Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La pausa
Era una playa muy grande. Sobraba espacio pero todo el mundo estaba amontonado en una zona de unos cien metros de anchura, justo en el lugar en el que desembocaban las escaleras de acceso. En el mar los bañistas estaban concentrados también en una estrecha franja delimitada por dos banderas rojas. Había un gran oleaje. Cuando un bañista abandonaba el área de seguridad los socorristas corrían hacia él al tiempo que soplaban con fuerza sus silbatos y hacían aspavientos con las manos.
Cada vez que Alfonso se sentía angustiado su mejor antidepresivo era darse un baño en el mar. Zambullirse le proporcionaba una alegría que comenzaba en lo puramente físico y que acababa conquistándolo por completo. El agua fría calmaba los dolores crónicos que padecía desde el accidente y, al tiempo, apaciguaba la ansiedad que sentía cuando se paraba a pensar en todas las secuelas. Ese día tuvo que conformarse con un baño incómodo debido a las grandes olas y a la fuerte resaca. En un par de ocasiones perdió el equilibrio y su cuerpo se vio arrastrado por una violenta corriente de espuma y arena. Era como girar dentro de una lavadora, todo daba vueltas y no podía distinguir dónde estaba la superficie y dónde el fondo. A su alrededor, los otros bañistas parecían disfrutar de aquel desorden: piernas, brazos y cabezas volteados, trajes de baño descolocados, cuerpos semidesnudos arrojados a la orilla.
Tras el baño, Alfonso se sentó en su toalla. Escudado tras sus gafas de sol podía mirar con tranquilidad, sin temor a ser descubierto, pues de la misma forma que a él le gustaba mirar sabía que generalmente a los otros no les gustaba ser mirados. Al principio llamó su atención una pareja situada a su izquierda. La mujer reprochaba cosas al hombre: Coloca bien la toalla. ¿No ves que te estás llenando de arena? Haz el favor de darte bien la crema. Para colocar la sombrilla así es mejor que no hagas nada. El hombre recolocaba la toalla, retiraba los restos de arena, se aplicaba la crema protectora y se esforzaba por clavar bien fuerte la sombrilla. Parecían una madre y un hijo, solo que de la misma edad.
Pronto dejaron de interesarle. Fue entonces cuando vio a la mujer. Estaba sentada junto a la orilla, de cara al mar. El agua impulsada por las olas más fuertes llegaba de cuando en cuando hasta sus pies. Tenía una bonita espalda en la que, fruto de su postura ligeramente encorvada, se podía distinguir la línea marcada por su columna vertebral. Solo llevaba la parte inferior del biquini. El pelo, moreno y muy corto, dejaba la nuca al descubierto. Al principio él no supo bien qué estaba haciendo ella encogida sobre sí misma junto al mar. Un ligero movimiento de su cuerpo le permitió descubrir que estaba leyendo. Tenía, además, un lapicero o bolígrafo en su mano derecha con el que jugueteaba y hacía anotaciones.
Se preguntó cuál sería el título del libro. Pensó en dar un disimulado paseo por la orilla para tratar de adivinarlo pero antes de que se decidiera ella se levantó, se dio la vuelta y caminó directamente hacia él. Alfonso pudo observarla con detenimiento. Le pareció un poco mayor de lo que había imaginado inicialmente, debía de tener unos cuarenta años. Era una mujer elegante y atractiva y aunque se movía con normalidad daba la sensación de hacerlo muy despacio. Sus pechos no eran ni grandes ni pequeños y estaban ligeramente caídos. Sus pezones eran enormes, casi desproporcionados. La marca del biquini revelaba que no hacía topless de forma usual, más bien parecía una de esas mujeres que, sabiéndose en el anonimato de una playa lejana, a salvo de las miradas de vecinos, amigos y compañeros de trabajo, decide hacer lo que le apetece, como si su pudor no se activara con los desconocidos.
La mujer se detuvo a unos metros de él, que pudo seguir observándola con detenimiento mientras ella, echando levemente hacia atrás su cabeza, bebía agua mineral. Alfonso intentó adivinar el título del libro pero la distancia era excesiva. La mujer hacía movimientos suaves estirando su cuello: inclinaba muy despacio su cabeza hacia la izquierda, la derecha, adelante y atrás. Tras finalizar los estiramientos se dirigió hacia el mar. Alfonso, sin pensárselo demasiado, se levantó y caminó hacia la toalla de la desconocida. Su intención inicial era pasar junto a sus cosas con naturalidad. Mientras se acercaba le pareció reconocer los colores y la ilustración de la portada. Cómo puede ser, pensó Alfonso, que justo en esta playa esta mujer esté leyendo ese libro, extraño y difícil de encontrar, y no otro. Seguro que me equivoco, no puede ser ese libro, seguro que es otro aunque yo íntimamente deseo que sea ese.
A medida que se acercaba las dudas se fueron disipando hasta que pudo ver con claridad la portada, inconfundible para él, en la que se podía leer: La pausa. Alfonso Márquez. Se quedó unos segundos quieto, junto a la toalla de la desconocida, mirando el libro ya sin ningún disimulo. Se arrodilló, abrió la novela, que estaba llena de anotaciones, cogió el lapicero y comenzó a pensar en una dedicatoria. Había tantas cosas que le apetecía escribir. Y, sin embargo, no sabía por dónde empezar. Llevaba tanto tiempo sin poder decir aquello que quería decir. Desde aquel accidente nada de lo que antes era fácil resultaba ahora sencillo.
Estuvo así unos minutos, con la idea precisa de lo que quería escribir flotando en su mente pero incapaz de poder convertir esa idea en palabras. Finalmente, resignado, cerró el libro y observó la portada durante unos segundos. Cuando levantó la vista su mirada se encontró con la de la mujer que, con el cuerpo totalmente mojado, parecía llevar un rato observándolo. Los dos se quedaron paralizados unos segundos, ninguno parecía saber cómo comportarse, así que se limitaron a mirarse el uno al otro. Finalmente, Alfonso se levantó con torpeza, se dio media vuelta, caminó de forma precipitada hacia su toalla, cogió con rapidez todas sus cosas y se fue sin volver la vista atrás.
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