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La soledad después de superar la COVID-19 y la vuelta a la residencia: “La alegría del alta se nos está tornando un poco en desesperación”

Claudina, antes de la pandemia de COVID-19.

Alba Camazón

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Claudina tiene 88 años y ha superado la COVID-19 después de 23 días ingresada en el hospital Virgen de la Concha de Zamora. Su familia destaca la fuerza de esta mujer y lo contenta que estaba en la residencia de Monfarracinos. “Era súper feliz, leía un libro tras otro y veía la televisión. Además, todas las tardes iba a verla y los fines de semana iba mi hermana Eva. Los demás hermanos iban mucho a verla. Ella era realmente feliz allí”, explica a eldiario.es Amparo, la menor de las hijas de Claudina.

Pero las secuelas de la enfermedad no terminan con el alta hospitalaria. La alegría de abandonar el hospital se mezcla ahora con una profunda tristeza. “Está siendo complicado... Cuando recibió el alta, recibimos la noticia con muchísima alegría, pero se nos está hundiendo psicológicamente”, alerta Amparo. A pesar de que dio negativa la segunda prueba de detección molecular poco antes de recibir el alta, Claudina sigue en aislamiento, aunque esté en la residencia. “Después de todo lo que ha pasado, está sola y no puedes darle un abrazo ni animarla... Ella se siente muy sola”, lamenta la menor de las hijas de Claudina. “La alegría del alta se nos está tornando un poco en desesperación”, agrega.

“Ha sido una madre excepcional... es tan duro verla así... Lo tiene que estar pasando fatal”, se entristece Amparo, que ha intentado enviarle un ramo de flores a Claudina por el día de la madre. “Yo lo entiendo, no pueden dejar que entre nada... pero es muy doloroso”.

Al golpe físico hay que añadir el psicológico. “Ella pensó que iba a recuperar su vida, pero ahora mismo no puede caminar ni es autónoma como antes... No sabemos si va a volver a caminar”, lamenta Amparo, aunque espera que, poco a poco y con el paso de los días, su madre vaya animándose. “Esperamos que cuando deje de estar aislada y vuelva a su habitación, con su compañera, note que va recuperando un poco su vida”, augura.

Su familia es un respaldo muy fuerte. Claudina tiene cinco hijos, once nietos y siete bisnietos. Sus hijos Juan, Eva, Ismael, Carlos y Amparo se organizan para llamarla todos los días e insuflarle ánimos. A finales de febrero, uno de sus bisnietos nació y Amparo y Claudina fueron a su casa para verlo. “El 31 de marzo, cuando ya habían cerrado las residencias, nació otro bisnieto y está deseando verlo”.

La calidad humana de los profesionales

A pesar de la tristeza que ahora invade a esta familia, el agradecimiento a los profesionales del hospital es eterno. “Hemos sacado lo mejor de nosotros mismos... el mismo día que la ingresaron me llamó una enfermera de planta y me la pasó, y pude darle muchos ánimos”, explica Amparo, que expresa su máximo agradecimiento.

“No podemos estar más agradecidos, hay mucho más allá del tratamiento médico. Hay que consolar, informar... la calidad humana ha sido excepcional”, secunda el nieto de Claudina, Alberto. A pesar de que el médico llamaba a diario para explicar la situación de Claudina, su familia estaba nerviosa. Hasta que un día, a los 10 días aproximadamente, Amparo recibió una llamada de una limpiadora que veía a diario a Claudina.

Teresa llamó a Amparo con su teléfono personal para que pudiera verla por videollamada con su móvil personal. “Nos la ponía todas las tardes. Gracias a eso lo pudimos sobrellevar un poco mejor. La gente ha sido tan buena, se lo hemos agradecido tanto...”, recuerda Amparo. “Cada día le daba el teléfono de uno de sus hijos para llamarles a todos”, explica Alberto. Claudina recuerda de memoria los números de teléfono de sus cinco hijos, los móviles y fijos, y así procuraba estar en contacto con sus hijos porque se olvidó su móvil en la residencia.

“Lo primero que nos decía era: 'cómo estáis, que no sé nada de vosotros'”, relata Alberto, que el mismo día del alta pudo hablar con su abuela. “Cuando hablábamos me decía mi madre: 'qué bien me tratan, pero yo me quiero ir a la residencia'”, rememora Amparo. Claudina, al teléfono, decía que estaba “aburrida, triste, que se le hacía muy largo y que no se lo deseaba a nadie”. “Pensó que del hospital no salía y que no volvía a la residencia”, comenta Alberto.

“Lo peor es que no la puedes acompañar, no puedes decir 'tranquila' ni agarrarle de la mano. Mi hermana y yo vivimos al lado del hospital. Saber que la tienes ahí pero no puedes verla ni saber cómo está... Ha sido muy difícil”, lamenta Amparo. Pero a pesar del apoyo de los trabajadores del hospital, los días se hacían eternos. “Era muy doloroso pensar que podía acabar sola, sin una palabra de cariño nuestro”, comenta Amparo.

La residencia en la que está Claudina, al ver el incremento de casos de COVID-19, cerró sus puertas una semana antes de declarar el estado de alarma. “Había mucha incertidumbre y tenía miedo... Lo pasó mal porque estaba acostumbrada a vernos, pero bueno, nos llamaba con su móvil. Le decíamos que no viera la televisión porque hablaban todo el rato de los muertos y las residencias... y cuando la ingresaron fue tremendo para nosotros”, explica Amparo.

Antes de llegar a la residencia, hace poco menos de dos años, Claudina estaba “anímicamente un poco baja”. “Pero cuando llegó a la residencia se animó porque se despreocupó de las tareas del hogar como la limpieza y comida y podía dedicarse a leer y a ver la televisión. También veía gente muy mayor que le decía que ella era 'una chavala' porque solo tenía 87 años”, recuerda Amparo. “Se movía con su andador, pero era muy metódica, iba con sus libros... Cuando no pudimos llevarle más libros, le subían algunos de la biblioteca”, señala.

Amparo subraya la “fuerza y valentía brutal” de Claudina y se muestra optimista. “Esperemos que tire para adelante”. Porque a pesar de la soledad antes, durante y después de la enfermedad, fuera tendrá esperando a sus hijos, sus nietos y bisnietos. Todos aguardando el momento en el que termine la desescalada para poder verse y fundirse en un abrazo, de esos que no necesitan palabras para mostrar toda la emoción que se acumula día tras día.

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