Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Al diablo con la normalidad
Reconozco que ya no aguanto ni un minuto más la normalidad en la que fingimos vivir. Lo normal, lo normal, la película de ciencia ficción en la que vivimos rodeados de chuches y en anestesia permanente mientras el suelo de vidrio sobre el que habitamos se resquebraja a una velocidad incompatible con la salvación.
Al diablo con la normalidad, con el homenaje a Bach en el FIS de la élite, con Medea en la piel de Aitana Sánchez-Gijón; al diablo con las vacas de la ministra Tejerina; al diablo con la universidad, con el transporte público o con la permanente simulación política. Al diablo con las vacaciones de verano, con el verano sin vacaciones para los asesinos de mujeres o los pinches festivales de verano donde se baila lo que se ponga aunque lo que se ponga sea insoportable desde el punto de vista político o moral.
Al diablo con la Púnica, la Pantoja y los imbéciles corneados por animales torturados en nombre del interés turístico nacional. Al diablo con todo porque en las fronteras de nuestra normalidad se agolpa el mundo que paga las consecuencias de siglos de colonialismo, manipulación y violencia viril. A nuestras espaldas se cocina el mayor drama humanitario conocido en la historia de la Europa moderna mientras nosotros seguimos exportando armas, importando mierda y mirando hacia otro lado.
No puedo soportar nuestra indolencia ante los miles de sirios que tratan de salvar su vida en esta Europa putrefacta, ni ante los miles de subsaharianos que pavimentan el fondo marino de un Mediterráneo que hace de foso medieval ante las hordas de seres no-humanos que piden nuestra comprensión, cierto sentimiento de hermandad imposible entre los que no se reconocen humanos. Francia hizo lo mismo con los refugiados republicanos españoles: los metió en campos de concentración regados por su territorio nacional y sus colonias el norte de África. Y al igual que ahora, no pasó nada porque los apresados eran los nadie, los derrotados de la historia, los perdedores del sistema-mundo que tiene la mala costumbre de dejar fuera de la historia a la mayoría de la humanidad.
Al diablo con las ballenas que despedazan los japoneses o ante el desastre ecológico del extractivismo occidental. Al diablo con los derechos de las minorías blancas y con la estupidez política de los que podrían haber podido si no fueran de Podemos. Al diablo con mis inútiles artículos, con mi maldita costumbre de amanecer cada nuevo día con las esperanzas restauradas y las heridas restañadas. Al diablo con el amor, con la pasión, con los anhelos individuales.
Siento que nuestra indiferencia, nuestra normalidad que pisotea la anormal subsistencia del resto me hace, nos hace, no-humanos también. Seres brutales que por proteger nuestros escasos privilegios primermundistas somos capaces de ignorar el ensordecedor repicar en las puertas de nuestra egoísmo.
Me duele todo. Me duelen las lágrimas que no brotan de mí, me duele el dolor ajeno menos que el estupor ante el silencio propio.
Escribo desde un país en guerra que no es el mío y escribo para lectores de mi país que también es un país en guerra: una guerra tan inhumana como todas pero más vergonzante que todas las anteriores. Ya sé lo que habríamos hecho si en plena II Guerra Mundial un tumulto de personas marcadas con triángulos rojos (prisioneros políticos), negros (gitanos y 'asociales'), rosas (homosexuales), azules (inmigrantes) o amarillos (judíos) se hubieran apiñado en los Pirineos: hubiéramos prendido fuego a los bosques para levantar una muralla de fuego que nos salvara a nosotros y lograr que el humo no nos dejara ver el genocidio. Siempre hemos hecho lo mismo, pero ahora, cuando presumimos de civilización y publicamos estudios sobre los derechos humanos fuera de nuestras fronteras, es más doloroso comprobar nuestra falta de evolución, nuestra involución individualista.
Al diablo con esta normalidad tan anormal, tan inmoral, tan dolorosa. Si dios existiera nos mereceríamos un castigo divino. Ante su evidente ausencia, nos toca reaccionar y demostrar que por encima de la irracionalidad inhumana de los estados, está la dignidad solidaria de los pueblos. ¿Seremos capaces?
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