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El “remanso de paz” que Quevedo disfrutó en la Sierra Norte de Guadalajara para curarse los destierros y las “entrañas”

Palacio Ducal de Cogolludo

Alicia Avilés Pozo

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“Fue mi hogar muchas veces, donde apagaba, mientras permanecía allí, pesadumbres que el duque y su señora sabían relegar para que no carcomieran mis entrañas”. Estas palabras las recoge el escritor y periodista Baltasar Magro en su obra ‘La hora de Quevedo’ de acuerdo con el trabajo del biógrafo, periodista y ensayista conquense Luis Astrana Marín. En ellas el gran poeta del Siglo de Oro español describe el “remanso de paz” en el que se convirtió el Palacio Ducal de Cogolludo, en la Sierra Norte de Guadalajara, donde pasó algunas temporadas entre sus detenciones y destierros por sus controvertidas relaciones con la Corte del rey Felipe IV.

La presencia del poeta es uno de los atractivos turísticos de esta fabulosa edificación, el primer palacio renacentista de España. Allí acudió invitado por el séptimo duque de Medinaceli con quien le unía una gran amistad, como acredita su larga relación epistolar. Y allí se siguen recitando, en visitas guiadas, algunas de sus poesías más famosas.

Los encontronazos de Francisco de Quevedo y Villegas con la Corona tuvieron reflejo en su poesía, sus sátiras y mofas, pero el origen de sus tribulaciones se encuentra en sus trabajos como agente secreto a las órdenes del duque de Osuna durante la segunda década del siglo XVII. Es el motivo que provocó que lo desterraran por primera vez al pueblo de Torre de Juan Abad, en la provincia de Ciudad Real.

Sin embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del conde duque de Olivares, “valido” (favorito) del Rey Felipe IV, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título honorífico de secretario real.

Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de Santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol. Esta postura, o también una posible sátira contra el propio Olivares (hay muchos aspectos de la vida del poeta que siguen enfrentando a los expertos), le valió, en 1639, un nuevo destierro y pena de prisión, esta vez en el convento de San Marcos de León, hoy Parador Nacional. Una década antes ya había iniciado su amistad con el entonces duque de Medinaceli, Antonio Juan Luis de la Cerda, quien le invitaba asiduamente al lujoso Palacio de Cogolludo.

Quevedo admiraba profundamente a De la Cerda. Según la Real Academia de Historia, solía calificar al noble como uno de los hombres “más sabios, insignes y magnánimos y generosos de su siglo”. Detalla esta institución que las relaciones entre Quevedo y Medinaceli superan el marco habitual del patronazgo nobiliario de las artes, reconocido por los autores con la dedicatoria de obras. Esto significa que aunque el poeta cumplió con el ritual y dedicó al duque un par de traducciones significativas (‘El Rómulo de Virgilio Malvezzi’ y ‘De los remedios de cualquier fortuna’), la correspondencia entre ambos muestra “una relación más estrecha”.

Tanto fue así que el poeta se ocupó de gestionar importantes asuntos en la Corte y mantener informado al duque de las noticias que por allí circulaban. De la Cerda fue testigo así de uno de los capítulos más legendarios de la vida de Quevedo: la creación del memorial 'Católica, sacra y real Majestad' que, según la leyenda (los historiadores también discrepan), encontró en su servilleta el rey Felipe IV y motivó otro destierro del poeta a la Torre de Juan Abad.

Además el duque estuvo presente en tres momentos clave de la vida del literato: su boda, su prisión y su testamento. Entre 1631 y 1634, Medinaceli intervino en el “desastroso” matrimonio de Quevedo. Concretamente, el duque fue apoderado para firmar los capítulos matrimoniales de Quevedo y de su futura esposa Esperanza de Mendoza. La convivencia entre los recién casados duró unos pocos meses de 1634 y el enlace le causó a Quevedo algunos problemas sobre la dote en los que tuvo que intervenir el duque.

