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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Perra vida

Más de 3,5 millones de andaluces viven en riesgo de pobreza y exclusión social, cerca del 40% de la población

Alejandro Sanz Láriz

Escribió el maestro ruso León Tolstoi que “si un hombre aspira a llevar una vida honorable, su primer acto de renuncia es el de lastimar a los animales”. Y en nada puedo objetar a esta sentencia, más aún en una época en la que el debate social pone su acento sobre estos temas. Pero el otro día me contaron una historia muy curiosa cuya conclusión quiero compartir con ustedes.

Al parecer, una asociación cántabra de protección canina ofrece algunos de los perros que han recogido en adopción temporal mientras se encuentra una persona interesada en convertir esa estancia en permanente. Nada más loable, la sensibilidad con el animal abandonado o herido nos hace más nobles. Pues bien, uno de los canes recientemente acogidos había sido entregado a la asociación por un mendigo; bueno, seamos políticamente correctos, por una persona socialmente excluida. El mendigo en cuestión explicó, en el momento de hacer la entrega, que él, lógicamente, carecía de los medios adecuados para cuidar del animal.

Bueno, pues la asociación puso en marcha sus nobles intenciones y el perro pasó efectivamente a un hogar de acogida temporal, mientras encuentra un amo (o un amigo) definitivo. Hasta aquí todo perfecto, pero la reflexión última que me quedó -sin ningún reproche para la asociación, que bastante hacen ellos- es que el animal encontró quien lo cuidase… ¡pero el mendigo no!

En mi adolescencia pasé prolongados períodos en Inglaterra, un país que goza de una merecida fama de cuidar a sus animales, aunque, eso sí, mejor no pregunten a los zorros. Recuerdo que muchos parques estaban poblados de ardillas, a las que era habitual ver saltar de un árbol a otro, jugar en la hierba e incluso acercarse confiadas a las personas que les ofrecían algún alimento. Esto me pareció insólito ya que nunca había visto nada parecido en España y se debía a que las ardillas estaban fuertemente protegidas por las autoridades. De hecho, en numerosos carteles de cualquier parque podían leerse las graves consecuencias a las que se expondría aquel al que se le ocurriese la nefasta idea de molestar a los animales.

Muy bonito, sí, muy civilizado. Pero era el mismo país en el que cualquiera le podía pegar una patada en el culo a un negro –perdonen la crudeza- y ningún policía hubiera movido un músculo; es más, hubieran seguido haciendo carantoñas a las simpáticas ardillas.

Entiéndanme, no estoy pidiendo que rebajen la protección a los perros vagabundos o que dejen sin alimento a los gatos callejeros. Perdonemos al noble toro que sufre con desgarro en la plaza. Ayudemos a los delfines atrapados en las redes, desencallemos a los cachalotes de la playa y torzamos el gesto cuando los japoneses arponean ballenas… pero insisto, ¿qué pasa con el mendigo?

Ya sé que ni los perros, ni los gatos, ni los zorros, ni los pingüinos, ni los ositos panda tienen culpa ninguna… pero, ¿qué pasa con el mendigo?

De alguna forma tenemos que dotar a nuestro comportamiento social, a nuestras normas, a nuestra sensibilidad, de una componente compasiva. Es fabuloso que a todos se nos revuelva el estómago cuando un desalmado ahorca a un galgo porque ya no sirve para correr, o que nos compadezcamos de ese pelícano completamente cubierto de alquitrán… pero, ¿qué pasa con el mendigo?

No me hagan mucho caso. A mí me encantan los animales, pocas escenas hay tan elegantes como un caballo al galope; tan majestuosas como un león contemplando la sabana; tan grandiosas como una manada de elefantes... Y, se lo confieso, no me he traído el mendigo a mi casa, ni siquiera le he buscado para invitarle a un bocadillo. Solo soy el molesto individuo que no puede parar hasta que les contagie a ustedes el molesto picor que me entró por todo el cuerpo cuando conocí esa historia.

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