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Barcelona y el cambio en común: lecciones de futuro

Sandra Ezquerra / Jordi Rabassa

Después de casi una década de crisis y cuatro años del estallido del 15M, los movimientos sociales han caminado firmemente de la denuncia a la acción y, desde allí, hacia la voluntad de apropiación de las instituciones públicas. Este ha sido el gran viaje del empoderamiento popular: la constatación de que, para cambiar el régimen del 78, todas y todos debemos asumir responsabilidades para hacer una enmienda a la totalidad. Tantos años de lucha incansable contra los efectos y la gestión de la crisis nos han enseñado que el modelo de la “calle por ella misma” está agotado y que no nos queda más remedio que tomar los cielos. No se trata de sustituir la estrategia de movilización ciudadana por la de participación institucional, sino de reconocer que éstas no tienen por qué estar contrapuestas y de combinarlas para impulsar procesos de transformación efectivos y de gran calado. Los balances de los últimos años han descubierto los topes con que se encuentra la movilización exclusivamente social y de ellos se derivan las propuestas de fortalecerla. Frente la demostrada falta de voluntad de los gobiernos de siempre de darles respuesta, nace la determinación por colocar las reivindicaciones sociales y democráticas en el centro del tablero político mediante la acción institucional.

¿Reeditando Transiciones?

No es el primera vez que esto ocurre en nuestra ciudad, atravesada históricamente por cientos de contestaciones y experiencias de resistencia. Ciudad, también, que en las últimas décadas ha tenido la suerte de contar con un movimiento vecinal que, como el resto de movimientos sociales, se ha caracterizado por ser especialmente vibrante, creativo y comprometido con los derechos de sus vecinos y vecinas. El movimiento vecinal barcelonés fue una pieza clave en la configuración de la democracia en nuestra ciudad y en nuestro país. En la temprana transición fue aglutinador de fuerzas políticas diversas y clandestinas y motor de movilizaciones fundamentales para entender el difícil tránsito que dejaba atrás la dictadura; las asociaciones de barrio y de vecinos y vecinas de los primeros setenta del siglo XX lucharon junto a movimientos políticos amplios y sirvieron de paraguas para las más variadas reivindicaciones democráticas. En un momento en que todo se tenía que construir de nuevo, los sindicalistas, los “cabezas de familia”, las estudiantes universitarias, los obreros de las fábricas, las dependientas de las tiendas, los curas comprometidos, las maestras, los trabajadores de la banca, las amas de casa que pintaban muñecas en el comedor, y un largo etcétera de ciudadanos, se encontraron en las calles, en los centros morales, en las parroquias, en la intimidad de casas particulares... para empezar a configurar lo que debería ser la sociedad resultante de la lucha por la democracia. Todo estaba por hacer, y el sueño que todo era posible espoleaba a cientos de hombres y mujeres a arriesgarse a multas, detenciones y represión.

Hace cuarenta años los hombres y las mujeres del movimiento vecinal y otros movimientos sociales constataron también la necesidad de la lucha política para garantizar un poder organizado que mantuviera viva la radicalidad democrática. Aquel asalto institucional que durante los primeros años debía tambalearlo todo, trasegar la ciudad y consolidar reformas importantes, sin embargo, abrazó luego la complacencia por el trabajo en curso que quiso adormecer la participación ciudadana y anular la disidencia y las lecturas alternativas de Barcelona. Comenzaban a tambalearse las estructuras de un movimiento que, algunas voces dirán, fue asimilado por las instituciones que se había propuesto transformar, sufrió una crisis como resultado de la fuga de personas con las elecciones a los ayuntamientos democráticos del 1979 y 1983 y terminó vaciándose por debajo hasta convertirse en una sombra nostálgica de lo que había sido. Estos huecos se llenaron más adelante, estructurando de nuevo un movimiento que en la actualidad acumula unos conocimientos y un coraje necesarios.

Hoy, en un momento de cambio de época en que esa «transición modélica», así como el régimen al que dio a luz, se encuentran cuestionados sin precedentes; en un momento en que experiencias como Barcelona en Comú apuestan por reeditar el ensanchamiento de la lucha social hacia la esfera institucional, resulta fundamental realizar balances y aprendizajes de experiencias pasadas para evitar reproducir errores y controlar riesgos futuros.

