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Filipinas, la cara B del Mobile World Congress

Dos operarios trabajan en los preparativos del Mobile World Congress 2024. EFE/Alberto Estévez

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Escribo este artículo desde el aeropouerto de Dubai. No hay vuelo directo de Manila a Barcelona, pero sí hay un “vuelo directo” para la electrónica. Lo explico. En Barcelona y en el mundo entero disfrutamos de una electrónica barata que va penetrando en nuestro estilo de vida a pasos agigantados. Una clase consumidora global, distribuida por los cinco continentes, engulle gran cantidad de artefactos electrónicos.

Dichos artefactos, por lo general, requieren estar conectados a infraestructuras eléctricas y digitales (enchufes, fibra óptica, rúters, antenas, satélites, centrales eléctricas, líneas de alta o baja tensión...).

Pero nuestro ciberuniverso tiene un soporte físico formado por, microchips, microcomponentes, células fotovoltaicas, baterías y otros componentes electrónicos que se interconectan, creando infinitas redes. Hasta el punto que, si queremos hablar de la llegada de la IA, no podemos hacerlo sin mencionar el trabajo en fábricas, talleres de sudor y en minas.

En general nos encanta la electrónica, optamos por una mayor digitalización y por una transición ecológica de la mano de energías renovables que, de nuevo, demandan incrementar los semiconductores y los circuitos electrónicos, sobre todo las baterías.

Ahora bien, ante tamaña superdemanda, ¿quién produce lo que no vemos? ¿En qué condiciones? ¿En qué rincones del planeta? ¿De dónde sale el material? ¿Será infinito?

Hemos viajado a las Filipinas para analizarlo de primera mano. Lo hemos hecho para conocer la 'cara B' de la electrónica, a propósito de la celebración en Barcelona de una de las orgías del negocio tecnológico más importantes del mundo, el Mobile World Congress.

Las Filipinas son una enorme fábrica de ensamblaje de semiconductores, uno de los eslabones de la parte baja de la cadena. Alrededor de 3,2 millones de personas trabajan en decenas de fábricas que generan entre el 30-40% del PIB. Por debajo de las fábricas sólo hay dos eslabones más: el de los talleres informales de ensamblado (sweatshops o talleres de sudor) y el eslabón de la minería, la extracción, el procesado y fundición del mineral.

Este país de 118 millones de habitantes es y ha sido tradicionalmente exportador de mano de obra barata a todo el mundo. De la más baratas de Asia: obreros para la construcción en Qatar, pescadores y marineros para pesqueros o buques mercantes con bandera de conveniencia, servicio doméstico -en ocasiones en condiciones de semiesclavitud-, obreros de la electrónica en Malasia... Hoy Filipinas es a la vez una enorme y barata fábrica de semiconductores, un exportador de mano de obra, y la segunda reserva mundial de níquel (clave para la industria de semiconductores).

Electrónica barata: el caso Filipinas

Las grandes plantas están ubicadas estratégicamente en Zonas Económicas Especiales, donde no se pagan impuestos. Muchas de ellas son de capital chino, pero también japonés, coreano, u occidental y alimentan de semiconductores y componentes a las grandes marcas globales. La mayor concentración de plantas está en la Región IV-A de Calabazón, que es precisamente el principal lugar de origen de la comunidad filipina de muchas ciudades europeas, como Barcelona.

En las grandes plantas donde se manufactura la electrónica suelen sucederse turnos interminables en una organización productiva férrea orientada a la máxima producción con el menor coste y un control de calidad que no permite errores. Según fuentes sindicales entrevistadas, la empresa Cirtek, por ejemplo, despliega turnos de 12 horas al día, 6 días a la semana; es decir, 72 horas a la semana por un salario de unos 70 euros.

¿Son 280 euros mensuales una retribución justa para una persona dedicada plenamente a trabajar? ¿Es consciente el consumidor de que la electrónica barata está ligada a este régimen global basado en condiciones de explotación laboral en la cola de la cadena global de la digitalización? Aquí radica una de las paradojas actuales de la electrónica: la disparidad en la retribución a lo largo de la cadena global.

La cara opulenta de la electrónica

Regresemos a Barcelona, donde se ha consagrado el Mobile World Congress. En el mundo de los negocios vale cualquier sacrificio para lograr un buen contrato de suministro. Casi 100.000 representantes de compañías, instituciones públicas, brokers, pertenecientes a la cima de la pirámide de la electrónica, tratan de cazar tendencias, lograr contratos, proyectar su imagen o pasar un buen momento en la entretenida ciudad de Barcelona.

Uno de los restaurantes emblemáticos del barrio de Gracia, el Botafumerio, reportaba el nivel de algunos comensales que, a cargo de la tarjeta de crédito de su compañía, invitaban a sus clientes a cenas que alcanzaron los 6.000€ el cubierto. Es decir, una sola cena en un restaurante de Barcelona para un ejecutivo de la electrónica equivale a más de dos años de trabajo intensivo de un operario de fábrica de la misma cadena global de suministro.

En definitiva la electrónica resulta ser uno de los negocios más estratégicos (base material para las revoluciones digital y verde y para la hegemonía industrial-militar), de los más lucrativos y de los más injustos a escala global. El “vuelo directo de la electrónica” entre Barcelona y Calabazón en las Filipinas es paradigmático. Por ello merece nuestra atención.

Siendo legal la compra de electrónica producida con eslabones que se enmarcan en la explotación laboral, ¿cómo avanzar hacia cadenas globales más justas?

Existen múltiples frentes para tratar de adecentar esas cadenas de la injusticia. Todas ellas insuficientes, pero necesarias. Una primera es el Mobile Social Congress, impulsado por SETEM, que trata de llamar la atención de la 'cara B' de la electrónica, es decir de lo que sucede en la fábrica y en la mina. Cada año tiene lugar en formato semipresencial y reúne a gentes que operan desde la lógica de la justicia global.

Ya en el campo de las políticas públicas, otro referente es Electronicswatch, una agrupación de administraciones públicas, por lo general locales y europeas, como los Ayuntamientos de Oslo o de Barcelona, o universidades que ponen su fuerza de contratación al servicio del respeto de los derechos humanos, en coordinación con ONG y sindicatos que operan en las fábricas de electrónica en países como Filipinas.

Cuando se reporta un caso de violación en una fábrica en un país del sur global, por ejemplo por el asesinato de un sindicalista por parte del Ejército, se reporta a los grandes compradores en el norte (big buyers) para que utilicen su capacidad de exigir cuentas a las empresas o gobiernos involucrados. Una telaraña alternativa para presionar en favor del respeto de los derechos humanos más allá de las propias fronteras.

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