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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Tiempo de espera-nza: análisis musicalizado

Antonio Mantecón, Lydia Alegría, Miguel Saro y Gabriel Moreno. | R.A.

Susana Ruiz

He escrito este artículo tres veces. Más por necesidad que por cumplir ese mandato que nos obliga a analizar los resultados electorales, a pedir disculpas, a hacer autocrítica y llorar muy mucho por las oportunidades perdidas. En tiempos del fast food intelectual y mediático, cualquier opinión es válida siempre que se pueda consumir en tiempo real. Estamos demasiado acostumbradas a analizar la política sin espera, sin darnos margen a construir un pensamiento crítico y ponderado, sin esa mirada de amplio espectro que necesita algo que va más allá del corpus ideológico del opinador en cuestión y se intrinca en movimientos sociológicos profundos. Este texto tiene banda sonora. Os pido que me acompañéis escuchándola.

Que la izquierda transformadora ha sufrido un varapalo de proporciones bíblicas no es opinable. Los datos están ahí, tozudos, y por más que los queramos disfrazar de unicornios voladores, no van a mutar. La mayoría de los 'ayuntamientos del cambio' han caído, la mayor parte de las candidaturas sin responsabilidades de gobierno también. Tanto donde iban en confluencia, como donde iban solas como plataformas de independientes, no asociadas a partidos tradicionales. Santander resiste con un solo concejal y está por ver si los partidos que han estado en la oposición más de cuarenta años son capaces de aunar fuerzas para desbancar un nuevo gobierno municipal, apoyado en la más rancia ultraderecha.

Aquí salimos con un lema para la campaña: 'Recuperar la ciudad, recuperar la ilusión'. Craso error. No podíamos recuperar lo que nunca fue nuestro. En una ciudad en la que durante ochenta años (cuarenta de franquismo y cuarenta de democracia) jamás hubo alternancia política, no se puede recuperar nada. Se tiene que conquistar. Se tienen que conquistar los derechos sociales, el espacio público, la forma de gobernanza, las maneras en las que la ciudadanía se dirige a los que mandan. Se debe dar la vuelta a la idea de ciudad como espacio en el que se sobrevive y convertirla en un espacio de impugnación de un modelo de vida que no es tal. No se puede gobernar para todas, porque eso es comprar un discurso falaz que nos dice que todas somos iguales. Cuando has perdido tu casa, tu trabajo, cuando sabes lo que es que te corten la luz o enfrentarte a un desahucio, cuando no puedes acceder a las ayudas sociales o tu raza es suficiente carta de presentación para que no te den un trabajo. O cuando no puedes optar a un alquiler porque los pisos que deberían estar disponibles para tu familia se alquilan a turistas por diez veces lo que cuestan. O cuando el hambre hace que no puedas dejar al marido que te golpea. O cuando tus hijos te piden que les compres una peonza, pero en tu monedero no resuena más que el dinero justo para una barra de pan. Entonces entiendes que no se puede gobernar para todas. Que se debe gobernar entre todas, pero colocándote enfrente de quienes usan sus privilegios para que tu no puedas sentarte a la misma mesa que ellos.

Pero me niego en rotundo a sacar la navaja y contribuir a la masacre que otros parecen estar disfrutando, como cochinos revolcándose en el barro de sus propias miserias. Hemos cometido errores, seguro. Pero si dejamos de lado nuestro provincianismo y abrimos los ojos a lo sucedido en el resto del estado, veremos que los errores no son solo propios, que también, sino que son colectivos. ¿De qué nos sirve ahora apuñalar a la compañera con la que hemos compartido meses de trabajo, intentando que su responsabilidad sea más grande que la nuestra? De nada. Es tiempo de juntar cabezas, darnos un abrazo y repensar muy fuerte sobre lo pasado y sobre lo que queda por venir.

