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El temor de la asturiana Ana Cuartas por la salida de prisión de su padre que abusó sexualmente de ella durante 14 años

Las agresiones sexuales a menores tutelados, un problema de magnitud desconocida

Leticia Quintanal

Gijón —

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Insomne, revuelta, impotente y en permanente alerta, así lleva viviendo Ana Cuartas las últimas semanas, conocedora de que la persona que la agredió sexualmente durante 14 años, desde 1983 a 1996, salía este miércoles de prisión, tras cumplir su condena.

Esta asturiana de 44 años, afincada en Galicia por motivos laborales y después por amor, como ella misma cuenta, porque fue allí donde formó una familia (está casada y tiene una hija de 17 años y un hijo de 11), tiene una historia difícil de contar, pero aún más complicada de asimilar.

Comenzó a ser violada cuando tenía cuatro años y no dejó de ser agredida sexualmente hasta que cumplió los 17. El agresor era su padre y, durante años, nadie en su familia la creyó cuando intentó denunciar, tampoco la policía. “El abuso intrafamiliar es difícil de demostrar porque no hay pruebas”, explica. La primera vez que intentó denunciar tenía 15 años.

Es el escalofriante relato que ella revive ahora, cuando tiene que enfrentarse a la salida de prisión de su padre y a la posibilidad de que intente ponerse en contacto con ella o acercarse a su familia porque “no hay una orden de alejamiento que me proteja a mí y a mis hijos”, demanda.

Vivió con bajo el mismo techo de su agresor hasta 2003, cuando le dio una paliza que la tumbó 45 días en una cama. Recuerda la denuncia del médico de urgencias que la atendió y cómo ella tuvo que retirarla porque “vivía en la misma casa"

Vivió con bajo el mismo techo de su agresor hasta 2003, cuando le dio una paliza que la tumbó 45 días en una cama. Recuerda la denuncia del médico de urgencias que la atendió y cómo ella tuvo que retirarla porque “vivía en la misma casa que mi agresor, no tenía a dónde ir, cómo iba a denunciarle”, clama. Esa última agresión física hizo que acumulase tres trabajos para poder formarse e irse de esa casa cuanto antes. Así consiguió irse a Madrid con 50 euros en el bolso, donde encontró trabajo en una multinacional, con la que acabó yéndose a vivir a Galicia.

No fue hasta 2010 cuando la situación familiar empezó a revolverse porque, a raíz de la paliza que recibió en 2003, la situación que había vivido Ana en aquella casa comenzó a susurrarse entre los miembros de su familia y su tío José Antonio levanta el teléfono para preguntarle si todo eso es cierto. Ella le cuenta su infierno y él rompe a llorar.

En ese momento todo comienza a cambiar en la vida de Ana Cuartas. Tiene que enfrentarse a contarle a su marido lo que ha vivido porque él era conocedor de la paliza, pero no de las agresiones físicas. Organiza una reunión familiar con sus padres y hermano mayor en la que su padre acaba confesando lo que hizo y pide perdón. Se corre la voz, su hermano le dice que lo deje estar, su padre, al recibir el rechazo de la gente se echa atrás y vuelve a negar los hechos, tildándola de loca, como hizo durante años.

En una llamada de teléfono que ella le hace “absolutamente empastillada tras un ataque de ansiedad”, según relata, y que está grabando, consigue que su padre reconozca los hechos. En 2011 Ana Cuartas presenta una querella criminal contra su padre, su madre decide poner fin a su matrimonio y, posicionándose junto a su hija, se hace cargo de los gastos ocasionados por todo el proceso judicial.

La Audiencia Provincial condena en 2015 al padre de Ana a ocho años de prisión, por un delito continuado de violación. Debido al paso de los años el delito estaba a punto de prescribir, faltaban solo seis meses, lo que atenuó la pena

Recuerda un proceso lentísimo, demasiado para una víctima. Se encoge al narrar el momento de las pruebas periciales, situación tras la que tuvo uno de sus intentos de suicidio. “Parecía yo la víctima”, lamenta. Tras un largo proceso judicial, la Audiencia Provincial condena en 2015 al padre de Ana a ocho años de prisión, por un delito continuado de violación. Debido al paso de los años el delito estaba a punto de prescribir, faltaban solo seis meses, lo que atenuó la pena.

Su agresor ya ha salido a la calle y Ana Cuartas tiene miedo. Denuncia la desprotección de las víctimas de agresiones sexuales ante la ley y demanda órdenes de alejamiento, que se cumplan, también para ellas. En el caso de su padre ya no pueden hacer nada, salvo que vuelva a delinquir, a amenazarla, a intimidarla, porque ya ha sido juzgado y ha cumplido su pena. Cuando fue juzgado la orden de alejamiento fue rechazada porque ella residía fuera de Asturias, donde continúa viviendo.

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