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‘Mà a les fosques’ palpa la vida sin dejar de jugar

Cristina Carbonell

‘Mà a les fosques’ es un libro de relatos y microrrelatos. Así pues, aunque los hay que son historias más extensas y detallistas, con un hilo argumental más definido, otros nos regalan pequeñas historias bien encajadas en una estructura micro, pero redonda, perfecta. Es indiscutible que la dificultad de construir un relato no es proporcional al número de páginas escritas. Contrariamente, la brevedad pide perfección constructiva; no puede faltar ni sobrar nada. Y el nivel con el que lo maneja Jaume Serra hace pensar en la habilidad del gran Alfred Polgar en La vida en minúscula o en uno de los nuestros, Jesús Moncada. A este último también recuerda la riqueza y el dominio del lenguaje.

A toda persona que escribe, quien más quien menos, le gusta jugar con el lenguaje. Una actitud lúdica con las palabras es fruto del amor que se les tiene, y el amor genera comodidad y destreza. La destreza de Jaume Serra para llevar las historias al propio terreno es innegable. Y atractiva, rítmica. Música para el cerebro y el alma. Y si los títulos juguetones de los relatos guiñan el ojo al lector –“Demana un demà de mà”, “Mai més cap més cap”, “Ni somni som”, o el mateix “Mà a les fosques”–, las historias, en cambio, tocan el alma, mueven adentro, llegan a los bordes del ser humano, a sus miedos y desconfianzas, “Malament rai si un dia et trobes enfrontat amb les pors de sempre –i qui diu sempre vol dir més enllà de la memòria, que ja és dir”. El miedo, ese freno de mano que la mano no domina, porque se mueve a oscuras, palpa lo que no ve pero que intuye como importante, por eso se mueve, y no deja de hacerlo, para vivir y tras vivir vivir más.

Es la curiosidad interesada que quiere seguir adelante y confiar en la mano que toca aunque no ve. Una confianza que necesita la conciencia de dónde venimos y hacia dónde vamos: “A mesura que ens fem adults i que la vida ens treballa les durícies a uns quants, les escates a uns altres i a segons qui l’escorça, el nostre guia –el de cadascú– ens va deixant de la mà de Déu, no per desídia ni matusseria, sinó perquè suposa que ja hem adquirit prou defenses per saber caminar sense custòdia. I en això, el nostre àngel particular s’erra tot sovint. Tard o d’hora, tots esdevenim orfes. Sense ningú que ens rescati amb un clic d’interruptor dels viatges imprudents, per molt que la nostra hiperfantasia infantil s’hagi vessat de l’adolescència ençà, no hem d’oblidar el risc que suposa dormir en l’orfenesa, malgrat les durícies, escates o escorces dels llargs anys d’aprenentatge.” Reflexiones que tejen los cuentos y también quien los lee, que a pesar de que huela de cerca el desasosiego existencial, la manera en que se plantea la certeza, tal como es, sin extras, lo llena de la lucidez de saberse, y lo acoge tal como le llega.

Así, la profundidad de las anécdotas argumentales, aunque parezca una contradicción, deja suspendida la analogía al hilo de la precisión de lo que nos quiere decir el autor. Quizá justamente porque sabe muy bien por donde nos movemos los humanos domina el escenario, como lo corrobora el cuento “Oh, Pere”: “Cal acceptar el codi de la ficció permanent i dels anacronismes. La vida no és cantada, cap melodia acompanya els teus actes més transcendents –ni els altres–, no pagues per veure i escoltar les efusions del veí, arrepapat en una cadira ran de balcó. No. Tot és ficció, per molt que de bon principi el decorat t’hagi enganyat.” La vida como una construcción imaginaria, que pide actos de creación constantes para que no deje de ser vida. La propia. La música la pone cada uno.

Otros relatos, como por ejemplo “Ni somni som” y “El meu món no és d’aquest regne”, rompen la lógica de los acontecimientos y se suben a una realidad cercana al imaginario de Calders en el que la narración de los hechos se construye con una sutileza onírica tan precisa que hace confundir los dos mundos. Y en el otro lado, divertimentos como “L’estufa rebufa (Befa)”, en la que, aún así, se traspasa la anécdota del abuelo, del hombre que ya lo ha vivido todo, y que tiene la única preocupación de respirar bien y no tener frío. Todos los relatos, sin embargo, comparten un ritmo y una riqueza léxica impecables.

Hombre de teatro y poesía, Jaume Serra toma lo mejor de cada cosa y lo casa aquí. El resultado, una gran agilidad de las historias narradas con los matices que proporciona el adjetivo preciso y al mismo tiempo poco gastado. Pequeñas joyas que hacen sentir el peso de la existencia, pero también la exclusividad y la riqueza de estar allí.

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