Yo no entiendo eso

En 1925 - se cumplen cien años-, aparecía la obra de Ortega y Gasset 'La deshumanización del arte'. Mostraba la desorientación que se había producido desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX por la aparición de distintos movimientos: impresionismo, cubismo, fauvismo, dadaísmo, constructivismo, expresionismo, vorticismo, ultraísmo, creacionismo, surrealismo, expresionismo, expresionismo abstracto. Una explosión de formas y técnicas que se sucedían sin tiempo para asimilar tanta vorágine. Nunca había habido tantos creadores y de tanta calidad.

A ello se sumaba la aparición de un arte nuevo: el cine y la fotografía. Al arte tradicional le surgían unos competidores que evolucionaban y multiplicaban los lenguajes expresivos y ello aumentaba la confusión y la incomprensión. Entender el arte contemporáneo iba a resultar más complicado. Había que prescindir de la pereza anímica que acecha a las sociedades de consumo.

La abundancia de manifestaciones artísticas, tan novedosas y elaboradas, llevó a la expresión generalizada: “Yo no sé nada de arte”. Y cuando se habla de arte moderno y contemporáneo, en bastantes ocasiones se apunta la sospecha de que esas manifestaciones artísticas son una farsa. Lo cual es una falacia absoluta.

El suelo firme del arte consolidado por el paso de los siglos desaparecía. Las antiguas representaciones eran superadas por formas inéditas, figuras desfiguradas, sombras alucinadas, desequilibrios de colores en los que no sabíamos encajar los sentimientos y los canones de belleza repetidos y estandarizados. El arte moderno y contemporáneo es la superación a través de procesos complejos intelectuales de criba de unas expresiones artísticas que habían colapsado. La realidad figurativa había sido superada en realismo por la fotografía. El cinematógrafo trasmite unas sensaciones y unos estados de ánimo que no ofrece ningún cuadro.

Cien años después de la obra de Ortega seguimos con idéntica desorientación respecto al arte moderno y contemporáneo. En las escuelas, incluso en las universidades, no se enseña a conocer los idiomas, los sentimientos, los mensajes de las obras más recientes. Los enseñantes tampoco saben nada de arte moderno y contemporáneo. Implica unos esfuerzos intelectuales y sensitivos que no están dispuestos a hacer. Como máximo admiten el impresionismo. Un movimiento que, si ahora está consagrado, en su momento resultó furiosamente denostado. La obra del toledano Alberto Sánchez, de corte clásico, fue maltratada y humillada en la primera exposición que se hizo en Madrid.

La Colección de Roberto Polo en el edificio de Santa Fe se ha encontrado con esas resistencias e incomprensiones. La expresión “yo no entiendo eso” más de uno la ha repetido, basado en la modorra mental, intelectual y sensitiva de la gente que se niega esforzarse por entender el arte contemporáneo.

En estos días se ha vuelto a reclamar el edificio de Santa Fe para colocar las piezas visigóticas, romanas o medievales. Es lo fácil. Se descarta la oportunidad de dedicar ese lugar clásico, diverso y plural, al arte moderno y contemporáneo plural, diverso, apasionante.

Es más fácil convivir entre piezas romanas que entre cuadros de Canogar o Paco Rojas. La colección Polo, cuenten lo que cuenten los detractores, ha servido para calibrar el potencial del arte reciente como instrumento para presentar a Toledo como Capital de la Cultura Europea. Sí en Toledo se prescinde de los siglos XIX, XX y XXI se está amputando un conjunto de siglos que dejará una ciudad dando vueltas en un vórtice de antigüedad empobrecedora. Y de paso condenaremos al ostracismo absoluto a los más recientes creadores locales. Apostar, en fin, por el arte moderno y contemporáneo es apostar por una ciudad situada en el presente y con un arte que evoluciona y se transforma con la velocidad de una realidad cada vez más sofisticada, más enrevesada, más desafiante, más compleja.