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Fass Boye, la aldea senegalesa de la que los jóvenes emigran en cayuco para lograr un futuro mejor para la comunidad

Fass Boyé, localidad senegalesa, con las embarcaciones de pesca amarradas

Bárbara Bécares

Fass Boyé (Senegal) —

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“Tragedia en Senegal: el naufragio de un cayuco deja decenas de desaparecidos”; “Más de 60 muertos o desaparecidos cuando intentaban llegar de Senegal a España”; “Una pequeña localidad de Senegal llora a sus jóvenes muertos en el mar”, estos fueron algunos de los titulares que desde este verano se leen en la prensa española.

Con unas cifras que no tenían precedentes, miles de personas del país africano arriesgaron sus vidas en 2023 para llegar a Europa por mar, muchos a través de las islas Canarias y muchos perdieron su vida en la travesía. Una tragedia que siembra de tristeza no sólo las ciudades de sus países de origen, también a muchos senegaleses que, desde hace años, residen en Asturias.

Uno de los pueblos más sacudidos por la migración “clandestina” -así la llaman en Senegal- es Fass Boye, que también podría considerarse como un pueblo asturiano por la gran cantidad de jóvenes que salieron de allí y ahora viven en el Principado. Entre ellos está Baba Faye. Lleva 16 años residiendo en la cuenca minera del Nalón y él mismo calcula que, alrededor de otros 100 compatriotas viven en Gijón y repartidos por otras localidades asturianas, casi todos desde hace más de una década.

En elDiario.es Asturias hemos estado con la familia de Baba, en su localidad natal, intentando comprender por qué él y muchos como él se jugaron y siguen jugándose la vida en el mar para llegar a Europa. Ha sido un viaje al origen de decenas de inmigrantes que ya llevan décadas asentados entre nosotros.

Fass Boye, un pueblo solidario que vive de la pesca

Se está poniendo el sol, son las siete de la tarde y, mientras el cielo se va tornando amarillo intenso en la paradisiaca y enorme -además de desconocida para los turistas- playa de Fass Boye, decenas de barcos se adentran en el mar. Algunos más pequeños y otros de gran tamaño. Se van a faenar, a pescar toda la noche.

A las ocho de la mañana del día siguiente vuelven a la misma playa, con sus trajes impermeables de color verde. En la orilla aguardan centenares de personas. Son hijas e hijos esperando por sus padres pescadores, para recibirlos y ayudarles a descargar el pescado. Algunos empresarios se llevarán la mayoría de las capturas. Subirán los peces a unos carros tirados por burros que los llevarán hasta los camiones que esperan fuera de la playa. Unos camiones que saldrán con la carga dirección a Dakar.

También esperan muchas, muchísimas mujeres. Su misión es comprar el pescado que puedan costear con las monedas que tengan a mano ese día. El objetivo es vender luego ese pescado. Algunas lo harán en el mercado local, otras en la puerta de sus casas y otras lo llevarán a pueblos más alejados de la costa para vender allí. Las hay que lo secan para su conservación en un proceso artesanal que desarrollan durante toda la jornada en una esquina de la playa. Lo guardan para vender más adelante.

Todas ganan así dinero para sus gastos del día y para poder invertir de nuevo en pescado en la jornada siguiente. Pero hay una queja que repiten como un mantra mientras se descargan los barcos. Hay muy pocos peces, no hay suficiente para todos.

A las redes de los pescadores de Fass Boye cada vez llegan menos peces. Los grandes barcos pesqueros europeos ya han desplegado sus artes en el Atlántico gracias a los acuerdos que Senegal tiene firmados con la Unión Europea y que permiten a las flotas españolas, francesas y portuguesas faenar en sus aguas.

El último se firmó en 2021 y despertó mucha polémica en el país africano por sus consecuencias negativas para la economía local. Permite a los barcos europeos pescar atún y merluza muy cerca de la costa senegalesa, a pocos kilómetros de donde alcanza la vista hay embarcaciones vascas y cántabras faenando.

