositivo que cada vez se ajusta más a las necesidades de las familias. Iniciamos nuestro camino planteando una intervención terapéutica de corte semanal; pero fuimos aumentando el equipo y el tipo de intervención. Tenemos también mentores, que son grupos de chicos de edades similares que hacen un acompañamiento más cotidiano, en tiempos de ocio, con alternativas saludables.

M. Se trata de que otros jóvenes sirvan de referencia y compartan desde lo cotidiano algunas orientaciones que es difícil que asumiesen si vienen solo de un profesional. Está resultando muy positivo.

R. También le damos mucha importancia al trabajo en red porque son familias que suelen ser atendidas a la vez por otros profesionales: del ámbito de consumos de drogas, de salud mental, servicios sociales, tutores, orientadores... Intentamos promover un trabajo en red en el que estemos coordinados y promovamos una respuesta consensuada a las familias. Hemos empezado un ciclo de reuniones, un espacio donde poder compartir con todos estos profesionales reunidos la presentación de un caso para hablar de cómo entre todos construir algo en beneficio de las familias. La respuesta es positiva, los profesionales están muy involucrados. Es tan complicado que desde un solo ámbito se obviarían todas las demás caras de un poliedro.

Además de estas reuniones de profesionales, ¿qué otros objetivo se han marcado?

M. Desde marzo de 2014, hemos atendido 120 casos entre las provincias de Huesca y Zaragoza. Estamos en contacto con iniciativas con las que podríamos colaborar en Teruel. Además, aquí atendemos casos de violencia de hijos hacia sus progenitores, pero estamos viendo algunas situaciones de adolescentes que también deberían ser abordadas. Por ejemplo, violencia en parejas muy jóvenes. No es fácil encontrar un lugar donde abordarla. Y también trabajamos en prevención, con algunas propuestas en centros escolares.

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