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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Las cotorras de Sevilla, un problema ético global

Primer plano de una cotorra de Kramer

Sebastián López

Mucho se ha dicho y escrito sobre las cotorras de Sevilla en las últimas semanas. El Ayuntamiento de la ciudad se decantó por eliminar a estas aves mediante disparos con carabina e inmediatamente surgió la polémica entre defensores y opositores a tan controvertida medida.

Muchas opiniones se han vertido sobre la justificación del método recomendado por científicos expertos y sobre los motivos de las quejas del sector animalista, parte del ecologista, y de algunos grupos políticos de la oposición sevillana; un cúmulo de información que más que aclarar ha contribuido a crear una bruma informativa, caldo de cultivo de opiniones de todo tipo que no contribuyen a posicionar claramente el problema. Creemos que merece la pena intentarlo con otra perspectiva.

Por comenzar por el principio, nadie cuestiona ya que la presencia de las cotorras en la ciudad de Sevilla es un problema a resolver y parece que, por uno u otro motivo, ya no hay vuelta atrás en la necesidad de afrontarlo. Uno de estos motivos es que ya se ha hecho tan visible que los responsables municipales y de la comunidad autónoma no pueden seguir obviando lo que ya hace tiempo varias voces del mundo científico y de otros colectivos venían anunciando sobre el crecimiento de sus poblaciones.

Otro, y diría que el principal, es que ya hay una exigencia apremiante de la comunidad científica y de los sectores ecologistas y animalistas de preservar una de las especies vulnerables de murciélago, el nóctulo gigante (Nyctalus lasiopterus) que, como una rareza en su escasa distribución, habita en el emblemático Parque de María Luisa y que se ha visto afectado negativamente por la colonización de la cotorra de Kramer (Psittacula krameri), que pugna por los mismos huecos de árboles viejos y altos. Es en la forma de abordar el/los problema/as donde los colectivos enfrentados diferimos. Y, concretamente, en el único método que se eligió en principio y que muchos aún defienden.

Alguno ha aludido, jocosa y despreciativamente, a la frecuente humanización (antropomorfización) que se hace de los animales como explicación para la “incomprensible” defensa de las cotorras por parte de los animalistas, mientras que otros, precisamente cayendo en esa antropomorfización, les han adjudicado a las cotorras cualidades como la maldad y una agresividad innatas. Calificativos como ruidosas, agresivas y destructivas, amenaza sin control, riesgo inminente, y cómo no, invasoras, no contribuyen precisamente a generar un clima de respeto hacia estos animales, fomentando un posicionamiento ciudadano claramente a favor de cualquier medida que “nos las quite de encima”. También se argumenta que la oposición a asesinarlas es debida a que hay mucha gente a la que le gustan los loros y que por ello esta medida no les resulta aceptable.

Está clara la falta de conocimiento de los principios que orientan el movimiento en defensa de los animales, de la premisa fundamental de que no está justificado un trato discriminatorio hacia los animales sintientes, por su pertenencia a una u otra especie (especismo), por muchas etiquetas oficiales (invasora) o no (plaga, agresiva, peligrosa) que les colguemos y la subjetividad que éstas implican a la hora de considerarlas. Nuestro posicionamiento antiespecista nos lleva a preocuparnos por igual por todas las especies animales.

La simplificación y la desinformación, o la información tendenciosa, solo alientan la tentación de caer en el maniqueísmo más pueril. En Sevilla la presencia de las dos especies de cotorras (la ya citada y la cotorra argentina) no se ha evidenciado como un problema real por la ciudadanía hasta que se ha orquestado esta campaña de socavamiento de su integridad como especie, adjudicándoles todo tipo de impactos negativos: además del producido sobre el nóctulo, también sobre la salud pública, la agricultura y el deterioro de los espacios urbanos. Antes se veían como una simpática curiosidad ornitológica, ahora como verdaderos demonios de la naturaleza que hay que erradicar de la faz de la tierra. Por supuesto, era inexistente la preocupación por un murciélago que la mayoría no sabía ni que existía.

