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Una rosa para cada nicho sin nombre de los migrantes fallecidos en la tragedia de El Hierro

Un superviviente de la ruta canaria reza frente a cada uno de los nichos sin nombre de los migrantes fallecidos en la tragedia de El Hierro

Natalia G. Vargas

Santa Cruz de Tenerife —

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Pasaron 22 días a la deriva, en una embarcación precaria. Algunos murieron de hambre y sed poco antes de ser localizados a 500 kilómetros de El Hierro, al borde de la nada más absoluta. Pero más de dos semanas después de la tragedia, sus cuerpos han sido enterrados en nichos sin nombre, marcados por una cifra de tres dígitos por si alguien alguna vez los buscara. Nueve de las 24 víctimas de la tragedia más reciente de la ruta canaria han sido sepultadas este viernes en Tenerife, en el cementerio de San Francisco de Igueste (Candelaria). Nadie les dijo adiós. Es posible que muchas de sus familias aún desconozcan su paradero. Además de los sepultureros, solo un joven senegalés que pasaba por allí se despidió. Él también llegó en un cayuco a El Hierro en noviembre. Con la espalda erguida, se para frente a cada uno de los nueve nichos del camposanto de Candelaria para rezar: “Lo hago por sus familiares, que no pueden estar aquí”. Con las manos hacia el cielo bendice su suerte: “Yo también podría estar muerto”.

Este viernes, tres trabajadores de la funeraria cargaron cada uno de los ataúdes. “Solo dos pesan. Los demás deben ser chavales”, comentaban. Según los datos de la Delegación del Gobierno, en ese cayuco murieron al menos dos menores. Joaquín, el sepulturero, lleva 20 años trabajando en el cementerio de San Francisco de Igueste, pero nunca había inhumado a ninguna persona migrante que hubiera perdido la vida en el mar. “Me choca. Pienso en los chicos migrantes con los que yo solía jugar al fútbol. Hassan, Abdou... Aún recuerdo sus nombres”.

Cuando el entierro estaba a punto de finalizar, Joaquín y el joven senegalés no paraban de observar los huecos blancos, que contrastaban con los mensajes de cariño y las flores que adornaban el resto de tumbas. Solo Cruz Roja había enviado una corona de flores. Por lo que ambos comenzaron a repartir las rosas rojas entre los nueve cadáveres. “Ahora parece que tienen un poco más de vida”, señaló el sepulturero aliviado.

El resto de cadáveres recibirán sepultura este sábado en el cementerio de Santa Lastenia, en Santa Cruz de Tenerife. Según fuentes próximas al caso, 14 personas serán enterradas en la capital en torno a las 10.00 horas. El cuerpo restante no será inhumado aún, por haber sido reclamado por una familia del País Vasco. Toxicología concluyó esta semana que no se podía determinar inequívocamente el parentesco, por ser ''únicamente hermanos por parte de madre''. Según el TSJC, esta decisión judicial no cierra las vías a la persona que reclamó el cuerpo del posible hermano a que pueda reclamarlo en un futuro si encuentra nuevas vías para probar el vínculo.

Los cuerpos de la tragedia permanecieron en el Instituto de Medicina Legal desde la noche del 28 de abril, cuando Salvamento Marítimo trasladó los cadáveres hasta el puerto de Los Cristianos, al sur de Tenerife. Desde entonces, el establecimiento estuvo “al máximo de su ocupación”, pese a que los cuerpos ya no servían para hacer mas pruebas, según fuentes del Instituto.

Los tres supervivientes, una mujer menor de edad y dos hombres, siguen recuperándose del impacto de haber pasado poco menos de un mes en mitad del océano, viendo cómo poco a poco sus compañeros de travesía perdían la vida y teniendo, en ocasiones, que arrojar sus cuerpos al mar.

El rescate de las tres personas que sobrevivieron a la ruta canaria, la más mortal de acceso a Europa, fue ''terrible''. Las personas que participaron en la misión la recuerdan como la más dura. Un avión del Ejército del Aire se topó por casualidad con la embarcación. “Estaban solos, en mitad de ninguna parte”. El sargento primero Fernando Rodríguez y el cabo primero Juan Carlos Serrano cogieron en brazos a la mujer y a los dos hombres, que estaban deshidratados e incapaces de levantarse. Tenían que transportarlos por el cayuco, sorteando cuerpos sin vida.

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