Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Los enemigos del campo no son los ecologistas y la Agenda 2030. Son los intermediarios y supermercados que se enriquecen ahogando al productor y al consumidor, son los acuerdos de libre comercio de la Unión Europea que eliminan los controles a los productos extranjeros que se les exigen a los nacionales, son los empresarios y empresas que invierten y compran fuera para producir más barato, son las políticas agrarias de Bruselas que concentran la mayoría de ayudas en las grandes compañías, son los fondos de inversión que acaparan el territorio ante el abandono forzado de los medianos y pequeños propietarios, son los explotadores de la tierra y el trabajador. Es el mercado, amigo.
Son el neoliberalismo y la globalización, la industrialización y la uberización propiciados por las grandes empresas que agotan los recursos, exprimen a la mano de obra, favorecen la deslocalización, expulsan a los más jóvenes y asfixian a los más débiles. Lo contó Steinbeck en Las uvas de la ira. Ante una crisis climática y económica, el capital destruye a la gente del campo para hacerse con todo. En Andalucía lo estamos viendo. La Junta está promoviendo que los fondos buitres se hagan con la mayoría de las tierras rústicas aprovechando la coyuntura. Como ocurrió en la crisis del ladrillo, el grande promueve un sistema que colapsa sobre el pequeño. Provocan crisis para eliminar la competencia y hacer negocio. La banca siempre gana.
Y la política no hace su trabajo para proteger a los de abajo de los de arriba. Al contrario, trabaja para las élites. En España, la mayoría de las ayudas europeas al sector agropecuario son para las grandes empresas de la producción y la distribución, desde Mercadona a Freixenet, de Campofrío a Telefónica, pasando por las macrogranjas o la casa de Alba, que imponen una industrialización salvaje con la que no pueden competir los pequeños. Las paguitas no se las llevan los del cine sino las élites. Son las mismas compañías y fortunas que deslocalizan la producción en Marruecos o Sudáfrica donde producen más barato y sin controles haciendo la competencia desleal al eslabón más débil de la cadena.
El modelo es perverso. Crean la tormenta perfecta para acabar con los minoritarios y sus protestas legítimas son instrumentalizadas por los viejos y los nuevos señoritos del campo con la ayuda de los medios de comunicación al servicio del capital que dan voz a los mayordomos políticos de los grandes propietarios. Los verdaderos enemigos son precisamente los que se presentan como amigos, la derecha y la ultraderecha que agitan las protestas para ocultar al verdadero culpable: el capitalismo feroz.
Es burdo pero vamos con ello. Los mismos que piden proteccionismo con la bandera en una mano, defienden el libre mercado con el dinero en la otra. Los mismos que alientan el negacionismo climático defienden los discursos xenófobos. Los mismos que expolian el planeta esclavizan a la mano de obra migrante. No quieren medidas de protección del medio ambiente ni de la clase trabajadora. No quieren límites a la explotación del suelo ni de las personas. Para que no miremos al problema, señalan al dedo.
La izquierda no puede abandonar la lucha en manos de la ultraderecha. Son suyas las recetas para salvar el campo de quienes quieren destruir la tierra y a sus pobladores. Las soluciones pasan por un mayor control de la cadena de alimentos y una transición ecológica que favorezca la soberanía alimentaria y ponga freno a este capitalismo insostenible. Es territorio abonado para que el ecofeminismo plante sus semillas. La izquierda debe dar la batalla a favor por los pueblos, los trabajadores y el medio ambiente para evitar que el caciquismo local y el mercado global hagan vino con las uvas de la ira de los de abajo.
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