No son buenos los monocultivos. En la Wikipedia, que lo saben todo, lo explican muy bien: “Al no diversificarse lo cultivado, puede haber una rápida dispersión de enfermedades y es posible que aparezcan las plagas; el suelo sufre un desgaste de los nutrientes y a la larga tiende hacia la erosión y desertificación, se empobrece y pierde productividad; en caso de sequía se incurre en grandes pérdidas potenciales”. Vamos, que es un desastre la política del PP de monocultivo del disparo a quemarropa contra Pedro Sánchez como una única opción de trabajo.
Porque no basta con aojar al presidente, y a toda su familia si así se agranda la diana, ni tampoco elegir cualquier otro tema de gran importancia y actualidad, pongamos que hablamos de Gaza, y reducir con argumentos de trileros una tragedia de esas características para llegar a relacionarla con los juicios en Madrid o Extremadura. Tonto retorcimiento, que sólo deja en evidencia al inmoral y mentiroso capaz de unir el asesinato de miles de niños con Begoña Gómez como hace sin descanso el brutal Miguel Tellado, anda suelto Satanás que nos cantó el amigo Luis Eduardo Aute.
Ya señalábamos la semana pasada -¡qué le vamos a hacer, si el drama dura y dura!- que semejante indignidad se volverá en contra de Isabel Díaz Ayuso-¡ay, la reina del vermú!- y del gran falsario José María Aznar. Pero también lo hará ante un inane Núñez Feijóo, dónde me pongo, ahora qué digo, acuso o no acuso, falto de carácter y de pensamiento propio, mero pelele de sus extremos y, no lo olvidemos jamás, siempre a rastras del neofascista Abascal, devuélvame mis votos, don Santiago. Ahí tienen, por ejemplo, sus devaneos xenófobos con la inmigración, una vergüenza.
En el seno del PP no saben qué hacer, que unos dicen genocidio, Moreno, Rueda o Azcón, y otros dirigentes, como Elías Bendodo, nos muestran una vez más que en el PP son poco leídos y aún menos escribidos. Dice el buen hombre que el ataque de Hamás del 7 de octubre del 23 fue un genocidio. Pues no, indocto, no. Aquello fue una salvajada, un acto brutal y feroz, lo que ustedes quieran, pero genocidio, lo dice la RAE, es el “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. O sea, lo que está haciendo Netanyahu en Gaza y que Pedro Sánchez ya denunció hace más de un año ante un escandalizado Feijóo, hay que ver, decir eso de tan grandes estadistas, aspirantes al Nobel de la Paz, como Netanyahu y Trump.
Aquella franja sumida en el horror, 365 kilómetros cuadrados, es un buen termómetro para conocer dónde tienen su listón moral las personas de a pie, sus vecinos y los míos, pero también los ciudadanos israelíes o norteamericanos y, por supuesto, los dirigentes políticos, ahí hemos señalado a los nuestros. Ahora reaparece de entre las tinieblas de la historia ese personaje deleznable que se llama Tony Blair, aquel figurín que un día fungió de socialista de nuevo cuño -y tan nuevo-, que posteriormente se alió con Bush y nuestro amigo del bigote para masacrar a los iraquíes y meternos en una guerra con aquel continente que todavía dura y que una vez destrozado el mundo optó por hacerse multimillonario. Ahí le tienen, luciendo palmito y proponiéndose para liderar Gaza, de acuerdo con un plan bendecido por Trump. Ustedes y el Ojo hemos conocido a canallas, pero este que señalamos está en un puesto muy, muy alto.
Tiene la ciudad de Madrid, sólo la ciudad, casi el doble de kilómetros cuadrados que la franja de Gaza: 604. En este pequeño reino, Madrid DF la llaman algunos, donde gobierna la derecha desde hace treinta años, es hoy un nido de personajas, personajes y personajillos que están a un paso de pedir la independencia de España, ese sitio horrible donde gobierna el comunista Pedro Sánchez con el apoyo de etarras y separatistas. Cuna de cayetanos y chulapas, aquí se levanta el brazo como en los tiempos de Franco -¡qué paz había entonces!- y se especula aún mejor que entonces, unos aficionados aquellos marqueses y falangistas de pro, que aquí tenemos a un alcalde retrechero, el muy obediente Martínez Almeida, que se inventa obras multimillonarias para alimentar sobradamente a las fauces de esas inmobiliarias depredadoras, si no tenemos solares los hacemos a base de excavadoras.
