Casas pajizas en Los Sauces: noticias y tragedia

27 de noviembre de 2020 14:55 h

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En nuestra opinión este peculiar hábitat de pajares o casas pajizas de La Palma mantiene un interés destacado dentro del amplio repertorio de valores patrimoniales, antropológicos y etnográficos de la isla canaria de La Palma.

El mantenerlos o recuperarlos es responsabilidad directa de las administraciones públicas y de sus propietarios. A nadie se le escapa que su acondicionamiento y recuperación puede significar un atractivo recurso para los propios palmeros y para un viajero curioso de las tradiciones. Su adaptación y destino entorno al llamado “turismo rural” es una oferta peculiar que puede redundar en la maltrecha economía del mundo agrario de las medianías de La Palma. Ejemplo próximo de esta oferta alojativa lo tenemos en Madeira y en La Orotava, Tenerife.

El censo de estas construcciones campesinas de paja fue realizado por el Cabildo de La Palma en el año 2013, consejería de Cultura y Patrimonio, con el sorprende resultado que entre Puntallana y San Andrés y Sauces se conservan 77 de estos pajeros o pajares, de los que 65 pertenecen al municipio de San Andrés y Sauces.    

Desde el siglo XVI aparecen referencias de la existencia de construcciones de cubierta vegetal en el hoy municipio de San Andrés y Sauces y localidades colindantes, según recoge el investigador palmero Luis Agustín Hernández Martín en su trabajo: “Protocolos de Blas Ximón, escribano de la villa de San Andrés y sus términos (1546-1573” publicado en el año 2014 por Cartas Diferentes Ediciones. En esta publicación se encuentran numerosas reseñas que acreditan la existencia de estas construcciones de cubierta vegetal en la zona norte de La Palma. El primer ejemplo data del 20 de febrero de 1549 en la que Blanca Yanes, de Los Galguitos, dona a su yerno Roque González unas tierras y solar “donde Roque, con su licencia y consentimiento, tiene hecho una casa pajiza, con la delantera hasta el risco…”. 

También a principios del siglo XVII existían casas pajizas en el norte de la isla concretamente en Barlovento y San Andrés y Sauces. El capitán Juan Fernández “compró una casa de madera cubierta de paja con un pomar en Los Sauces” y el licenciado Juan Pérez, beneficiado de San Andrés, adquirió “una casa pajiza junto al camino principal del lugar”.

También en el siglo XVII continúan las referencias a las casas pajizas por toda la geografía de La Palma. El profesor palmero de la ULL Jesús Pérez Morera en el trabajo “En el lugar de Los Llanos. Arquitectura y organización espacial de los primeros núcleos de poblamiento del Valle de Aridane” (Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, 2020) hace continuas referencias y diferentes centurias de casas pajizas. En el anexo documental (colección documental) de la obra citada el doctor Pérez Morera da a conocer la partición y división de las haciendas de Tazacorte y Argual en el año 1613, por parte del caballero Pablo Vandale. Numerosas casas cubiertas de paja aparecen reflejadas en la Hacienda de Tazacorte y entre ellas: “una cassa cubierta de paxa que está fuera del yngenio y frontero de la yglesia del señor San Miguel”. También figuran “siete moradas de unas casillas cubiertas de paja a un agua i las paredes de piedra seca”. En la Hacienda de Argual se detalla en el cuerpo de bienes “tres moradas pequeñas, viejas i mui ruines, cubiertas de paja que están pegadas a la casa del establo” y valorada en 20.000 maravedís “que fue apreciada otra casa cubierta de paja y paredes de piedra y barro en que vibe Felipe Baes, purgador”.

En octubre de 1641 en la partición de Ana Vandale de la Hacienda de Tazacorte la reseña de casas de cubierta vegetal es extraordinaria, figuran unas 30 o más con el nombre de sus “moradores” y algunos con sus oficios relacionados con el cultivo de los cañaverales y sus productos azucareros. De su lectura es fácil imaginar la estampa mayoritaria del hábitat arquitectónico de los operarios azucareros y sus familias en “cassa de paxa” entorno al templo de San Miguel y las casonas de los propietarios de la Hacienda de Abajo, Tazacorte.

La aportación del profesor Jesús Pérez Morera de la transcripción de las particiones hereditarias de los años 1613 y 1641 es la primera vez que se publican, no en su totalidad, y será objeto y fuente de futuros estudios por investigadores con otros asuntos y temáticas sobre la isla de La Palma de principios del siglo XVII. Esta documentación se custodia en el Archivo de la Sociedad la Cosmológica, Santa Cruz de La Palma.

Las casas pajizas, tanto de cereal como de caña, cobijaron a los primeros colonos que se establecieron en la isla y continuaron construyéndose en las siguientes centurias. Este peculiar modo de construcción que se utilizaban como “casa habitación” o “cuarto de aperos” perteneció a las clases menos pudientes y se conserva mayoritariamente en los municipios de Puntallana, San Andrés y Sauces y Garafía.