Lecciones de futuro

Debe ser un objetivo prioritario que el movimiento vecinal y el conjunto de movimientos sociales jueguen un papel clave en la transformación de la política institucional en curso. Cualquier proyecto que pretenda asaltar de manera efectiva y tambalear el gobierno de la ciudad, así como la vida de sus vecinos y vecinas, debe tener como tarea ineludible respetar y vigorizar la voluntad popular generando de manera genuina relaciones de confianza mutua. El protagonismo social del cambio que se avecina no se obtendrá ni mantendrá convirtiendo los artífices de la nueva política en meros altavoces de las reivindicaciones sociales en los recintos institucionales, sino generando espacios reales de participación donde los movimientos sean sus propias voces con capacidad ser escuchadas, opinar y tener incidencia en todas las decisiones y procesos importantes que afecten a la vida cotidiana de la ciudad. También deberán dejar sonar las voces de personas que no están ni estarán nunca organizadas y que, precisamente por eso, ahora mismo no tienen quien las represente. Las nuevas fuerzas transformadoras que ocupen asientos en el ayuntamiento de Barcelona también deben hacer una apuesta innegociable para respetar, garantizar y potenciar las movilizaciones y reivindicaciones en las calles: no sólo porque el vigor de la contestación social es indicador fundamental de la salud democrática de cualquier comunidad, sino también porque la ambiciosa tarea de poner en jaque las instituciones y el status quo económico de un país, de una comarca o de una ciudad resulta inalcanzable contando únicamente con respresentación electoral. No hay gobierno más fuerte que aquel que tiene un pueblo detrás diciendo «suficiente».

En segundo lugar, vale la pena hacer una breve apreciación sobre el papel que los representantes de la nueva política tendrán que jugar en el ayuntamiento de Barcelona. Si bien su obligación será contar día a día con los intereses de las mayorías sociales como brújula indesviable de su actuación, no pueden apropiarse ni del discurso ni de las maneras de hacer de los movimientos sociales. Es cierto que la candidatura de Barcelona en Comú irá llena de activistas, luchadores y luchadoras con una trayectoria impecable en la defensa del bien común. Sin embargo, con su entrada en el ayuntamiento no se convertirán en representantes de nadie que no sea Barcelona en Comú. A pesar de que reivindicamos una estrecha relación entre lucha política y lucha social, la autonomía de los movimientos sociales respecto a cualquier candidatura, actor político o institucional es una línea roja inviolable para cualquier iniciativa que reclame dejar la “política al uso” atrás y liderar un proceso de ruptura democrática. Tendremos que estar también alerta contra las nefastas consecuencias que tendría para nuestros propósitos llenar las instituciones de referentes de luchas sociales sólo para dejar estas luchas vacías; dotar la batalla institucional de protagonistas sociales arrancando las batallas sociales de protagonistas, de masa crítica, de capital humano y de fuerza. En resumen: no nos lo podemos permitir.

En tercer lugar, el asalto a las instituciones no puede ser el único objetivo de Barcelona en Comú. También lo tiene que ser hacerlo de una manera diferente: integradora, limitadora de poderes y entendiendo la política no como una profesión donde hacer carrera sino como un verdadero servicio al bien colectivo y una herramienta para cambiar el mundo. Del mismo modo que la participación política que se derive requerirá fórmulas imaginativas y radicalmente originales frente a las fuerzas que se esfuercen incansablemente para reproducir los viejos tics, las nuevas soluciones y maneras, controladas por un código ético inaudito en la ciudad, deberán ser un frente más en la batalla contra las hegemonías imperantes y los discursos totalizantes.

Un último riesgo importante que se nos presenta radica en algo tan simple, y a la vez tan invisible, como la propia finitud humana: lo que caracteriza la participación política no profesionalizada (en todas sus esferas) es el difícil encaje que ésta presenta a medio y largo plazo en nuestras vidas cotidianas. Nos vemos obligados a compatibilizar con jornadas laborales precarias e interminables que, sin embargo, pagan nuestros alquileres y nuestros recibos, y con imprescindibles dimensiones familiares, personales y afectivas de nuestras existencias. No es banal que la imposibilidad por parte de numerosas personas valuosísimas (sobre todo mujeres) de conciliar sus múltiples apuestas y responsabilidades vitales con la participación política derive de manera recurrente en que muchas de ellas se queden por el camino y en el que la política se parezca más a una actividad de súper héroes robóticos que en un espacio amable y verdaderamente inclusivo de participación, creatividad y transformación colectiva.

A pocas semanas de las elecciones municipales podemos anticipar que Barcelona En Comú conseguirá unos buenos resultados y que luchará por la alcaldía voto a voto frente de la lista de Xavier Trias. Sea cual sea el desenlace final, sin embargo, a partir del día 25 de mayo su actuación será escrutada con miles de lupas desde todos los ámbitos políticos y sociales, incluyendo aquellos que, en principio, le son más afines. Si bien esto ya pasó en 1979, afortunadamente ahora se verá incrementado de manera geométrica por las crecientes exigencias de transparencia así como por los implacables e inmediatos dictámenes de las redes sociales.

Hace cuatro décadas las derivas, errores y puntos de no retorno resultantes de la entrada de luchas y luchadores contribuyó a una pérdida de rumbo y razón de ser y en la instalación del desencanto político en los movimientos sociales. Hoy no nos podemos permitir tal sentimiento y es por eso que es una tarea de primer orden vacunarnos-en repasando aprendizaje pasados y construyendo de futuros. No lo dejamos para mañana, hagámoslo en común, no olvidemos nunca de dónde venimos, hacia dónde vamos y, sobre todo, no olvidemos nunca que somos

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