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Ni internet ni las clases por TV son suficientes: cómo el cierre de colegios agrava las desigualdades educativas

Ni internet ni las clases por TV son suficientes: cómo el cierre de colegios agrava las desigualdades educativas

Pau Rodríguez / Carlos H. de Frutos

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Los alumnos del Instituto Escuela Teresa Altet, en Rubí (Barcelona), reciben a diario propuestas didácticas de sus profesores. Lo hacen a través de una ‘app’ en los móviles de sus padres y madres, porque en este centro, de un entorno social desfavorecido, no todos los escolares tienen ordenador en su casa. “Si la actividad tiene vídeo, este debe ser de un minuto como máximo para no consumir datos, y el resto tiene que poder hacerse con papel y lápiz”, comenta la directora, Dolors Oliver. “Sabemos que muchos están haciendo los ejercicios, pero es muy difícil obtener feedback de ellos”, lamenta. Y advierte que el seguimiento individual, que ahora se ve mermado por la ausencia de clases presenciales, suele ser más valioso para aquellos alumnos que presentan no solo dificultades de aprendizaje, sino también necesidades de carácter emocional.

Con el cierre de los colegios debido a la epidemia de coronavirus, numerosos claustros de profesores se han volcado para ofrecer a sus alumnos contenidos pedagógicos en formato virtual. También las administraciones educativas han lanzado webs y hasta programaciones televisivas especiales con propuestas de aprendizaje para distintas edades (el caso más ambicioso es Aprendemos en casa, del Ministerio de Educación con RTVE). Sin embargo, y pese a que docentes y académicos valoran estas iniciativas como positivas y necesarias, todos ellos admiten que serán insuficientes para evitar que este aislamiento, que puede durar más de un mes, acabe perjudicando más a los alumnos de entornos más empobrecidos.

La brecha digital (y otras)

Uno de las desigualdades más evidentes entre alumnos estos días, a la hora de poder mantener una comunicación con el colegio, es la conectividad en los hogares. En España el 91% de la población tiene acceso a internet y, si se cuentan las familias con niños, el porcentaje asciende al 97%, según datos del INE de 2019. Esta brecha digital, que afecta al 3% de la población, es ahora una brecha educativa.

Pero luego están las diferencias entre viviendas o del tiempo que pueden dedicar los progenitores a sus hijos, factores ambos pueden favorecer o dificultan el estudio. “¿Con cuánta gente comparten habitación los niños y niñas? ¿Tienen luz? ¿Tienen patio para airearse? ¿Qué acceso tienen a libros? ¿Tienen los padres y madres capacidad de generar actividades artísticas? ¿Pueden gestionar el día a día emocional de sus hijos o están superados? Las respuestas a estas preguntas tienen que ver clarísimamente con la clase social”, valora Aina Tarabini, profesora de Sociología de la UAB.

Tener un adulto al lado

En este sentido, la directora del Teresa Altet remarca que los programas de televisión pueden ser útiles para muchos escolares, pero están “a años luz” de serlo para los suyos. Y no por el nivel, sino por la falta de acompañamiento. “Con nuestros alumnos, cualquier propuesta genérica que no parta de su motivación o interés, que no conecte con sus habilidades, va a pasar por delante de ellos como el viento”, resume. Este aspecto es también fundamental para las académicos.

No basta con que les llegue, por el canal que sea, la actividad educativa, sino que tiene que haber alguien a su lado que les ayude, y esto no siempre es posible. “Se trata de ideas positivas y encomiables, y seguramente ayuden a que la brecha no sea tan grande, pero los chicos necesitan un adulto a su lado que garantice que el contenido que consumen lo pueden aprovechar, entender, reforzar y recordar”, expresa Miquel Ángel Alegre, sociólogo e investigador de la Fundació Jaume Bofill.

Esta dedicación, de nuevo, se ve afectada por la situación de cada familia. “Las monoparentales o monomarentales tendrán muchas más dificultades, o las que tienen alguno de los padres que tiene que seguir yendo a trabajar”, pone como ejemplo el economista Lucas Gortázar. Y añade que precisamente los empleos que se mantienen presenciales pese al confinamiento son de baja cualificación, desde el transporte a los teleoperadores o supermercados, mientras que los que pueden teletrabajar –y, por lo tanto, atender algo mejor a los niños– son los de mayor cualificación.