Casas pajizas en Los Sauces en el siglo XIX: Noticias y tragedia humana

Las casas pajizas se siguieron construyendo y utilizando hasta fechas relativamente recientes y quedan numerosas muestras de ellas en el municipio de San Andrés y Sauces. De este municipio se conserva, en el archivo municipal de Santa Cruz de Palma, un interesante expediente y una denuncia presentada, en 1829, por Dionisio Carrillo en la que se expone la coexistencia de las dos diferentes construcciones, en el mismísimo casco urbano de Los Sauces. Dionisio Carrillo Ginori era natural de Los Sauces y padre del liberal Blas Carrillo Batista (1822-1888), este último entre otros méritos y cargo fue un destacado maestro, diputado provincial y Alcalde de Santa Cruz de La Palma.

En su escrito, Dionisio Carrillo dice: “...que en el pueblo de los Sauces se han fabricado una porción de edificios para la comodidad de sus habitantes, otros para los hacendados de esta ciudad y muchos para recoger los frutos que allí se producen de manera que en el día forman una población de las mejores en los lugares de la isla y el que suscribe como motivo de disfrutar en el unos cortos bienes y haber puesto una fábrica o alambique de aguardiente ha construido una casa para su habitación y otra para la fábrica, que valen más de cincuenta mil reales, y le adornan bastante por hallarse situada en el mejor punto, y más arruado de la población; pero sucede que algunos vecinos colindantes usan para vivir de casas pajizas formando sus paredes un tejido o esterado de palo delgados sostenidos con estacones de tea los cuales, así por la inmediación, como por lo frecuente a incendiarse; preparan cuando menos se espere una desgracia bastante desagradable y de funestas consecuencias como paso a demostrarle”.

Este documento aporta datos etnográficos e históricos de interesante valor. En primer lugar, pone de manifiesto que en 1829 dentro del mismo casco urbano de Los Sauces coexistían dos clases de edificaciones y en segundo lugar describe detalladamente los materiales vegetales utilizados en las casas pajizas.

El escrito del industrial continúa marcando la diferencia social, el valor económico de estas y la falta de ornato público en las calles de Los Sauces a principios del siglo XIX y la fuentes de alumbrado vecinal: “Las casas pajizas después de no adornar ni tener más valor que la de trescientos reales cada una, están situadas en muy mala disposición, así para incendiarse como para incendiar a las demás, que adornan y forman lo decente de la población porque distan algunas de ellas, cuando mucho, dos varas o cuatro de las que goza el que ... y de las que disfruta otros muchos vecinos; también cruzan por entre unas y otras varios caminos estrechos los cuales se transitan con frecuencia a todas horas de la noche por las gentes del aquel campo con hachones de tea para alumbrarse, de cuyo tránsito en una noche ventosa del invierno puede ... volarse una ascua del hachón (como ha sucedido ya) y pegándose fuego en el pajonal que forma el techo a esta habitación, incendiar las casas comuneras y perecer sus habitantes que tranquilos se hallan entregados al reposo”. 

Continúa el propietario en lamento de lo que podría pasar si se quemaba “las bodegas que hay en aquellas inmediaciones en tiempo que estén llenas de vino y aguardiente que contienen grandes cantidades (como ha llegado a tener la del que expone, doscientas pipas de vino y veinte y cinco de aguardiente) y correr este líquido incendiando a destruir todos los edificios que siguen hasta la plaza de la Parroquia”.

Dionisio Carrillo termina solicitando que se dictaran normas para que se mudaran de lugar o “para tomarles los sitios donde se hallan colocadas, y fabricando en edificios útiles y de comodidad para el pueblo”.

El escrito se remite al Ayuntamiento de Los Sauces y este por medio de Andrés Ortega –debía ser el Alcalde- responde: “...que en este lugar de Los Sauces la mayor parte de las casas en que habitan sus vecinos son construidas sus paredes de varas y los techos de colmo a causa de la infelicidad de estos y lo costoso de traer la piedra, por la distancia en la que se encuentran las pedreras y de aquí es que desde tiempos inmemorial se han costeado esta clase de habitación”, no habiendo constancia que se haya pasado el fuego, de unas a otras, pero si se han incendiado algunas. Termina diciendo que el perjuicio, por incendio, “que pueden causar las casillas de colmo” inmediatas a las de Dionisio Carrillo también las pueden hacer las construidas “en teja y piedra”.  

De nada valió los alegatos del Ayuntamiento saucero. El 18 de marzo de 1830 el gobernador militar de la isla, dicta un “Bando de Gobierno” regulando las construcciones de las casas pajizas de San Andrés y Sauces. La norma va “dirigida a todos los que tengan o habiten casillas o bohíos de paja o colmo dentro del casco del pueblo, las construyan de piedra y teja” en el término de cuatro meses. Al que no lo hiciera así se le imponía duras sanciones como eran “treinta días de cárcel y de mandarlas de oficio a destruir a costa del alcalde”. También específica que quien no pudiera hacerlas de teja y piedra las debían construir en las afueras de la población. Se alega disposiciones de la corona, de enero de 1824.