Cuando la vida “merece la pena”

Al margen su alocada vida, decía el escritor que en el Palacio de Cogolludo disfrutó de “momentos muy divertidos, entrañables, que hacen de la vida algo que merece la pena”, puesto que el duque era “un amante de la cultura, admirador del ingenio allí donde se encuentre y versado en los clásicos”. Según los expertos, en el impresionante Salón Mudéjar de este edificio, ambos urdieron diversas operaciones, muchas de ellas de especulación, relacionadas con el reino.

“El soberbio palacio de estilo renacentista-florentino, representa un lujo para los sentidos y es un lugar de goce”, escribió también el poeta sobre esta localización. En cuanto al municipio, lo describe como “un maravilloso lugar no lejos de Madrid y que es ideal para el retiro, permanecer olvidado y ver las cosas con la cabeza calma”. Y además, “si hacía falta, en el convento del Carmen y en el Monasterio de San Francisco, hallabas consuelo para el espíritu”. De hecho, ayudó a la adquisición de libros para aumentar la biblioteca del duque.

El palacio de los duques de Medinaceli o palacio Ducal de Cogolludo inició su construcción entre los años 1488 y1489 y finalizó en 1492. Es considerado como uno de los primeros edificios renacentistas de España, especialmente por la concepción de su fachada que evoca modelos italianos.

El edificio perteneció a la Casa de Medinacelli, cuyo primer título de condado fue otorgado en 1368 por el rey Enrique II de Castilla, al matrimonio formado por Isabel de la Cerda (descendiente directa del rey Alfonso X el Sabio) y su esposo Bernardo de Bearne (hijo bastardo de Gastón III, conde de Foix). En 1479 los Reyes Católicos concederían a su descendiente Luis de la Cerda y de la Vega el título de I duque de Medinaceli, quien mandó construir este palacio, diseñado por Lorenzo Vázquez de Segovia.

Existe, en la concepción del edificio, un predominio de la horizontalidad y la simetría con la escala humana en los volúmenes, características plenamente identificables con el Renacimiento. El edificio posee dos alturas y está organizado en torno a un patio central del que se conserva la planta baja. En él aparecen arcos rebajados sobre columnas con capiteles alcarreños de influencia italiana.

El interior de las estancias, sin embargo, mantienen rasgos góticos como son las cubiertas de madera y vanos decorados hacia el interior con yeserías mudéjares. Destaca la existencia de una chimenea en el salón principal, encima de la cual aparece decorado un gran arco gótico mixtilíneo y en su centro el escudo heráldico de la familia Medinaceli.

La fachada y el escudo de los Medinaceli

La fachada principal del edificio está formada por un muro de piedra, con sillería almohadillada de tipo florentino, dividido horizontalmente en dos alturas por una línea de impostas y rematada por una cornisa gótica con crestería volada. El cuerpo bajo es cerrado (sin ventanas) y en el alto se abren seis vanos, divididos por maineles de estilo gótico, dispuestos simétricamente a ambos lados de la puerta.

La portada se yergue en el centro de la fachada y encima aparece una laurea en forma de gran círculo con el escudo de la casa Medinaceli. Flores de lis, querubines y grutescos de tratamiento plano son otros elementos decorativos que adornan profusamente esta portada.

Sus estancias en Cogolludo no son el único vínculo de Quevedo con lo que hoy es la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Aunque nacido en Madrid, estudió con los jesuitas en Ocaña, en la provincia de Toledo. Y en la provincia de Ciudad Real, además de sus destierros, tuvo lugar su muerte en noviembre de 1645, en el convento de los dominicos de Villanueva de los Infantes.

A este municipio se retiró en 1643 al cumplir su condena de cinco años en el convento de San Marcos por sus críticas a Olivares. Y allí falleció dos años después, con una polémica posterior sobre sus restos... que es otra historia.

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