Empiezo a vivir un romance virtual con los políticos cántabros. Son maravillosos. El de siempre anda con los pantalones a la altura de los tobillos y las anchoas atragantadas en la puerta de La Moncloa; y la promesa andante ahora se siente aplastado por un rodillo que él ha manejado con destreza durante los últimos años.
Es emocionante ver a Íñigo de la Serna “consternado”, “sorprendido”, sintiendo “verdadera lástima”… Lo imagino entonces en su larga estampa, llorando al teléfono mientras su jefe máximo, Mariano, le dice aquello de: “Sé fuerte, Íñigo” o un “estamos contigo”.
En realidad confío tanto en el PSOE al frente de la Federación de Municipios y Provincias (cuyo control ha perdido el PP de De la Serna) como en Calamardo y Bob Esponja liderando la nueva Cataluña independiente que nos prometen los agitadores del españolismo. Lo que me gusta, y mucho, es lo del rodillo.
Pobre De la Serna… Está sintiendo en carne propia el significado (y las huellas) de los rodillos políticos. Esos que el Partido Popular ha hecho rodar sin compasión en el Congreso y en el Senado, ese que él mismo ha manejado con destreza en el Ayuntamiento, donde el PP perdió en este mes de julio su primera votación en 16 años: antes no podía perder una porque un rodillo precioso con una gaviota serigrafiada se pasaba a la hora de tomar cualquier decisión.
Este ha sido un país de mayorías absolutas, para eso diseñamos una ley electoral injusta y desproporcionada. Y ahora, en estos tiempos convulsos, lo que más está costando a los políticos que algún día nos prometieron la democracia es tener que llegar a acuerdos, negociar, ceder, conciliar. De eso no sabemos aquí. Aquí nos mola la victoria por aplastamiento, ya recuerdan aquello de: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares”.
Ahora nuestros políticos están casi todos desarmados, desconcertados, cautivos de su propia historia, de sus propias mentiras, de su pasado. De la Serna también. El Partido Popular no sabe moverse en un ambiente fragmentado. Por eso, estos chicos bien peinados y mejor vestidos siguen sin entender por qué no gobiernan en muchos municipios aunque fueran la lista más votada (la democracia es así), por eso promulgan con su rodillo leyes represivas que escandalizan a medio mundo (menos a los españoles) para frenar unas protestas que no les caben en su cabeza, por eso tiran de la demagogia cuando comienzan a perder el poder que su propio rodillo (y el miedo a la crisis) les ha otorgado en estos últimos años.
Pues nada… a sufrir. Si Nadal está aceptando que sus rodillas pueden fallarle, no va a ser menos De la Serna, un campeón de la política al que la rumorología santanderina le ha atribuido ministerios y puestos varios en las alturas y que ahora, “cautivo y desarmado”, tendrá que aceptar que es un político local, alcalde de una pequeña ciudad capital de un país lleno de pequeñas capitales y que solo tendrá que ir a Madrid a recibir instrucciones en Génova 13 o a las tertulias televisivas donde muestra la peculiar “renovación” política del PP. Que su rodillo (y el del resto) nos pille confesados.
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