Algunos de los afectados por este bando fueron los vecinos: Juan Pérez, Pablo Rodríguez Arrocha, Julián Hernández “maridos respectivamente de Isabel Hernández, Antonia Pérez y María Rodríguez”. La disposición administrativa se debió cumplir y que sepamos en el actual casco urbano de Los Sauces no existen vestigios de estas tradicionales casas campesinas. No obstante, aún hoy, aunque muy deterioradas, abundan en el barrio de Los Galguitos, al sur del casco urbano, que apuntamos pudieran tratarse que fue uno de los lugares elegido para el traslado de las casas pajizas “o bohíos” desde el caso urbano en 1830. 

En la memoria colectiva saucera se recuerda un trágico suceso acontecido en 1864, recogido el 1 de mayo de 1864 en el semanario palmero El Time. Relata el rotativo palmero que el 23 de abril de ese año en el lugar llamado Pajares, hoy debe corresponder la calle Pajares, dentro del núcleo urbano Saucedo.

En su edición de 1 de mayo de 1864, el semanario El Time relata un trágico suceso acontecido en Los Sauces el 23 de abril anterior. 

«En el punto denominado Pajares vivía la pobre familia de Antonio José Medina, que la componían éste, su esposa Teresa Hernández y sus seis hijos, tres varones y tres hembras. En la referida noche del 23 estaba el pobre padre más alegre que de costumbre, y después de cenar, mandó á sus hijos á que se acostasen, según acostumbraban hacerlo, en otra cabaña poco distante de la suya; pero la más pequeña de sus hijas, que es una niña de siete años, como si su corazón presintiera la desgracia que les amenazaba, no quiso aquella noche acompañar á sus hermanos, y se quedó con sus padres. 

Salieron, pues, los demás á hora como de las 10 llevando uno de ellos un hacho encendido. La cabaña á donde se dirigían estaba techada de paja y sus paredes eran de zarzos entrelazados también con paja. Al llegar á ella el niño que llevaba el hacho lo tiró fuera, y entraron todos en la choza, en la que había grandes haces de paja de centeno y porción de frejes (sic) de mimbres (pues Antonio Medina tiene el oficio de cestero). Hallábanse ya dormidos los cinco hermanos, cuando una chispa llevada del hacho por el viento á las paredes de la cabaña, prendió fuego en ella, y cuando aquellos despertaron la choza estaba ardiendo por los cuatro costados, pues el incendio apenas duró seis minutos: el más viejo, que tendrá 21 años, se lanzó fuera por entre las llamas, y corrió despavorido á casa de sus padres. Los otros hermanos pudieron también salir con la ropa quemada, que apagaron arrojándose entre los cercados sembrados; más las dos hembras perecieron entre las llamas. 

El pobre padre á la llegada de su hijo, salió precipitadamente, y viendo presa del fuego la cabaña en que se abrasaban sus hijas, pugnaba por lanzarse en medio del fuego para salvarlas… mas ya no existían, y los vecinos que habían corrido al sitio del incendio, detuvieron el impetuoso arrebato del desgraciado padre, cuyo amor hácia (sic) sus hijos no habrían ya entonces podido hacer más que aumentar con su cuerpo las víctimas del voraz elemento.

Las hermosas niñas que perecieron en aquella horrible hoguera tenían, la una once años, llamada Manuela, y la otra, Antonia, nueve años: sus cuerpos, horriblemente desfigurados y hechos carbón, han sido sepultados en una misma fosa.

Tal es la sucinta narración del desgraciado acontecimiento que ha llenado de consternación á estos vecinos, sumiendo en el dolor y la miseria á aquella infortunada familia».

Entre otros datos, esta lamentable y dramático suceso, aporta la descripción física y los materiales vegetales de las edificaciones con cubierta de paja y paredes de zarza y paja. El padre de las desafortunadas niñas era cestero y en la cabaña almacenaba el material básico en fejes de paja y mimbre. Posiblemente, Antonio Medina trabajaba balayos de colmo (‘paja de centeno’) y mimbre y cestos elaborados sólo con mimbre. Conviene poner de relieve, además, que el entramado que forman las pajas y varas de las casas pajizas eran amarrados con mimbre, lo que invita a pensar que el propio Medina fuera el constructor o hacía el mantenimiento de su propia vivienda de paja.

Historias y vida cotidiana con tragedias humanas de Los Sauces, en el municipio de San Andrés y Sauces, que hablan por sí solas del pasado, no tan lejano, de las casas o pajares de cubierta vegetal y de sus moradores. Lo que deparará para el futuro de las que se conservan ya no está en nuestra mano, son otros los que deben estudiar por su interés antropológico y etnográfico su permanencia y rescate antes que no quede rastro de ellas. 

 

* María Victoria Hernández es cronista Oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009)

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