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J. Ramón González Cabezas

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La última entrega de la Encuesta de Población Activa (EPA) ha descargado una nueva tromba de pesimismo sobre España. El país evoca por momentos la imagen desoladora de un enorme solar poblado de viviendas y locales vacíos donde uno de cada cuatro habitantes deambula sin ocupación ni rumbo. Es la España de El Roto. El guión de la Gran Recesión prosigue su desarrollo de forma implacable desde el estallido de la burbuja financiera hace cinco años, con el saldo de una triple crisis económica, social y política que tiende siempre a peor. Lo más inquietante es que, a día de hoy, nadie sabe ni dice qué viene después y cuándo sucederá tal cosa.

Tras un año en el poder, la incapacidad de Mariano Rajoy para expresarse ante el país resulta casi sobrecogedora. Aún es hora que el presidente del Gobierno español se dirija directamente a la ciudadanía a través de los medios para exponer la situación, explicar su agenda política y, sobre todo, transmitir de forma convincente un proyecto colectivo que conduzca a una salida creíble que rescate a España del naufragio. El tiempo apremia, ya que el espectro de la exclusión social crece a diario haciendo caso omiso de las disputas territoriales que han acabado por prender fuego con la mecha de la crisis.

Las ostensibles carencias de Rajoy y las no menos visibles limitaciones del núcleo duro de su entorno explican la sorpresa, desconcierto y desconocimiento del nuevo escenario abierto en Catalunya por el órdago secesionista de Artur Mas. Hasta Alicia Sánchez-Camacho lo veía venir, por más que haya querido sacar tajada de ello sin pudor alguno. Este hecho ha acentuado hasta extremos surrealistas la imagen política del líder nacionalista, que oscila entre quienes tienden a verlo como un general, un caudillo o hasta un mesías, por un lado, y quienes lo consideran un traidor, un irresponsable o un temerario arribista, por otro.

Entre el “seny” y la “rauxa”

Sea como fuere, no es imprescindible militar en las filas de CiU o profesar la fe independentista para sostener que Mas aparece hoy en el escenario político de España como el único dirigente con un nuevo proyecto de país para sus electores, capaz de sintonizar de manera transversal con las inquietudes y ambiciones de amplias capas sociales y transmitir sus ideas de forma imperturbable, razonada y perfectamente inteligible hasta en cuatro lenguas distintas. Y sin apenas acento.

La fulminante propagación del sentimiento independentista y el espíritu republicano en Catalunya no es ni mucho menos cosa de Artur Mas, pero el líder de CiU ha sabido ponerse al frente del fenómeno tras verificar la magnitud de su expresión en la calle y, sobre todo, darle plena naturaleza institucional y política. Dotado de un porte, unos modales y una dicción que acreditan su perfil socio-familiar y su selecta educación, el líder nacionalista asemeja cualquier cosa menos un rabassaire, pero parece haber hallado la síntesis del seny (cordura) y la rauxa (arrebato) que se atribuyen a la sociedad catalana. Al menos esa parece ser la pócima mágica en la que cuece de momento su apetitoso “estado propio”.

¿Qué pretende Mas realmente? El líder nacionalista asegura sin pestañear que no va de farol, pero ya implora abiertamente una mayoría absoluta que todavía no le garantizan las encuestas. Hay quien interpreta esta aspiración como un blindaje imprescindible para conducir la enorme marea independentista que barre Catalunya y, eventualmente, capitanear el regreso a puerto en orden en cuanto amaine y la nave catalana disponga de un nueva dársena adecuada a sus necesidades. En política todo es posible, según ha reconocido el propio Mas.

En todo caso, hoy el objetivo es claro y con argumentos de peso. De no obtener el ansiado colchón de 68 escaños para administrar libremente la hoja de ruta, el resto de fuerzas soberanistas, especialmente ERC, podrían imponer su ritmo y precipitar los acontecimientos de la agenda política diseñada por la cúpula de CiU y los dirigentes de la Generalitat. Tampoco hay que perder de vista en qué medida el PP puede actuar de refugio único del voto conservador no independentista y qué influencia podría cobrar en el nuevo Parlament a costa del maltrecho PSC.

Todo es muy incierto en un escenario febril en el que la denuncia de vuelos intimidatorios de cazabombarderos sobre las comarcas del Pirineo convive de forma pasmosa con sesudos estudios, adhesiones en masa y declaraciones entusiastas sobre las bondades de la secesión. El caso es que cuando ni siquiera se ha abierto oficialmente la campaña, la última EPA se apunta crudamente al debate sobre la identidad propia, el derecho a decidir, el principio de solidaridad y otras muchas cuestiones esenciales que yacen malparadas en la fase más cruda de la crisis económica y social que se extiende sin freno en el sur de Europa.

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