Poniendo las cosas en contexto: aunque el problema del éxito demográfico de las dos especies de cotorras es común a muchas ciudades del país y otras europeas, en cada una de ellas se manifiesta de forma diferente según el predominio y abundancia de una u otra especie, el entorno que ocupan y las otras especies de animales con las que interactúan. En muchas de ellas aún no se ha actuado de forma específica mediante planes de control, pero en las que lo han hecho las prioridades de los impactos o el contexto social y político han determinado acciones diferentes. El principal problema que se ha identificado en Sevilla con relación a ellas se circunscribe a los siguientes parámetros: el incremento de la cotorra de Kramer, su competencia con la colonia de nóctulo gigante, en los árboles maduros de un ecosistema artificial como es el Parque de María Luisa, durante la época de nidificación, y en un momento histórico crítico para esta colonia por la ausencia de intervenciones preventivas.

Otras cuestiones, como el riesgo para la salud pública, el ruido, la seguridad y salubridad, o el impacto negativo sobre otras aves autóctonas, se han esgrimido para dar fuerza a la propuesta municipal, pero ninguna de ellas tiene la consistencia o la urgencia esgrimidas para justificar el uso de carabina en el casco urbano como único método de elección (medida por otro lado ilegal, como ha sido valorada por juristas expertos en Derecho Animal).

La cotorra de Kramer que vive en Europa, cuyo origen mayoritario parece estar en importaciones de India y Pakistán, y que está catalogada en España como especie invasora desde 2013, probablemente se naturalizó en Sevilla a partir de una suelta negligente, en los años 90, de ejemplares decomisados. Utiliza como zona preferente de reproducción dos espacios ajardinados de la ciudad donde encuentra los huecos adecuados para construir sus nidos, y otros como dormideros fuera de la época de cría.

Son las que han alcanzado un mayor número en esta localidad gracias a la disponibilidad de árboles maduros con oquedades, el principal factor limitante para su expansión, en los parques de María Luisa, y en el de Santa María de las Cuevas. Sin embargo, su incremento ha empezado a limitar este recurso, aumentando la presión sobre los otros ocupantes de los mismos orificios, e incluso haciendo que se vean obligadas a utilizar otro tipo de huecos en edificios antiguos.

En este escenario en el que la población de cotorra de Kramer ha utilizado una arboleda artificial como sustituto de los bosques naturales con huecos adecuados, raros en nuestras latitudes, encontramos al otro protagonista del conflicto que ha justificado la urgencia por actuar, el nóctulo gigante.

Este murciélago, que se distribuye en la actualidad de forma bastante dispersa y escasa por el centro y sur de Europa y norte de África –y seguramente por ello es poco conocido-, y algo más abundante al norte y este del arco mediterráneo, encontró en el Parque de María Luisa un medio donde residir y reproducirse después de que sistemáticamente le hayamos esquilmado sus bosques centenarios en aras de un manejo humanizado de lo que eran sus hábitats forestales (desde 2004 está declarada como vulnerable en la lista roja de especies amenazadas).

Pero incluso este habitante tan emblemático de la biodiversidad del parque y de la fauna urbana de Sevilla es prácticamente un recién llegado en este hábitat tan exótico rediseñado por Forestier en 1911 para acoger la Exposición Hispanoamericana de Sevilla de 1929, incluyendo la plantación de los ahora centenarios plátanos de sombra, uno de los escenarios para la disputa de las dos especies. No sabemos cuándo colonizaron estos murciélagos el parque, ya que no se descubrió la colonia hasta 1990, pero no pudo ser antes de que los árboles del parque alcanzaran el tamaño y edad adecuados para servirles de refugio. Tampoco sabemos de dónde llegaron, pero seguramente desde otro de los pocos hábitats donde sobreviven en Andalucía, como Doñana, donde reside hoy una pequeña colonia y cuyas citas históricas se remontan a 1921.

