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Manolo espera la nueva normalidad desde su residencia para personas con discapacidad: “Es injusto que no pueda salir solo”

Manolo Cerezuela, usuario del hogar-residencia Asproseat

Pau Rodríguez

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El café con leche de las 17 horas era innegociable para Manolo Cerezuela. “Era mi momento para relajarme”, comenta. Un ritual que llevaba a cabo cada día en un bar que hay cerca de la residencia para personas con discapacidad en la que vive, en L'Hospitalet, y que apenas se había saltado en cuatro años. Hasta que llegó el coronavirus. Más de 100 días después, los turistas van regresando a la ciudad y las mesas de los bares se van llenando, pero él sigue sin su café con leche. Sin su momento preferido.

“Es injusto que no pueda salir solo. A veces desde la ventana veo las terrazas llenas, con familias enteras tomando algo”, se queja Manolo. La nueva normalidad no ha llegado todavía a su vida. Tampoco a la de los usuarios de residencias para personas con discapacidad. Una semana después de dejar atrás el estado de alarma, estos centros siguen a la espera de un protocolo específico para su sector. Al menos así ocurre en Catalunya, donde el Departamento de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia asegura que lo está ultimando y que lo publicará en breve, una situación parecida a la de la mayoría de comunidades autónomas, según la plataforma estatal Plena Inclusión.

Mientras, su día a día se rige por el plan de desescalada que elaboró el Departamento de Salud para los geriátricos –en los que el impacto de la COVID-19 ha sido muy superior– y en el que incluyó estas residencias y hogares tutelados. En las que están libres del virus, que son ahora la práctica totalidad, ya se permiten actividades grupales y salidas, pero estas deben ser supervisadas. En el caso de las visitas familiares, están limitadas a una hora.

Esto es lo que enoja a Manolo. “Es un agobio”, explica por teléfono desde el hogar-residencia de la entidad Asproseat, que comparte con otras 12 personas. Como él, muchas personas con discapacidad intelectual tienen cierta autonomía para poder salir solos a pasear o a tomar algo, pero por ahora deben hacerlo con un acompañante. Y Manolo, que tiene un trastorno límite cognitivo pero no está incapacitado jurídicamente y llegó a vivir solo un par de años cuando murió su madre, no quiere ni oír hablar de ello. “Me gusta ir a mi aire”, insiste.

En el mismo saco que los ancianos

En Catalunya hay en la actualidad 7.200 plazas en centros residenciales para personas con discapacidad (al margen de los pisos asistidos). A grandes rasgos, se dividen entre residencias propiamente, en las que los usuarios suelen tener menos autonomía y pasan más tiempo internos, y los hogares-residencia, como las 6 que tiene Asproseat, pensadas para gente con mayor independencia. Sus usuarios suelen acudir a centros ocupacionales durante el día. Pero pese a las diferencias, estos días han estado en el mismo saco normativo.

“Se hizo un corta y pega del protocolo de las residencias de mayores cuando lo que se ha vivido en ellas no se puede equiparar”, sostiene Carles Campuzano, director de Dincat, una asociación que aglutina a buena parte de las entidades del sector de la discapacidad en Catalunya. De los 5.500 usuarios de las residencias catalanas vinculadas a esta plataforma, han fallecido 35.

Campuzano cree que el exceso de “prudencia” por parte de la Administración quizás tenía sentido durante lo más duro de la epidemia, pero no cuando ya hace días que se celebran reuniones familiares y hasta verbenas. “Es como si te dijeran que por vivir en un espacio determinado, sin tener ningún problema de salud, no puede salir solo, pero luego sales al balcón y ves que el vecino sí puede. No hay ninguna razón que lo justifique”, concluye.

Pasa igual con la educación básica ordinaria y la especial, según Carme Ruiz, portavoz del ámbito de la discapacidad en el sindicato UGT. “Se regula sin pensar en las personas con discapacidad”, sostiene. Y denuncia que no se ha informado con detalle a las direcciones de los centros de cómo debían proceder al abandonar las fases. “Muchos han interpretado que ya pueden dejar salir a los usuarios a la espera del protocolo”, comenta.

Sin un cumpleaños en familia

La falta de un plan específico para estas residencias también va a dejar a Ricardo, que tiene Síndrome de Down, sin poder celebrar su 60 cumpleaños en familia. “Me parece una incongruencia. Venga entrar turistas y celebrar verbenas de Sant Joan, pero él tiene que estar encerrado en el piso”, se queja su hermana, África Arce González. “Yo lo voy a cuidar igual que ellos”, asegura.

Su plan este fin de semana era celebrar en su apartamento de Corbera todos los cumpleaños de la familia que quedaron sin su fiesta por culpa de la pandemia. Uno de ellos era el de Ricardo. La idea, como suelen hacer, era recogerle el viernes y devolverlo el domingo. El reencuentro iba con unos diez miembros de la familia y casi siempre al aire libre. Pero el viernes la dirección del centro le denegó la petición.

Según el protocolo del centro, algo más estricto que el general, Ricardo solamente puede recibir visitas de media hora en el jardín que hay frente a la residencia (porque no tiene una zona verde propia). Para África, resulta de nuevo una contradicción teniendo en cuenta que desde este lunes Ricardo y sus compañeros ya pueden ir al centro ocupacional, donde hacen talleres y rehabilitación. Además, ya no van en furgoneta, porque no cumple las condiciones antiCOVID-19, sino que van en metro y con la supervisión de un educador.

Lo que más le preocupa a esta mujer es que no poder estar en familia “le aísla un poco más”. “En la residencia está bien, pero es muy familiar y echa de menos a mis nietos”, comenta. Durante las fases 1 o 2, cuando solo podían salir a pasear un rato con sus educadores, lo entendía. Pero ahora no. “No puede ser que todos tengamos cierta libertad y ellos no, no se les puede tener secuestrados de esta forma”, reclama.

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