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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El discurso de Diódoto

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Miguel Ángel Chica

Hubo una época en la que yo iba por la vida con el primer tomo de la Historia de la Guerra del Peloponeso en el bolsillo del abrigo. Qué tiempos. Qué griegos aquellos. Se pasaban la vida peleándose, eso es verdad, pero cómo hablaban. Qué razonamientos, qué discursos. El griego más tonto, que a lo mejor era general, te soltaba una perorata de cuatro páginas con su tesis, su antítesis, sus argumentos uno encima de otro, todo lleno de palabras griegas, qué cosa tan elegante. Qué idioma. Yo no lo hablo, ni lo leo. Pero qué idioma. Para decir “periodo de tiempo de cincuenta años”, por ejemplo, decían pentecontencia, que es una palabra tan bien puesta y tan bien dicha que parece una tarde de verano cuando tenías dieciséis años y te salías a la puerta de la calle a jugar al fútbol esquivando viejas.

Y es una tontería, es sacar las cosas de contexto, es mearse en las macetas y, en tres palabras, es hacer demagogia barata, pero nunca está de más recordar que cuando los griegos navegaban por todo el Egeo y fundaban ciudades y construían partenones y escribían obras de teatro que todavía se representan y levantaban sistemas filosóficos y tantos y tantos etcéteras, en el norte de Europa la gente aún no había desarrollado un sistema eficaz para contarle a una cabra las patas.

Tucídides, que relató la guerra entre los atenienses y los espartanos, con sus aliados, sus rebeliones, su política exterior y sus trirremes y sus asambleas, era un general ateniense desterrado que decidió poner por escrito la historia de la desgracia de su ciudad. Resulta asombroso que un hombre que lleva dos mil cuatrocientos años muerto sentara las bases del método que empleamos hoy en día para desentrañar verdades históricas: filtrar experiencias, testimonios y escritos. Y luego contarlo.

Esa gente, a base de vivir y atreverse -ahí tienes a Atenas, que invadió Egipto y después invadió Sicilia, y se llevó tantas y tantas hostias, tantos reveses, y aun así siguió una y otra vez, atreviéndose, y cuando Alcibíades fue a visitar a la flota desde su exilio, la víspera de la última batalla y les dijo a los chicos que si se empeñaban en luchar en la playa los derrotarían irremediablemente, incluso en ese momento los buenos hombres de Atenas tuvieron el atrevimiento de rechazar el consejo y suicidarse de la manera más bella y más trágica, heridos de hybris y muriendo de puro atenienses que eran- levantó tantas y tantas cosas que todavía prevalecen en nosotros que a mí me da mucha vergüenza que el presidente de mi país acuda a una cumbre europea y le niegue el saludo al primer ministro de Grecia mientras se frota contra la pierna de una alemana rubia. Me genera un poco de inquietud.

Yo no sé qué habrán hecho los griegos exactamente. ¿Falsearon balances, levantaron un sistema político perverso basado en una partitocracia que se turnó en el poder durante cincuenta años, se corrompieron, desviaron fondos públicos? Esas cosas, habría dicho la buena gente de Corinto, de Corcira, de Mileto y de Tebas, esas cosas no las hizo el pueblo de Grecia. Tampoco las hizo Tsipras. Lo sé yo, lo sabe Bruselas y lo sabe Rajoy.

Somos gente de mundo, parecían decirle a Samaras, cuyo partido sí hizo todas esas cosas, en las reuniones del Eurogrupo: ¿Quién no ha llevado a su país a la bancarrota alguna vez en los tiempos que corren? Quebrar un país es un asunto espúreo. A Tsipras solo quería recordarle, mi presidente, a su manera maleducada y tan española, que a Europa se va a proteger las inversiones alemanas por mucha miseria que eso genere en unos cuantos millones de personas que, a fin de cuentas, solo son cifras en los portafolios de los poderosos.

En el cuarto año de la Guerra del Peloponeso la ciudad de Mitilene, en la isla de Lesbos, decidió romper su alianza con Atenas y unirse a Esparta. Después de varias batallas, muchos viajes en trirreme y un asedio que duró meses los atenienses sofocaron la rebelión y volvieron a tomar la ciudad. Entonces se encontraron ante un dilema: cómo castigar a Mitilene. El político y general Cleón propuso su aniquilación completa: matar a todos los mitileneos y vender como esclavos a las mujeres y los niños. La asamblea de Atenas, enfurecida por la rebelión, optó en principio por esta opción. Pero entonces se levantó Diódoto.

No sabemos mucho de este personaje extraño, que solo aparece en la obra de Tucídides para exponer un único discurso brillante y después desaparece como una niebla en el amanecer de la historia. Diódoto hizo ver a los atenienses la injusticia que estaban a punto de cometer: era necesario castigar a los oligarcas que habían promovido la rebelión, pero ¿por qué culpar también al pueblo de Mitilene, que no había tenido opción de apoyar o rechazar la política impuesta por sus gobernantes? Terminó su argumentación con una frase rotunda: “Quien toma sus decisiones con prudencia es más fuerte frente a sus adversarios que aquel que, basándose en la fuerza, se lanza a la acción de forma insensata”. Y consiguió salvar al pueblo de Mitilene.

Es probable, solo probable, que los griegos, tan del sur y del Mediterráneo, todavía tengan, como aquellos buenos atenienses de Tucídides, que seguir enseñándonos cosas.

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