La culpa de quienes conviven con el suicidio: los supervivientes ponen cara al duelo
Cuando de repente haciendo tareas por casa a la lista aleatoria de su teléfono le da por pinchar The Police, ese grito desagarrado de Sting llamando a Roxanne lleva a Carmen Gráu a su hermano Julio. “Te amo desde que te conocí”, dice la canción. Y lo mismo piensa y siente Carmen. Julio, su único hermano, falleció por suicidio con 52 años en el pueblo de Canfranc, en Huesca; muy cerca de aquella estación de tren que se quedó desierta tras el accidente de 1970.
Cuando Sting se pone a cantar, Carmen siempre tiene que parar un momento. Esta mes, como cada 10 de septiembre desde el año 2003, se conmemoró el Día Mundial Para la Prevención del Suicidio. Asturias es la región con el índice más alto de personas que se quitan la vida por habitante; 14 por cada 100.000.
Asturias, a la cabeza del suicidio
Algo pasa en el Paraíso Natural que lleva a que tantísimas personas fallezcan por suicidio. Una cuenta pendiente, la de la salud mental, que pide a gritos, como la canción de Sting, terapias, soluciones, tratamientos y, en definitiva, apoyos. El Principado ha anunciado hace unos meses la puesta en marcha de una Ley de Salud Mental y los colectivos que trabajan con este duelo tienen la esperanza de que la nueva norma cambie las cosas, reclaman más financiación y más recursos.
“Mi hermano lo era todo para mí, era como ese hombre con el que todas soñamos, fue el que me llevó del brazo en mi boda”, explica Carmen. Y ella, que era también la única hermana de él, no se percató de que Julio, esta vez, no podía más.
Ese sentimiento terrible de “por qué no me di cuenta” viaja con Carmen desde entonces y hubo un tiempo en que esa culpa no le dejaba casi vivir a ella. “Era arquitecto técnico, con una vida normal en una familia normal. Casado, tenía dos hijas, prosperó muchísimo en su profesión: casa, cochazo, barco… pero llegó la crisis del 2008 y se lo llevó por delante”, relata su hermana.
De todo a nada
Fue precisamente pasar de todo a nada, económicamente hablando, lo que hizo a Julio entrar en una depresión gravísima de la que nunca llegó a rehabilitarse. “Estuvo ingresado, llegó a escuchar voces, empezó a consumir cocaína, se divorció…”, relata Carmen.
Los problemas eran cada vez más grandes, enormes, y Julio no sabía cómo gestionar aquello todo. Y ni siquiera Carmen sabía tampoco. ¿Cómo hacerlo? “Unos días antes de su muerte por suicidio, me llamó y me dijo si podía venir unos días a casa. Fíjate que le dije que era mejor que buscase un centro, aunque viniese aquí todos los días. Es que llega un punto en que los familiares no somos suficiente, nosotros no sabemos hacer terapia y todo nos engulle”, concretó.
Batacazo laboral
Julio tuvo apoyos médicos y familiares, pero no pudo recomponerse del batacazo laboral. El día antes de su muerte había estado con sus hijas. Parecía feliz. “Cuando tu vida laboral se desmorona hay una parte que afecta al ego, mi hermano quería trabajar de lo suyo, no es fácil adaptarse. Pierdes tu nivel de vida, los problemas llegan y al final entró en una depresión mayor. En esos momentos de oscuridad su mente no le dejaba ver…”, explica Carmen.
Cuando Julio se quedó sin la vida, Carmen pensó que perdía la suya. “Cuando las personas organizan su forma de irse siempre hay momentos de felicidad, porque tienen la sensación de dejarlo todo atado y ya ven lo que para ellos es la solución. Por eso aquella tarde estuvo feliz con sus hijas”, relata. Y se le viene a la mente aquel concierto en Barcelona, juntos, escuchando a Sting.
Supervivientes en duelo
Carmen Grau es hoy la vicepresidenta de Abrazos Verdes Asturias, una asociación creada para supervivientes en duelo por suicidio. Para quienes han perdido a un ser querido que ha fallecido por suicidio o para quien, por el motivo que sea, tiene ideas de ese tipo.
Fue precisamente en esos abrazos donde Carmen fue recuperando su vida tras la muerte de su hermano. “Necesitas hablar con gente que haya pasado por lo mismo que tú, aunque cada caso sea particular el duelo es similar. Esa sensación de culpa que tenemos es terrible y llega a asfixiarte. Hay que hablar del suicidio, escuchar… Yo creo que el sistema sanitario con mi hermano falló, faltan terapias, faltan medios… para que los que pueden hacerlo cambien las cosas tenemos que hablar de ello, remover conciencias. Estamos luchando contra un monstruo, pero vamos a hacerlo”, concreta.
No lo veía venir
En la plaza de la Catedral, en Oviedo, han instalado estos días un chiringuito. Suena la música, se sirven bebidas, se dan abrazos verdes y se habla de suicidio. Alba López es una de las fundadoras de la asociación y también es superviviente. Su marido falleció por suicidio con todos los vientos a favor, con una oposición recién aprobada, con mujer, hijo… “No lo veía venir para nada. Ahora lo analizo de otra forma, sé que para él era un momento personal duro. Yo lo veía todo normal, pero para él tenía un sufrimiento muy profundo”, explica.