En estos cuatro años de trabajo municipal se han conseguido cosas que hasta entonces eran impensables. En los ayuntamientos se han llenado los plenos de relatos que nunca se antes se habían escuchado. Palabras como “desahucios”, “feminismo”, “vivienda pública”, “derechos sociales”, “remunicipalización de servicios”, “precarización”, “memoria histórica”, “redistribución de las rentas”, “gentrifricación”, “turistificación”, “bienestar animal”, “transparencia”, “auditoria ciudadana” y un largo etcétera, han resonado entre esas cuatro paredes todos estos meses. Y lo han hecho de la mano de quienes veníamos a dar voz a los sin voz. A quienes nunca se sintieron representados por opciones políticas que después de conseguir sus votos se olvidaban de por qué habían sido elegidos. Un representante público no es más que una mera correa de transmisión de las necesidades de la ciudadanía, aunque en la mayor parte de las veces se conviertan en voceros de los poderes fácticos de nuestras localidades, inanes brazos de madera que representan solo los intereses especulativos de empresarios y grupos de poder.

Se han podido realizar políticas transformadoras, probablemente no las suficientes, pero en cuatro años es muy complicado cambiar la inercia de una administración diseñada para dar servicio al capital y no a las vecinas. Quizás faltó valentía, experiencia y sobre todo un relato común. Tyrion Lannister, en el último capítulo de la serie Juego de Tronos lo dejó claro: “Qué une al pueblo? ¿Las huestes, el oro, las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla. Ningún enemigo puede vencerla”. Nos ha faltado eso, una buena historia compartida. Y nos han sobrado demasiadas batallas épicas en las que los enemigos a batir eran los propios compañeros de regimiento. Sembrar la opinión publica de vísceras en lugar de transmitir las luchas ganadas desde el común ha sido uno de los factores fundamentales de la desafección a nuestro espacio político. Por eso me niego a compartir reflexiones que ahonden en ello. En tiempos en los que las banderas importan más que las políticas de redistribución de las rentas, flaco favor nos hacemos si la que pretendemos enarbolar está manchada con la sangre de los caídos. Hace falta mucha menos épica para construir lo que está por venir.

Uno de los errores del municipalismo, a mi entender, ha sido pensar que era solo eso. Una forma de hacer política que debía circunscribirse a local. Para mí el municipalismo es una manera de ser y estar, de poner encima de la mesa practicas virtuosas, de participación colectiva, de ética política. Aislarnos, sin referentes supramunicipales que apoyen esas candidaturas populares, solo ha contribuido a no poder crear esa historia tan necesaria para que el enemigo no pueda vencerla. El ejemplo de Ocupa Política brasileño y otras experiencias similares puede marcar un camino que algunas estamos dispuestas a recorrer. Despacio, porque es tiempo para la espera-nza. Y me niego a caer en el infantilismo que da por muerta una forma de hacer política antes incluso de haberla podido desarrollar. Me niego a comprar esa parte del discurso capitalista que conlleva el tirar a la basura un juguete prácticamente nuevo, construido a base de mimo y cuidados, solo porque se nos ha caído al suelo y se nos ha chafado un poco.

Y digo lo que está por venir porque realmente creo que se abren ante nosotras años de duro trabajo, pero a la vez necesario. Con los saberes aprendidos, ya que conocer lo que no se debe hacer es un gran paso para levantar un nuevo espacio político. Con la experiencia acumulada tras estos años en las instituciones. Ya hay llamadas a la refundación y, sinceramente, la izquierda está tan refundada que ya no la reconoce ni la madre que la parió. Es más bien una fundación lo que necesitamos, en la que contemos todas. Desde el afuera de las instituciones, creando de nuevo esas tensiones de contrapoder que se abandonaron al calor del 2015. Y no con “Más Municipalismo” o experimentos con magdalenas y gaseosa.

De nuestro paso por el Ayuntamiento nos llevamos la sensación del trabajo bien hecho. Los escasos medios con que contábamos, la larga travesía en el desierto de nuestro concejal, Antonio Mantecón, en el banquillo de los no adscritos, nunca le hizo cejar en el empeño de cambiar las cosas. Ni a los que le acompañamos en esta apasionante aventura. Llegamos en 2015 para romper cosas, como niñas traviesas que disfrutan subvirtiendo el orden natural de aquello que “siempre se hizo así”. Rompimos la dinámica municipal, rompimos la pasividad de la oposición, rompimos las agendas políticas de muchos. Y también nos rompimos un poquito nosotras por el camino, agotadas y machacadas por los dientes de la rueda institucional. Muchas veces nos sentimos solas y otras muchas acompañadas. Pero solo podemos dar las gracias. Y seguir construyendo.

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