¿Cómo de ancha será la brecha?

No hay precedentes en España de un cierre de colegios masivo acompañado de medidas de aislamiento, con lo que calibrar el impacto que esto tendrá en los escolares, tanto a nivel académico como social o emocional, se antoja imposible. Lo más parecido a esta ausencia de clases, salvando todas las distancias, son las vacaciones de verano. Más de dos meses sin ir al colegio que, según la evidencia académica, suele pasar mayor factura a los alumnos sin recursos.

De acuerdo con el estudio 'School Calendars and Academic Achievement', elaborado en Estados Unidos, existe un atraso acumulado verano tras verano entre los alumnos de entornos más desfavorecidos que hace que, al final de una etapa como Primaria, hayan podido perder el equivalente a dos cursos y medio respecto a los de entornos más acomodados. “La evidencia es que se pierde nivel en competencias como matemáticas y lengua”, sostiene Alegre.

Y esto solo con el cierre de escuelas, porque el confinamiento trae otra consecuencia negativa para los alumnos más pobres: la ausencia de programas que se suelen activar desde los ayuntamientos cuando no hay clases, desde campamentos urbanos a apertura de equipamientos como bibliotecas o centros cívicos. “Las experiencias que conocemos para reducir la grieta durante el verano ni siquiera las tenemos hoy; normalmente las políticas públicas permiten compensar la ausencia de actividad lectiva, pero ahora mucho menos”, resume este sociólogo.

La opción del verano

Con toda la incertidumbre que rodea una pandemia cuyo final nadie puede atisbar todavía, Algre plantea que una opción para compensar a estos alumnos sería alargar el curso en verano, pero con matices. Una opción, apunta, consistiría en prolongar el calendario escolar hasta julio con incentivos para los equipos docentes. Pero entiende que es prácticamente inasumible, por lo que se declina por un programa que esté abierto a todos los menores y que consista en abrir los colegios –quizás con parte del personal voluntario– para ofrecer una mezcla de actividades vinculadas con el currículum y otras de carácter más lúdico y cultural.

Con todo, Tarabini advierte que ante una situación tan excepcional la principal obsesión de la Administración no debería ser garantizar los aprendizajes de los escolares, sino su bienestar emocional. Lo resume así: “Está bien darles recursos educativos, tanto en la tele como desde la escuela, pero es mucho más determinante que los maestros y maestras puedan mandar un mail o un WhatsApp a las familias para saber cómo están y qué necesitan”.

Paréntesis lingüístico para los inmigrantes

El parón en la educación también puede repercutir sobre la adquisición de las competencias en lengua española por parte de los inmigrantes recién llegados. Para estos alumnos, los colegios suelen contar con las llamadas aulas 'enlace' o de acogida, espacios donde pueden permanecer hasta 9 meses en un período de toma de contacto con el idioma y con los compañeros, y tras el cual son reubicados en otros grupos o centros. “En estas aulas hay un componente oral y presencial muy fuerte: son las únicas donde no se trabaja con ordenadores”, afirma Mar Romero, profesora del centro de secundaria Vedruna Carabanchel, uno de los que cuenta con este programa. “La evolución de estos alumnos va a quedar totalmente frenada. Es un retroceso en su integración social, y eso tendrá su repercusión”, concluye.

En este aspecto, el principal problema que apuntan los docentes tiene que ver con la comunicación con las familias y su papel de intermediarios entre maestros y alumnos durante estas semanas. “Muchos de los padres y madres de estos niños no saben leer y escribir castellano, y otros ni siquiera lo entienden”, reconoce Julia, maestra de un centro de primaria de la Comunidad de Madrid. “Nosotros mandamos la tarea a su email y ellos son los que la transmiten a los niños y hacen un poco de 'representantes' de los profes. En estos casos, muchos no la reciben, no entienden lo que mandamos o no tienen capacidad para ayudar a los niños. Todo esto no hace más que abrir más la brecha que ya existía”.

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