Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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El fascismo vuelve al poder en Italia cuando se cumplen 100 años de la Marcha sobre Roma que coronó a Mussolini. La admiradora del Duce, Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, que no oculta su simbología de origen fascista, ha ganado las elecciones italianas con la coalición de ultraderecha que forma junto al extremista Salvini y al populista Berlusconi. Ambos hicieron caer a Mario Draghi convencidos de que unas elecciones anticipadas les beneficiarían, pero los italianos les han castigado con un mal resultado, solo maquillados porque gobernarán gracias al ascenso espectacular de su socia, la única de los tres que no tenía responsabilidades de gobierno, que ha multiplicado por seis sus votantes. Hay una Italia que ha votado harta de todo y de casi todos.
A esa Italia hastiada de la crisis y la política se ha dirigido Meloni que se ha presentado como una mujer de la calle, la alternativa a los burócratas de Bruselas y de Roma, a las élites irresponsables de los que sus aliados forman parte. Una paradoja que también le funcionó a Trump, otro multimillonario como Berlusconi que presume de antisistema. Cuando la gente deja de creer en la democracia, vota contra ella. O deja de votar. Han sido los comicios con la participación más baja de la historia. El populismo ultra gana cuando gana la antipolítica.
Es el resultado de muchos gobiernos que se han creado y destruido por apaños entre dirigentes sin que los votantes participaran. Por qué voy a confiar en la democracia, por qué voy a darles mi confianza si ellos se lo guisan, ellos se lo comen y me dejan las migajas. También es el resultado de blanquear al neofascismo. La RAI lo llamaba ayer “centro derecha”. Aquí ABC y La Razón le dicen “derecha” a secas y El Mundo, “derecha dura”. Si se llama demócrata a un nazi, el nazi acaba con la democracia. Lo escribió Goebbels que se reía de lo que llamaba “la estupidez de las democracias” que permiten a sus enemigos utilizar sus mecanismos para destruirla.
Es el mal de toda Europa. La normalización de la anomalía autoritaria de la que son responsables los medios y políticos, sobre todo de la derecha, pero también de la sociedad del espectáculo en su conjunto, incluida parte de la progresía, que ha convertido la información en entretenimiento y hace negocio con los miedos de una población angustiada. El miedo al paro, al migrante, a la inflación, al okupa. No serán conscientes del monstruo al que han invitado a entrar hasta que se apodere de la casa. Eso sí será una okupación generalizada y no la que anuncian en la publicidad de alarmas.
Por ahora no se sienten amenazados porque no son ellos quienes sufren las consecuencias. Son los más vulnerables. Son los migrantes, las mujeres (especialmente las feministas), el colectivo LGTB, las clases más pobres. En Italia, en Suecia, gobernarán partidos xenófobos, racistas, homófobos, machistas y clasistas. Veremos el odio materializarse en violencia y exclusión. Veremos hablar de ciudadanos de primera y de segunda. Veremos expulsiones y pérdida de derechos. Retrocesos y represalias. Vemos a Europa desestabilizada por Putin y sus colegas de la liga ultranacionalista.
Pero no todo está perdido. Los resultados engañan si no se miran con lupa. Italia no se ha hecho fascista. Son muchos más los que no han votado a la extrema derecha, pero sus partidos se presentaban por separado y el sistema italiano favorece las coaliciones. De hecho, si el centro izquierda se hubiera unido podría haber disputado la victoria. La izquierda europea y española deberían aprender la lección. Las divisiones restan, la suma multiplica. Es un deber del progresismo dar respuesta a las necesidades materiales de la gente, a las angustias de la ciudadanía. Dejar de perderse en debates internos, atender a los problemas externos, unir identidad y clase, escuchar a la calle.
Por supuesto, tendrán siempre al capital que tratará de evitar cualquier transformación. Como contaba la película italiana Novecento de Bernardo Bertolucci, son las élites las que auparon al fascismo para conservar sus privilegios. No le queda otra a Europa, a los demócratas, a las izquierdas que defender los derechos de la mayoría frente a los neoliberales y neofascistas que los amenazan.
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