El condado californiano de San Bernardino, a 100 km de distancia de San Francisco, arde de nuevo estos días por los incendios forestales de verano, que de momento han arrasado más 10.000 hectáreas y obligado a evacuar a 82.000 personas. Algunos han intentado culpar al “viento rojo”, el típico viento Santa Ana californiano cálido y seco, aunque la fatalidad natural ya no sea razón suficiente ante el reconocido estado de abandono del sotobosque sin desbrozar, la auténtica yesca de la rapidez de propagación de las llamas. Hace tiempo que se admite que los incendios forestales veraniegos se apagan sobre todo en invierno y en los despachos, mediante la política de gestión de masas forestales que no puede evitar accidentes o la acción criminal de los pirómanos, pero sí reducir sensiblemente aquella rapidez de propagación.
La culpa no es del viento, aunque la leyenda quede bien en las narraciones de Raymond Chandler, el autor que retrata el Santa Ana californiano en el arranque de la narración corta Viento rojo: “Aquellos vientos secos y cálidos que bajan de las puertos de la montaña alborotan el cabello, hacen saltar los nervios y erizan la piel. En noches como estas cada fiesta concluye en peleas. Las mujeres palpan la hoja del cuchillo de trinchar”...
Vientos cálidos y secos los hay en todos los continentes: el chinook de la Montañas Rocosas norteamericanas y los valles afluentes del río Missouri, el Santa Ana de California (también dicen que “make people crazy”), el zonda del interior de Argentina a sotavento de los Andes, el khamsin norteafricano, el sharav de Arabia e Israel, el sirocco argelino... La tramontana también lo es, pero sopla con mayor frecuencia e intensidad en invierno.
En los países bien gestionados, como los valles alpinos suizos y austríacos, operan los Föhnwachters, guardas forestales que velan por la aplicación de los reglamentos contra el peligro de incendio cuando sopla el föhn. El fenómeno fue estudiado por primera vez en el Tirol y ha dado nombre a todos los vientos de este tipo en el planeta. El fogony del Pirineo catalán forma parte del grupo, y dicen que un día de fogony puede fundir más nieve que catorce días de sol.
El término alemán föhn designa vientos cálidos y secos cuando soplan a sotavento de una cordillera, pese a que originariamente fuesen fríos y húmedos. Al no poder sortear el obstáculo orográfico, lo rebasan y, al rodar por la otra vertiente, a sotavento, se calientan y deshidratan. Entonces actúan como viento seco, acentúan la temperatura y la evaporación, electrizan el ambiente, hacen crujir muebles y bigas, favorecen rápidos deshielos, aludes de nieve o incendios forestales de verano. Se conocen desde tiempo atrás sus efectos, por consiguiente los incendios que azuzan cuando los bosques no se encuentran limpios ni vigilados no son ningún accidente imprevisto.
En julio del presente año se cumplieron treinta años del gran incendio forestal en la Albera fronteriza (Alt Empordà), con el balance de cuatro víctimas mortales de un hidroavión francés que participaba en las tareas de extinción, estrellado en la montaña de Requesens. Arrasó 30.000 hectáreas y convirtió en ceniza más del 50 % de los términos municipales de Rabós, Cantallops, Capmany, Sant Climent Sescebes, Biure, Vilamaniscle, Mollet de Peralada y Espolla. La declaración oficial de zona catastrófica no llegó.
En 1986 ardieron en Catalunya 68.506 hectáreas, sobre todo en los incendios de Montserrat y el Empordà. En 1994 más aun: 76.625 hectáreas en el Montseny, el Bages y el Berguedà. En 1998, 23.800 hectáreas en el Solsonès. En agosto de 2000, 6.513 hectáreas en el Cap de Creus. En 2006 fueron 2.000 hectáreas de nuevo en el Empordà. En 2009 el incendio forestal de Horta de Sant Joan se cobró la vida de cinco bomberos. En 2012, una vez más, 14.000 hectáreas quemadas en 18 municipios alrededor de La Jonquera.
A raíz del incendio de 2012 se quiso presentar como noticia que fue originado por colillas de cigarrillo sin apagar lanzadas de cualquier manera en el punto de partida de las llamas, un área de estacionamiento de camiones. Eso no era noticia, la mayoría de incendios forestales se deben a causas bien conocidas.
La rápida extensión del fuego que quemó 500 hectáreas en el Baix Empordà en 2013 fue atribuida de nuevo al viento de tramontana y la falta persistente de lluvia, cuando en realidad el detonante y el agente propagador es la ausencia de una política de prevención adecuada. Dar la culpa al viento o a la sequía ya no es admisible. La mala gestión forestal quema más que las llamas.