Una noche le llamó por teléfono y al día siguiente “Mayo”, como le llamaban cariñosamente, había fallecido. “Yo pensaba que era una mala racha o que quizás estaba siendo débil o que no le ponía ganas suficientes… no lo sé. Lo que sí que sé es que desde ese día yo vivo con la culpa. No entendía su muerte y pensaba que yo podía haber hecho más”, explica con su camiseta verde esperanza.
Alba López perdió a la persona que quería, a su marido, al padre de su hijo, y nada más perderlo sus hermanos se instalaron con ella en casa. “Estoy muy bien rodeada, y busqué mis herramientas porque era yo la que no le veía sentido a la vida. Me puse en contacto con asociaciones especialistas en estos duelos a nivel nacional, acudí a terapia y tuve mi medicación”.
La asociación
Un día recordé a una chica de Oviedo a la que había conocido. Sabía que su madre se habia muerto por suicidio, pero nadie hablaba de ello…. La llamé por teléfono y me dijo las palabras mágicas: “Te entiendo”. Al otro lado del teléfono estaba Beatriz Sanjurjo, cofundadora de la asociación; y juntas han tejido una red que cada semana atiende a una media de cuatro personas nuevas. Asturias lo necesitaba y ellas también. Llevan desde 2020 dando abrazos y terapias.
Si Alba tuviese hoy a Mayo delante le diría las cosas de otra forma. “Falta alfabetización sobre el suicidio, le diría que entiendo que todo lo que le está pasando le haga sentir que se quiere quitar la vida”, explica. Y añadiría algo más, que “el suicidio siempre puede esperar a mañana”.
Pura necesidad
Alba y Beatriz crearon la asociación “por pura necesidad” y desde ahí dentro se entienden muchas cosas, se comparten sentimientos, culpas, miedos y se transforman muchas sensaciones. “He conseguido cambiar la culpa por un hilo rojo que me conecta con mi marido. Antes no me dejaba respirar, ahora lo hago”, concreta Alba.
Mientras Carmen y Alba reciben terapia también la dan. En esta asociación sin ánimo de lucro el sufrimiento emocional es compartido y entonces, entendido. Son varios los programas que ofrecen, dirigidos a personas que cuidan o acompañan a otras en riesgo de suicidio; encuentros confidenciales para personas en duelo, talleres y charlas en colegios o institutos, grupos entre iguales… Y precisamente en uno de esos grupos está Jesús, que lleva años conviviendo con esa idea rumiante que de vez en cuando se le viene a la mente: las ideas suicidas.
Era un “feliz de la vida”
“Hasta los treinta y tres años yo era un feliz de la vida. Estaba en un buen momento, era enfermero, tenía a mi pareja, mi familia estaba bien, pero empecé a desconectarme del mundo, a perder los vínculos”, explica. Jesús dejó de hacer surf, justo lo que más le motivaba en la vida, y la ola de la tristeza le engulló.
“Es un sufrimiento introspectivo enorme, todo te cuesta trabajo, te empiezas a encontrar raro y tienes una enorme melancolía por el pasado”, relata. Una etapa sin energía que se fue alargando y que le ha llevado a ingresos, terapias, medicaciones y a sentirse que era una carga para las personas que tenía cerca.
Visión de túnel
“Me quedé sin pareja, es durísimo entender cómo me sentía, en esa visión de túnel donde todo es negro…”, explica. Jesús no ha dejado de pensar en la muerte como una vía de escape, le pasa a veces, pero ahora ya no llama a su madre porque sabe que la destroza. Busca el abrazo verde de sus compañeras, las mismas con las que comparte la mesa de la plaza de la Catedral, con su camisa surfera…
“He aprendido a pedir ayuda, a mostrarme vulnerable, tengo una red de apoyo de gente que ha pasado por ello… que son capaces de entenderme”, relata. Jesús reivindica otra forma de hacer psiquiatría, más humana, donde los profesionales se sienten a escucharte y donde haya luz solar en los pasillos de las unidades de agudos… ese lugar por el que ha pasado tantas veces.
Ser una etiqueta
“Llegas y no eres Jesús, eres un diagnóstico, una etiqueta; te sobremedican, pero no hay terapia. Falta muchísimo por avanzar”… y enfrente, en la mesa, Alba le dice “qué bien hablas Jesús” y Carmen se levanta a darle un abrazo. Resaltan todos ellos la importancia de encontrar ayuda cuando no te sientes bien y de buscarla, llamando al 112, al teléfono de la esperanza, al 024...o los Abrazos Verdes Asturias.
Un día de estos Jesús tocará con su grupo de blues en el chiringuito de Oviedo, antes de que se esconda el sol y quizás, por qué no, suene una de Sting mientras Alba regala algún abrazo desde la barra. Suicidarse puede esperar a mañana, los abrazos verdes, no.
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