Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Canciones francesas
Cada vez que veo a un político haciendo campaña tengo la sensación de que se va a hincar de rodillas y se va a poner a cantar el Ne me quitte pas de Jacques Brel. Hay que imaginarse el cuadro. A mí me parece una canción maravillosa, aunque algunas estrofas sean para pegarse un tiro, como esa de yo te traeré perlas de lluvia de un país donde nunca llueve, qué poca vergüenza. Lo que pasa es que mi Jacques, entre su desesperación de papel maché y sus lágrimas de mentira, era capaz de encontrar al final de la canción unos versos redentores: yo me esconderé para verte bailar y reír, cantar y después sonreír. Con eso y unas pocas inflexiones de la voz te acababas creyendo que toda esa pena era de verdad.
Lo de hacer campaña, por otro lado, es un decir, porque la campaña electoral ocurre todos los días, como los milagros. Solo que ahora, de repente, te necesitan. Yo me los imagino discutiendo entre ellos, cuando salen de los plenos: el sistema está bien, se roba, se miente, no pasa nada, la pena es lo de votar cada cuatro años. Con lo felices que parecían en 2011. Tanta primavera por delante, llamadas, enhorabuenas por la espalda, apretones de manos, reuniones para formar Gobierno, planes y sueños.
Parece que fue ayer y, sin embargo, ya están otra vez en la puerta los ciudadanos, esa cosa tan molesta que se olvida durante cuatro años y se recuerda durante dos meses. Qué pesadilla. Ponte a hacer obras, a comprarte trajes para inaugurar hormigones. Y que nunca están contentos. Pero tenemos un plan: buena cara y repartir sonrisas, besos, abrazos. Bajemos a la tierra, qué remedio y qué penitencia, para compartir mesa y mantel con los empleados.
Estos meses, también es verdad, nos dejan escenas impagables, como cuando Manuel Pizarro, aquel candidato a vicepresidente económico del PP que pasó por la actualidad igual que un saludo en un ascensor, fue a visitar un mercado de abastos y se puso a preguntar el precio de la merluza con cara de pánico, incapaz de distinguir al pescadero de su chófer y al chófer del guardaespaldas. Es el consuelo que nos queda: ver como nuestros políticos son reducidos a sonoridades balbucientes por la realidad, que siempre les coge a pie cambiado y con la promesa incumplida.
Volviendo a las canciones de amor, el truco está en contar mentiras sin que se note. Para eso hay que saber dónde hay que meter una nota más alta y dónde entornar un poco los ojos. Hace falta vocalización, teatro y haber estado vivo mucho tiempo siendo de verdad, no una sombra diseñada por un departamento comercial. De esa manera se pueden decir cosas nuevas con las palabras de siempre. Que es exactamente lo contrario de lo que se hace en política.
El genio, habíamos dicho, se mueve sobre una línea muy fina que separa lo sublime de lo ridículo, el hallazgo de la gilipollez. Mi Jacques Brel, belga, bohemio y dentón, se pasó toda la vida bailando sobre esa línea que corta como una navaja. Hay que verlo cantar, casi en un éxtasis, haciendo pucheros y tragándose los mocos como un niño en el asiento de atrás del coche para captar la totalidad de la metáfora: ese no me dejes, no me dejes, que repiten estos días una y otra vez los candidatos a seguir defraudándonos.
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