Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.
Librarse de los libros
¿Derogar los libros de texto? ¿Cómo si fueran leyes? Vale, aceptamos pulpo como animal de compañía, aunque creo que un simple diccionario no le habría sido inútil para saber que derogar significa “dejar sin efecto una norma vigente”. Ignacio Escolar se acordará de que, cuando empecé a trabajar con él en el diario Público, la primera factura que le pasé fue la de la compra de unos diccionarios, porque me parecía inconcebible que en la redacción de un periódico no hubiera como mínimo un María Moliner. En todos los colegios e institutos que he visitado hay diccionarios en las aulas y en la biblioteca, igual que hay mapas y láminas de anatomía.
En las primeras universidades no había libros de texto, porque eran demasiado caros. Sólo el profesor poseía un ejemplar y la clase básicamente consistía en un dictado, se leía en voz alta ese libro arcano e inaccesible, y que los estudiantes tomaran nota de lo que pudieran. Fue la imprenta y la difusión del libro lo que trajo los valores centrales de nuestra cultura: el libre examen, la independencia de criterio, la necesidad (y capacidad) de informarse por cuenta propia. ¿Eso es lo que propone, volver a que el profesor nos cuente su versión de libros a los que no tenemos acceso?
Los libros de texto, en mi opinión, claro que funcionan y, no sólo no son innecesarios, sino que me parecen indispensables. Aún conservo el de Historia de la Filosofía de COU, por ejemplo, que me parece excelente y sigue prestándome buenos servicios. Todos sabíamos que en el examen de selectividad siempre caían Tomás de Aquino y Kant, que era lo que más se trataba en clase, pero teníamos a nuestra disposición el libro para enterarnos de quién era Wittgenstein o curiosear un poco sobre Hegel. No estábamos sólo en manos del profesor y lo que él tuviera a bien contarnos. El libro de texto, por otra parte, nos permitía discutir en clase y ampliar conocimientos, al eximirnos de la necesidad de emplear el tiempo en dictar la lección, que cada uno ya se había leído por su cuenta. Francamente, no deseo para mi hija ni para nadie una educación sin libros, porque sigo creyendo que la familiaridad con los libros es el fundamento de toda educación y la piedra angular de la libertad. ¿No se parecería demasiado su escuela sin libros a Fahrenheit 451? ¿O quizá al 1984 de Orwell, aunque eso sí, con frondosos bosques y sin leñadores? A mi parecer, librarse de los libros es el camino más corto de vuelta a la Edad Media.