Dejan para la flota local sólo los kilómetros más cercanos a la playa, donde ya no llegan los bancos de peces. De estas capturas, que cada vez son menores, no dependen sólo casi todas las familias de Fass Boye, también la mayor parte de los habitantes de las ciudades y pueblos más habitados de Senegal,.

La economía doméstica cada vez es más difícil de sostener. Senegal no es un país barato, hace apenas unas semanas el Banco Mundial calculaba que el precio de los alimentos en este país ha aumentado un 15% de media durante el último año. Pero no sólo las dificultades económicas han hecho de este 2023 uno de los años en los que más senegaleses huyeron a España.

También cuenta la inestabilidad política que ha desatado la detención del líder de la oposición al actual presidente. En el poder se encuentra Macky Sall, a quienes muchos ciudadanos acusan de trabajar a las órdenes del poder político y empresarial de Francia. El líder opositor, Ousamane Soko está detenido y todo aquel que ha salido a la calle para protestar por lo sucedido corre el riesgo de ser encarcelado. Sólo en el mes de junio unas 500 personas acabaron en prisión, incluso menores, por su apoyo a Soko. Fass Boye fue uno de los pueblos donde se produjeron estas manifestaciones de protesta.

La idea de migrar, el sueño de una vida mejor

Cuando entras en casa de Vieux Ahmadou Faye hay una decena de chicos tejiendo redes de hilos verdes a mano, poco a poco. Él es capitán de dos barcas que ya se preparan para la temporada de pesca de la dorada, una de las más importantes de Senegal. No dejan ningún detalle suelto: pintan, tejen... Todo tiene que estar listo para que, después de días sin ingresar ni un solo franco, las esperanzas se cumplan y la campaña sea un éxito.

Vieux vivió en España durante años, en Zaragoza. Llegó en patera en 2006 y en los años duros de la crisis en nuestro país decidió regresar. Echaba de menos a su familia y su padre enfermó. Habla perfecto español, pese a llevar ya años de nuevo en Senegal, y no deja de contar anécdotas de su vida en la capital maña. Echa de menos a los amigos que hizo allí.

Ahora ya no tiene documentación para volver a irse al no haber renovado su residencia -una renovación que no puede hacerse si estás fuera de España-. Pero la idea le ronda la cabeza a menudo. Lo que pasa que sus circunstancias han cambiado. Está casado y tiene dos hijas pequeñas a las que asegura que no metería nunca en un cayuco. Tampoco se ve con ganas de vivir sin ellas durante años en la distancia.

Si consiguiese volver a territorio español tendría que esperar al menos tres años hasta plantearse poder traer a su familia con él. Vieux asegura que las trabas administrativas para poder hacerte con un permiso de residencia son muy grandes. Además, durante la espera, tan sólo sobrevives con empleos sin asegurar porque al no tener papeles nadie te contrata.

Pese a todo, reconoce que sí, que piensa de vez en cuando en volver a marchar. Una idea que ronda las cabezas de numerosos jóvenes del pueblo. “Quienes más confiados están para hacerlo son los pescadores, conocen bien el mar”, explica Vieux. Tiene muchos amigos y compañeros de pesca que se han ido en los últimos meses. Algunos de ellos han desaparecido en el mar. “Nos estamos quedando sin nuestros mejores pescadores”, añade Vieux que está sorprendido porque también ahora hay muchas mujeres, sobre todo jóvenes, que piensan en partir.

Khadija es una joven de 25 años que estudia español en la universidad. Lo habla estupendamente. Ahorró durante años para pagarse sus estudios y está en segundo de carrera. Le encantaría conocer España algún día pero sabe que es casi imposible hacerlo, llegando en avión con un pasaporte senegalés. Sueña con poder ir solo de vacaciones o a estudiar unos meses con una beca. Pese a la falta de oportunidades para cumplir esos sueños Khadija dice que nunca se lanzaría al mar, pero sí tiene miedo de que un día, al levantarse, sus hermanos no estén.

