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Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

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En busca de la identidad perdida

Una familia de refugiados al calor de la hoguera

Isaac Martín. Director del Centro de Estudios Europeos “Luis Ortega Álvarez” de la UCLM

La Unión Europea parece haber perdido su identidad común, la que se planteó como objetivo en sus orígenes, cuya esencia ha sido recogida en los primeros preceptos de sus Tratados.

Su existencia responde a la búsqueda de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa, y en ella las decisiones serán tomadas de la forma más abierta y próxima a los ciudadanos que sea posible. Está fundamentada en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Así se proclama en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, como suele recordarse en los grandes discursos pro europeístas.

No parecen responder, sin embargo, ni a esa finalidad ni a tales valores la forma en la que se está dando respuesta a los diferentes retos que tiene planteados la Unión en estos momentos: crisis de los refugiados, posible salida del Reino Unido, inestabilidad económica y monetaria, papel en el resto del mundo, posición frente a las grandes guerras que nos afectan indirectamente, división por bloques cada vez mayor entre los distintos Estados, vuelta de las soberanías nacionales egoístas contra las que se reaccionó precisamente con la creación de las comunidades europeas…

La Unión Europea ha demostrado a lo largo de su historia que está capacitada para afrontar los grandes desafíos. De hecho, su misma evolución pone de manifiesto que se ha forjado sobre la base de la superación de múltiples crisis generadas en diferentes momentos. No hay por qué creer que esta vez será la excepción y, con ella, vendrá el fin de la unidad. Pero no menos cierto es que las decisiones que se están adoptando en estas semanas, tanto en la forma como en el fondo, ponen de manifiesto que nuestros máximos representantes nacionales, reunidos en las diferentes instituciones europeas, no están actuando en coherencia con los mencionados valores ni con la finalidad de nuestra existencia común. Por miedo a las consecuencias electorales en sus respectivos países, por incapacidad ante la excesiva burocratización del sistema, por pensar más en el interés nacional que en el bien común europeo, los acuerdos que se nos están anunciando están lejos, muy lejos, de responder a lo que se espera de una realidad política pensada para el progreso y el desarrollo no sólo del continente, sino también del resto del mundo.

Los ciudadanos no podemos continuar al margen de estas decisiones. Contamos con instrumentos para mostrar nuestra opinión, más allá del voto en las urnas, y para reaccionar y presionar a quienes, en el seno del Consejo Europeo y del Consejo de la Unión Europea, están llamados a concretar las grandes líneas de actuación y las políticas que den respuesta a los desafíos mencionados. No en vano, su forma de actuación responde en gran medida a lo que se interpreta como interés nacional. Podemos demostrar qué es verdaderamente lo que pedimos los ciudadanos a quienes están obligados a representarnos.

Una vez más, en la realización de esta tarea nos ayudará a todos –a nuestros líderes políticos y a nosotros mismos– tener muy presentes las palabras pronunciadas por Robert Schuman, uno de los Padres Fundadores de la Unión Europea, en su famosa Declaración de 9 de Mayo de 1950, origen de la formación de la primera de las comunidades económicas: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas (…). De este modo, se llevará a cabo la fusión de intereses indispensables para la creación de una comunidad económica y se introducirá el fermento de una comunidad más amplia y más profunda entre países”; una comunidad que “se ofrecerá a todo el mundo sin distinción ni exclusión, para contribuir al aumento del nivel de vida y al progreso de las obras de paz”.

Paz, libertad, democracia, todo ello desde el respeto y la promoción de la dignidad humana, han forjado nuestra identidad común europea. Volvamos a ella. Es más necesario que nunca.

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