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Finaliza el año 2025 y se habrán cumplido cien años de la publicación de la novela El Gran Gatsby. Scott Fitzgerald la escribió en la Riviera francesa en el año 1924, cuando los norteamericanos veían en Europa un espacio de libertad, de creación artística, de cultura, de historia, de emociones frente al aburrido e intransigente ambiente norteamericano.
La envió para su publicación en el año 1925 y le dijo a su editor, entusiasmado, que había escrito la mejor novela de los Estados Unidos, esa especie de sueño de la historia literaria de un país por encontrar su narración universal. Esa obra que, aun después de siglos, define un país. No lo entendieron así ni el público ni una parte de la crítica. Al morir, en 1940, lo hizo sin comprender el fracaso de la mejor novela de América. La descubrirían los soldados durante la Segunda Guerra Mundial y poco más tarde en la guerra de Vietnam.
Se cuenta en la novela el descontrol de la época que antecede a la estrepitosa Gran Recesión. Un rico, advenedizo, organiza fiestas sin fin de derroche y glamur. Quiere formar parte de la élite del país y conseguir así el amor de la sofisticada Daisy. Enfrente tendrá a un genuino miembro de la élite norteamericana, Ton Buchanan, marido brutal y estúpido de Daisy. La historia de amor se librará entre un rico surgido de la nada y el representante de una familia desmedidamente rica. De Gatsby se dirá que es un gánster, un amigo de Hitler, un asesino. De Buchanan nadie hablará a pesar de sus infidelidades y su tosquedad sociológica.
En el conflicto entre ambos mundos, el del rico nuevo y el tradicional, se prefigura el choque de ese sueño que pronto se romperá. Gatsby se adscribe a los valores europeos, sensitivo, romántico, dubitativo. Buchanan es rudo, violento y pontifica sobre la patria: “A nosotros que somos la raza dominante nos toca mantenernos vigilantes para que las otras razas no se hagan con el control de todo”. Tras el desenlace trágico, el narrador, Nick Carraway, dice de ellos que “destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban”. “Son mala gente”, dirá en otro momento.
El final actual del sueño lo protagonizan los ricos nuevos que se están haciendo con el país. Están suplantando a las tradicionales élites. Gentes venidas de Oriente, con valores distintos, de religiones diferentes que nada tienen que ver o ignoran la llamada cultura occidental que encarna Europa. Trump sería su paradigma sociópata.
Mientras, las élites tradicionales, para sobrevivir a los empujes de los nuevos millonarios, reclaman recuperar al espíritu colonialista y bélico del siglo XIX. Unos y otros creen que, volviendo al pasado, podrán resucitar el esplendor de una patria imaginaria. Desprecian a Europa y concentran sus esfuerzos en la conquista de los recursos de los países del entorno. Trump, un títere en este circo cruel, proclama la vuelta a un mundo que nunca existió, y se alinea con los nuevos capitalistas que solo buscan poder y dinero. Trump, en su vulgaridad, es Tom Buchanan. Solo queda la fuerza, el desprecio, la explotación “de cosas y personas.” Gatsby, acusado por Tom Buchanan del accidente mortal de su amante, oculta de esta manera su miserable condición como individuo de la sociedad privilegiada.
El valor atemporal de una novela reside en explicar cualquier momento histórico del país que describe. Entre nosotros, 'El Quijote'. El Gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, mantiene el magnetismo de una poetica universal que narra la caída de un sueño, como el de Gatsby, que tal vez, nunca existió.
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