La relación de competencia entre cotorras y murciélagos se ha utilizado en los medios de forma tendenciosa incluso por los propios científicos -lo que no dice mucho a su favor-, poniendo el énfasis en la agresividad con que las cotorras de Kramer atacan a los murciélagos y a otros animales, dotándolas de un sesgo de crueldad que no es propio de un análisis científico del comportamiento de las especies en conflicto. Si pusiéramos el foco de la etología sobre el modo tan eficaz con que defienden sus nidos de lo que consideran amenazas, diríamos que manifiestan una férrea conducta defensiva de su progenie, incluso aliándose entre ellas para expulsar a los posibles depredadores, es decir, que son unos padres estupendos.

En el lado más débil de esa lucha, el nóctulo también trata de defender su integridad y la de sus crías, pero sobre la superficie de los árboles está en desventaja para huir o para defenderse con sus pequeños dientes de insectívoro, y sus alas, tan efectivas para el dominio del aire, son frágil papel para los picos de una cotorra. Son los perdedores irremediables en esta competencia y es por ello que necesitan nuestra ayuda, aunque ir a favor de uno no significa ir en contra del otro y mucho menos de cualquier modo.

Por otra parte, a la ausencia de medidas específicas de conservación del nóctulo o de control de las cotorras en los espacios que disputan, se suma una gestión poco afortunada del arbolado. Históricamente una poda inadecuada y excesiva ha provocado la aparición de tremendas cicatrices que evolucionan en oquedades que, si bien pueden facilitar el refugio del nóctulo, también son utilizados por palomas (las segundas en ocupación) y otras aves, incluidas las cotorras de Kramer, y que provocan o aceleran la pudrición y a la postre conducen a la tala del árbol y como consecuencia a la pérdida de los refugios, como ya ocurrió con la desaparición de la colonia de los jardines del Alcázar de Sevilla a principios de este siglo. En 2006 ya se había perdido en el Parque de María Luisa el 50% de los árboles conocidos utilizados por el nóctulo en 1992, y anteriormente los especialistas en quirópteros ya advertían de la importancia del manejo de los árboles para conservar la colonia de nóctulos.

Buscar un equilibrio entre las necesarias podas de formación y conservación, u orientadas a la seguridad de los usuarios humanos de las zonas ajardinadas, y la atención a los animales que los habitan, que debería estar coordinada con expertos, sería una forma de ayudar a la gestión de la fauna de las zonas verdes urbanas.

La mayoría de las especies arbóreas que tradicionalmente se han usado en jardinería urbana son exóticas, y los parques históricos de Sevilla son un buen ejemplo. Son ecosistemas artificiales a los que se han adaptado un buen número de animales autóctonos y foráneos, pero cuya evolución y desarrollo no se corresponde al de un hábitat natural. Todos los animales urbanos son dependientes de nuestro capricho a la hora de manejar la ciudad, y están expuestos a los cambios ambientales impuestos por el desarrollo urbanístico, como le ha ocurrido a aves como el cernícalo primilla, que ha perdido muchos de sus espacios de nidificación por una funcionalidad arquitectónica que no los ha tenido en cuenta.

Así que tenemos unas especies exóticas en un hábitat exótico artificial compitiendo con especies autóctonas que aprovechan estos ecosistemas artificiales o artificializados, y que completan su alimentación en monocultivos limítrofes, lo que no suena demasiado a lo que llamamos ambiente natural. No hemos visto en todo el Atlas y Manual de los hábitats naturales y seminaturales de España del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente ninguna alusión a hábitats urbanos, parques o zonas ajardinadas, por lo que si fuésemos puntillosos con la aplicación de la normativa, que define como especie exótica invasora aquella “que se introduce o establece en un ecosistema o hábitat natural o seminatural…”, estas especies de cotorras en esta situación no podrían ser consideradas como invasoras.

Es inevitable la necesidad de las sociedades humanas de disponer de reglas y clasificaciones para gestionar nuestras intervenciones sobre la naturaleza y sus formas de vida, pero esto nos lleva muchas veces a una interpretación simplificada de los sistemas y a la aplicación de un mismo modelo en ecosistemas muy diferentes. La consecuencia es que las etiquetas de plaga, invasora, vulnerable, nativa o alóctona nos autorizan a discriminar el trato y la forma de relacionarnos con diferentes animales y, por supuesto, a decidir el destino de los seres vivos.

