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Un espacio en el que está implicada toda la redacción de eldiario.es para rastrear y denunciar los machismos cotidianos y tantas veces normalizados, coordinado por Ana Requena. Puedes escribirnos a micromachismos@eldiario.es para contarnos tus experiencias de machismo cotidiano.

¿De qué jefe te acuerdas? #SeAcabó: la ola de testimonios sobre machismo y agresiones en el trabajo

Luis Rubiales abraza y besa a Aitana Bonmatí tras recibir ésta la medalla de oro del Mundial Femenino de Australia y Nueva Zelanda.

Cristina F. Pereda

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En la ilustración de Marrazketabar con la que muchas recordaremos lo ocurrido tras la victoria española en el Mundial de fútbol sale una niña, vestida con el uniforme de la selección, pidiéndole a su abuela que le cuente “cómo ganasteis el Mundial”. La abuela responde que no fue solo un Mundial, “ganamos mucho más”. Y ese 'más' empieza por los testimonios de cientos de mujeres que han acudido a las redes sociales para sacar a la luz experiencias de acoso y abusos sexuales en el entorno laboral y que recordaron nada más ver el beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso

“A todos los tíos que están estupefactos con la reacción contra Rubiales: es porque a todas nos ha pasado”, ha escrito la periodista Irantzu Varela. “Con nuestro jefe, con nuestro cliente, con nuestro profesor, con nuestro amigo, con un desconocido, contigo…”. Y muchas de las que estos días se han acordado de ese jefe, profesor o compañero han decidido compartirlo públicamente con la etiqueta #SeAcabó en lo que ya se ha convertido en una nueva versión del #metoo anglosajón. 

Una usuaria recordaba a un compañero camarero al que le dio por morderle la oreja a otra camarera cada vez que pasaba por su lado: “Lo peor es que era un chico poco mayor que yo y claramente no veía nada malo en ello”. Otras mujeres hablaban del presidente de una empresa que agarró por la cintura a una empleada tras una cena de Navidad y preguntó “¿Dónde vamos ahora?”, o de uno al que defendieron sus compañeros cuando “intentó meter mano en el almacén” a una empleada. También del director de coro que, con la excusa de trabajar la respiración, “empezó a tocarme la barriga y decirme que me levantara la camiseta”.

Otras mujeres se han acordado del jefe les preguntaba si tenían la regla “si te quejabas por algo”, les obligaba a ir en tacones a la oficina y les pagaba clases de gimnasio pero no de inglés. O del dueño del estudio de tatuajes que “hacía chistes de corte sexual con los clientes” o se sentaba encima de su empleada delante del ordenador, y de otro jefe que le sugirió a una empleada que “me iría mejor si me operara los pechos, tocándome para decir que sí, que más grandes mejor”. 

Como aquella recopilación que surgió en respuesta al “Me too” de Alyssa Milano en Estados Unidos, tras las revelaciones contra el productor Harvey Weinstein, en la última semana muchas mujeres han compartido sus testimonios a una simple pregunta de la periodista Marta Jiménez Serrano: “¿De qué (ex)jefe os estáis acordando hoy?”. Son todo tipo de comportamientos machistas y también agresiones en el entorno laboral que no ocurrieron ni en un campo de fútbol ni en el podio de un campeonato internacional, pero que también salen ahora a la luz.

Como el comportamiento de un director del colegio, que habló durante días de la minifalda que llevó una profesora a una ceremonia de graduación, o el del compañero que pretendía que “cada día al llegar al trabajo le diera dos besos. Al tercer día le dije que no y claro, yo era una ‘sosa”. Además del jefe que nunca contrataría a una mujer como periodista deportiva “porque no iba a poder entrar en los vestuarios”. 

Una usuaria recordaba a un jefe que le dijo “que me pusiera siempre esa chaqueta que me quedaba bien apretadita” o del encargado “que siempre hacía bromas de que le gustaría mucho verme de rodillas delante de él en su despacho”, o de otro que “pedía besitos y me preguntaba qué pensaría mi madre si acabáramos juntos”. A éste también le gustaba “adivinar el color de las bragas de mi compañera”. Como a éste. Otra mujer hablaba de cómo un entrenador le dijo a una jugadora de 16 años que tenía “un polvazo”, y otra mencionaba a un compañero que sugirió que no ponía un panel delantero en su mesa “para que así se me vieran las piernas”.

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