Muchas personas planean a escondidas de su familia su partida con otra gente del pueblo. Y cuando se hace posible se suben a una barca pesquera para atravesar los más de 1.500 kilómetros de Senegal a Canarias. Las familias se despiertan un buen día y se encuentran con que sus hijos, hermanas, hermanos, parejas…. no están. Pasan días en vilo, angustiados, sin saber de ellos, esperando que pasen los siete que se calcula que se tarda en hacer esta travesía.

A veces, como sucedió en Fass Boye el verano pasado, las barcas no dan señales en semanas. Desaparecen y nunca nadie vuelve a saber más. No se despliega ningún dispositivo de búsqueda en el mar. Otras barcas aparecen con algunos supervivientes, después de días sin comida ni bebida. Son ellos los únicos testigos de lo sucedido, los que cuentan qué sucedió, cómo tuvieron que ir tirando cuerpos al mar según pasaban los días. Son quiénes confirman a las familias si su hijo, hermano, hermana,... está muerto o desaparecido.

Sacrificarse por los demás

Pensar en la partida es muy duro. Lo dice Vieux, que ya lo vivió, y lo dicen decenas de personas a los que les ronda esa fantasía de la marcha. Pero se siente como un deber, un sacrificio para el futuro. La cultura senegalesa no contempla pensar en el bienestar individual si no en el bien común. “Nitt day ndiabott te nango ouff” es la frase que más repiten las madres senegalesas a sus hijos. “Una buena persona debe ser generosa y estar dispuesta a ayudar a los demás”, es la traducción de este refrán común.

Si llegas a España, con el dinero que vayas a conseguir no sólo apoyarás a tu familia directa -madre, padre, hijas, hijos, pareja-, vas a ayudar a muchos más, hermanos y hermanas, sobrinos, sobrinas, los primos que están en apuros... Porque los hogares senegaleses están compuestos de mucha gente. Bajo un mismo techo son muchos los que comparten las comidas, las tareas del hogar, las penas y, sobre todo, las risas. Porque pese a todo, los senegaleses son bromistas, ríen y ríen, aunque el mundo esté del revés.

Fass Boye es puro jolgorio. Casas donde el tránsito de visitas es continuo. Amistades, familiares, gente que entra y sale y abarrota las calles donde todos charlan unos con otros, bromean y se ríen a carcajadas. Hasta que, de repente, te encuentras con una madre que aun no puede reír porque este verano ha perdido a su único hijo, que se ha muerto en el mar. Las vecinas la abrazan y le siguen dando su apoyo, sus oídos y su compañía. Es pura fiesta hasta que te encuentras a una mujer que viene de comprar pescado en la playa para revenderlo y alguien le pregunta cómo lleva la muerte de su hermano, que iba en el barco que pasó semanas a la deriva.

Es el triste relato que salpica a todas las familias. Jóvenes que han decidido irse para asegurar un futuro tranquilo a los suyos, para ganar dinero extra y que su gente pueda vivir en una casa más sólida, más amplia. Para que todos puedan comer todos los días más de una vez, para que cuando llegue la factura de la luz haya forma de pagarla.

Lanzarse en cayuco al mar es un sacrificio por la familia, no tiene que ver con ensoñaciones de riqueza. Solo buscan poder dar una estabilidad a largo plazo a la gente a la que quieren. Como ejemplo el grifo de agua que hay en la puerta de la casa de Baba Faye, el senegalés que vive en la cuenca minera hace 16 años. Su cuñada Aida nos cuenta que fue él quien hizo llegar el agua desde el pozo hasta su hogar y en vez de meter dentro grifo lo dejó a la puerta para que la gente que pasa por la calle pueda también llenar sus garrafas.

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