El asunto de las cotorras de Sevilla se aborda tarde y con prisas. Ya en 2004, científicos de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) habían alertado sobre la delicada situación del nóctulo y definido sus amenazas y recomendaciones para su protección. También advirtieron sobre el previsible problema de competencia con la cotorra de Kramer en el parque de María Luisa. Desde 2010 se viene advirtiendo del problema de esta especie, y en menor medida de la cotorra argentina, y aunque los estudios más detallados son de 2013, ya había datos de seguimiento desde 2003. A estas alturas no hemos visto sobre el papel propuestas municipales de protección de la colonia sevillana del nóctulo ni por parte de la administración autonómica competente planes de conservación específicos para esta especie.

Los que nos oponemos a la medida del disparo no somos unos inconscientes ni unos irresponsables emocionales, imagen que algunos quieren dar como base para nuestra oposición. Nuestros argumentos en contra y nuestras propuestas están basados en la información científica y técnica recopilada, gran parte de ella obtenida de las publicaciones de los investigadores de la Estación Biológica de Doñana, relativas tanto a la biología y demografía de las cotorras como del murciélago, así como del asesoramiento de otros expertos en el estudio y el control de psitácidas, y también en el Derecho y y la protección animal, lo que nos ha permitido no solo apreciar el excelente trabajo de investigación realizado, sino también cuestionar sus recomendaciones para la erradicación de la cotorra de Kramer recogida en el informe técnico, base para la licitación del servicio contratado por el Ayuntamiento y que éste organismo hizo extensivas a la cotorra argentina en los objetivos y prescripciones técnicas de dicha licitación.

Por supuesto que no negamos la necesidad de acciones de control, siempre que estén ajustadas a las especies y a los problemas concretos que éstas generen, pero también abogamos porque se tomen todas las medidas oportunas para favorecer a las especies que aportan biodiversidad a las ciudades y que nos preocupan por su vulnerabilidad. Recomendar como única medida disparar y abatir animales nos parece inaceptable y, además, calificarla como solución científica nos parece un insulto para la ciencia.

¿Hay información suficiente para el diagnóstico previo al diseño de medidas de control de la cotorra de Kramer? Creemos que sí. ¿Y para la adopción de medidas de conservación del nóctulo gigante o del cernícalo primilla? También, y desde hace mucho más tiempo. ¿Por qué entonces no se han abordado éstas sin esperar a que todo el mundo “apunte” a la cotorra como única solución? ¿Y por qué no se han incluido entre las medidas a abordar por el Ayuntamiento o entre los planes de conservación de la Junta de Andalucía, si tan crítica es la situación?

La plataforma opositora a la erradicación por disparo ha propuesto que se tengan en cuenta medidas alternativas, con técnicas aún no probadas por los expertos pero ya rechazadas a priori, aludiendo a su inviabilidad pero que en otros lugares están dando resultados. En su lugar se decide copiar la medida del disparo, tampoco probada en Sevilla, adoptada por Zaragoza contra la cotorra argentina. Nos hubiera gustado que se hubieran copiado otras ideas no cruentas y valorado su viabilidad no en términos económicos ni de ahorro de esfuerzos. El disparo siempre funciona a corto plazo, es una forma de quitarse de problemas simplificando la intervención a la mínima expresión, por eso vale tanto para la cotorra de Kramer como para la cotorra argentina… y para un león o un elefante, solo hay que cambiar el calibre de la munición, pero maldita la falta que hacen estudios previos para eso.

Ya pasó el tiempo en que se “mataban los mosquitos a cañonazos”, por ejemplo, con los “eficacísimos” organofosforados. Otras cuestiones se han tenido en cuenta desde entonces y a los factores ecológicos y de salud hay que incorporar cada vez más los éticos, acordes con la nueva moral de respeto a los animales, aunque todavía queda mucho recorrido para que las instituciones, que siempre van por detrás de la sociedad, asuman estos criterios. Y vivimos en una sociedad fuertemente arraigada en el especismo.

