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Cuando los expertos analizan la movilidad urbana desde un punto de vista racional suelen concluir que el automóvil privado no es el medio más adecuado para desplazarse en una ciudad. Tampoco es el más económico. ¿Por qué lo usamos tanto entonces?
La respuesta más habitual es “porque no queda otra”, y como somos conscientes de los atascos, pedimos más aparcamientos gratuitos, más autopistas urbanas y más nudos a distinto nivel para llegar cómodamente desde nuestra casa hasta la oficina. Muy pocos alzan la voz para pedir alternativas de movilidad diferentes, aunque en el fondo reconozcamos que tanto coche, tanta autopista, tanto nudo y tanto aparcamiento solo puede conducir a una ciudad inhabitable. Esto es así porque nos gusta conducir, o sea, disfrutar del asfalto, el hormigón y la gasolina encerrados en una capsula climatizada que obedezca al simple gesto de pisar el acelerador.
A nosotros nos gusta conducir, y a las instituciones les gusta darnos caramelos. Se quiere gobernar con nuestros votos, y en una sociedad cada vez mas infantilizada, siempre será más eficaz construir aparcamientos gratuitos que intentar reconducirnos hacia modos de transporte más sostenibles para conseguir nuestros “likes”, y si de paso favorecemos a la industria automovilística, a los constructores y a las grandes cadenas comerciales mucho mejor.
Con esta lógica se ha ido construyendo la ciudad durante los últimos sesenta años. Las inversiones públicas se han destinado de forma casi exclusiva a facilitar la utilización del vehículo privado: rondas, autopistas, mejora de la capacidad del viario, playas de aparcamiento gratuito etc., por eso tenemos la sensación de que el coche es cómodo y rápido por naturaleza, aunque esto no sea necesariamente así en una zona urbana densa. Las autopistas, circunvalaciones y grandes centros comerciales no se han construido o autorizado para mejorar nuestra vida, sino para conseguir nuestros “likes”.
La ciudad del automóvil es, con diferencia, la más cara de todas las posibles y eso lo pagamos entre todos, pero como las autopistas y los aparcamientos son gratuitos, no tenemos en cuenta los costes reales en el momento de elegir el modo de transporte, porque no afectan directamente a nuestro bolsillo. Si hiciéramos cuentas de verdad dejaríamos el coche en el garaje, o mejor aún, nos lo pensaríamos dos veces antes de comprarlo.
Pues bien, aún a riesgo de que me toméis por chiflado, os voy a pedir que miréis hacia arriba, como en esa película de Adam Mckay que ha popularizado Netflix. El abuso del automóvil no es un cometa qua vaya a provocar una extinción planetaria, pero está acabando con las ciudades tal como las conocíamos, y es hora de reaccionar. Tenemos que dejar de pulsar el botón de “me gusta” para todo lo que favorezca su uso. Es posible que el agua esté fría al principio, pero después todos saldremos contentos de la piscina.
Con un movimiento pendular lineal como el que tenemos en Toledo entre el Polígono y Buenavista es absurdo que la única forma de llegar al trabajo sea en coche. No necesitamos más aparcamientos y mas autopistas, sino más autobuses, un carril bici/patinete y penalizaciones para el que, teniendo otros modos de transporte a su disposición, insista en utilizar el coche. Por lo menos que pague el aparcamiento.
Si queremos tener aparcamientos realmente disuasorios lo normal sería que fueran de pago, aunque hubiera varias tarifas. Puede tener sentido que un billete de tren o autobús incluya la gratuidad de un aparcamiento, pero cuando se utiliza el coche en lugar del autobús esa gratuidad no tiene ningún sentido.
Menos sentido tiene que estos aparcamientos sean gratuitos para los turistas, no digamos para las caravanas que los colapsaron durante el puente de la Inmaculada, salvo que nuestro único objetivo sea que suba el contador del número de turistas/año como si estuviéramos jugando en una máquina tragaperras. Si te das una vuelta por la Toscana, en cada pueblo que paras tienes que pagar un día de aparcamiento, aunque solo estés media hora para hacerte una foto. Por eso sigue siendo tan bonita la Toscana.
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