Pues bien, en este singular espacio conviven toda suerte de periodistas -¡qué grande les queda el nombre!- falaces, especuladores sin recato y jueces que líbranos del mal, amén. Hábitat peligroso, enclave de señoritos que te enseñan un maserati como título universitario o un reloj de oro como muestra de cultura. Llevan la chaqueta prieta y el pantalón ajustado por encima del zapato. Miran de medio lado y gustan de terrazas y otros locales donde puedan mostrar sus muchos ingenios. Y sobre todos ellos, más ignorante que nadie, más grosera que nadie, más desvergonzada que nadie, aparece ante ustedes la gran frutera de Madrid, mírala, mírala, mírala, mírala, la inigualable Isabel Díaz Ayuso, a su vera, chascando los colmillos, Miguel Ángel Rodríguez, quita de ahí que no sé ni cómo me aguanto.
¡Ah, los jueces! El pasado viernes, el Ojo tuvo la oportunidad de oír a Mariola Urrea y a Javier Pérez Royo en un acto de la Fundación Avanza. Decía el catedrático que “Begoña ya había sido condenada, humillada, insultada”. Y tenía razón. Urrea, por su parte, argumentaba que el recurso no era arma suficiente para luchar contra las decisiones enloquecidas de algunos jueces: sólo un expediente del Consejo General del Poder Judicial o una querella por prevaricación podía oponerse a la evidente excentricidad de esos magistrados que todos conocemos.
Todo forma parte del monocultivo que indicábamos al comienzo. El PP, algunos jueces y la prensa reaccionaria, dígame mi amo o mi ama qué publico, a quién machaco, a quién acuso de corrupto, qué honra destruyo, qué bulos me invento, juegan todos en el mismo equipo con la misma vestimenta y un solo objetivo en la cabeza: derribar a Sánchez, acabar con él, pisotearle. Da igual qué sembrado se deja a su paso, tierra quemada, que tampoco por donde pasaba Atila crecía la hierba. Y se muerden las uñas, en algunos casos puras pezuñas, cuando oyen al presidente decir que se presentará a la reelección. Espuma echan por la boca, qué más podemos hacer después de las toneladas de estiércol que hemos dejado a los pies de su suegro, de su hermano, de su esposa, de él mismo, tipo déspota y execrable.
Otro día, que tampoco es cosa de escribir todos los martes La montaña mágica, tendremos que acometer el tema de la inmigración, con el PP, y toda la derecha europea, enloquecida tras las miserables huellas de la ultraderecha. Núñez Feijóo con la mirada puesta en la nuca de Abascal, y Junts, hay que verlos, ellos tan educados y liberales, acogotados por el furor reaccionario de Aliança Catalana. Un peligro, un dolor y un sufrimiento para todas las personas decentes.
Adenda. Cuánta razón tiene Antonio Garamendi, el patrón de los patrones de la CEOE. Que nadie crea que Carlitos Alcaraz se lleva 30 (o más) millones al año por trabajar 37 horas y media a la semana. Ni Marc Márquez, unos 20, ni Lamine Yamal, todos ellos jóvenes emprendedores, otros tantos. Quia. Han trabajado duro, qué sé yo, 50 o 60 horas a la semana, o 70 u 80. Quiere esto decir que si eres un trabajador normal, con un sueldo de 1.200 euros, si trabajas duro, el doble de lo que haces ahora, por ejemplo, 80 horas, lo mismo llegas a… 30.000 al año. Vaya, no salen las cuentas, señor Garamendi.
Tampoco, fíjense, llegará a alcanzar el fontanero, el profesor, la intérprete de lengua de signos o la enfermera el sueldo del propio Garamendi, que se lleva para la butxaca unos 400.000 euros al año. Vamos, ánimo, que si eres joven y trabajas duramente, no como ahora, un vago redomado, lo mismo llegas a cobrar en 15 años lo que el ínclito Garamendi en doce meses. ¡Holgazanes, todos unos holgazanes, que ahí tienen a Brad Pitt, ese sí que curra, unos 30 millones por película! ¡Todo un ejemplo!
(El Ojo dejó en la calle a Jimmy Kimmel la semana pasada, despedido fulminantemente por Trump, y a los directivos de ABC y Disney como cómplices. Kimmel ha vuelto a la pantalla y la empresa ha plantado cara al monstruo naranja. El Ojo, por supuesto, feliz).
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