Las personas convencidas y que exigen el exterminio de las cotorras por el método que sea para salvar al nóctulo y al cernícalo, es muy probable que no soportaran tener un nido de murciélagos en los muros de su casa o un nido de primillas ensuciando sus fachadas y techos.

Somos tremendamente incongruentes: según las modas admitimos en nuestras casas como mascotas a animales de lo más variopinto (además de a perros y gatos), animales salvajes con los que muchos establecen fuertes vínculos, o que usamos como un juguete o como objeto de exhibición; y gastamos mucho tiempo y dinero en ellos. Pero esos mismos animales en la naturaleza y, especialmente en los entornos urbanos, no son tolerados cerca de nosotros desde el momento en que le colgamos la etiqueta de PLAGA. La justificación para tal calificación puede ser muy diversa -en el caso de las dos especies de cotorras se han usado todos los argumentos habidos y por haber-, pero a todos los sentenciamos a muerte sin el mayor miramiento porque son una plaga, o porque se “empeñan en invadirnos”. Las palomas, especie ornamental de nuestras ciudades y los gorriones cuando proliferaban por doquier en un pasado no muy lejano, son buenos ejemplos de ello.

La cuestión de las cotorras en Sevilla ha servido para poner de manifiesto muchas cosas, entre ellas el poder de las “sacrosantas” instituciones científicas para defender sus criterios y para influir en la opinión pública incluso con una vehemencia próxima a la de un político; también para ver hasta qué punto el gobierno municipal de Sevilla está alejado de los animales y de los que intentamos protegerlos a pesar de muchos consejos de bienestar animal que quiera vendernos; pero también ha supuesto un cuestionamiento abierto y fundamentado de las recomendaciones de los expertos oficiales, y un rechazo a lo que en otras ciudades de España ha ocurrido sin transcendencia.

Las cotorras solo son un exponente de un problema mayor al que habrá que prestar mucha atención en un futuro inmediato, no sólo por el precedente que pueda suponer la aplicación de medidas tan expeditivas para solucionar otros problemas de poblaciones animales exóticas, o no, que en un momento determinado sean calificadas como “lo que nos inventemos”, da igual, para decidir sobre sus vidas; sino también porque, el imparable tráfico de especies exóticas y raras hacia nuestras latitudes unido al irrefrenable cambio en el clima, traerá una transformación importante de la fauna a nivel mundial. Y esto no podremos detenerlo a tiros.

Si no somos valientes y empezamos a tomar medidas contra el comercio de TODAS las especies salvajes y la prohibición de su tenencia como mascotas tendremos que aceptar que muchos nuevos habitantes vendrán para quedarse y que otros de aquí desaparecerán. La actitud que adoptemos con cada una de ellas debe ser justa y exenta de prejuicios especistas, y nuestra intervención, si hubiese lugar, debe ser respetuosa con sus vidas y su sufrimiento. Esta es la actitud que debemos transmitir a la nueva sociedad del siglo XXI.

Notas:

[1] Ante la subjetiva ponderación de estos impactos y para reforzar aún más su argumentación, se han buscado nuevas alianzas con ASAJA para demostrar un perjuicio a la agricultura, hasta ahora no documentado o advertido por los propios agricultores en años precedentes y se ha anunciado la utilización de un índice, recién publicado este mes de julio, para valorar los efectos sobre el bienestar humano, el SEICAT (Socio-economic impact classification of alien taxa), cuyo uso al menos nos plantea dudas sobre su objetividad, al emplear factores de gran variabilidad como la percepción e información individual o colectiva sobre los animales en un entorno tan especista.

[2] El primer censo oficial de 2011, contabilizó unas 1.000 cotorras de Kramer y los de 2015 y 2016 registraron unas 1.350 y 2.000, respectivamente. Actualmente los ornitólogos estiman unas 2.800, aunque está por completar el censo de 2017. De cotorras argentinas se estima una población actual de al menos 750.

[3] El informe técnico no es público y la información que se proporcionó a la prensa y en internet correspondía aun comunicado resumen que no es exactamente lo recogido en el informe técnico original.

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