El mundo de morfologías blandas, personajes oníricos y nubes deshilachados de Salvador Dalí (Figueres, 1909 a 1989) se ha instalado en el Centro Pompidou de París hasta el 25 de marzo. A pesar de la popularidad planetaria del genio de Cadaqués me sorprende que las antológicas dalinianas no sean frecuentes. La retrospectiva del Pompidou, que reúne 200 piezas, llena un vacío que quizás ayudará a rebajar las ínfulas de modernidad de algunos artistas abstractos y conceptuales que se cuelgan la etiqueta de innovadores.
Por lo que explican los comisarios del montaje (una servidora escribe estas líneas desde Barcelona) todas las piezas exhibidas -esculturas, pinturas, cartas, fotografías, audiovisuales e instalaciones- proporcionan a los espectadores argumentos suficientes para valorar y profundizar en la obra de un artista que se volvió antipático para muchos. Las opiniones políticas de Dalí (que simpatizaba con Franco sin tapujos), su vertiente de showman y su sed por el dinero le supusieron el desprecio de algunos críticos que empequeñecieron su obra alegando que Dalí fue más un actor que un creador.
Víctima y verdugo.
Como apunta Pere Gimferrer en el texto del catálogo de la muestra, Dalí fue a la vez víctima y verdugo de su personalidad. De todos modos, y aparte de las valoraciones personales de la valía pictórica de Dalí, no se puede negar que fue más allá del surrealismo y de los límites de la pintura. Él mismo apuntó que “la pintura es sólo una minúscula parte de mi genialidad”. Quizá por eso fue un pionero de la performance y de las técnicas publicitarias, y el mismo Andy Warhol tomó nota de la osadía del padre de El gran masturbador.
Uno de los epicentros de la retrospectiva que se puede visitar en París es la réplica de la sala dedicada a la actriz Mae West del Teatro-Museo de Figueres, y uno de los cuadros más especiales que el Moma ha cedido para la ocasión es La persistencia de la memoria, una tela donde un cabo de Creus flácido parece quiere esparcirse fuera del marco.
Pero si París queda fuera del presupuesto, hay alternativas. Por Sant Jordi la muestra llegará al Reina Sofía de Madrid y, mientras tanto, para matar e gusanillo, visitar el Teatro-Museo Dalí de Figueres o pasear por la playa de Port-Lligat son experiencias dalinianas que no agujerean el bolsillo.
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