Los telediarios son inquietantes. Uno debe pellizcarse para asegurarse de que está vivo y no entre muertos o, siendo optimista, asistiendo a una obra teatral de terror. Con la que cae sobre el país y sus gentes, tanto los personajes del PP como los del PSOE aparecen como muertos vivientes. Los unos no se enteran, no quieren enterarse, de lo que pasa fuera de su cáscara. Los otros no se han enterado de que cada vez son menos los que les escuchan. Todos me parecen fantasmas de un mundo que ya fue, son residuos del pasado. En política siempre es posible resucitar pero nunca será como antes. El tipo de bipartidismo que ha bloqueado el funcionamiento de las instituciones, que ha ocupado -y se ha aprovechado- el conjunto de los aparatos del Estado (Berlinguer en “La cuestión moral” fustigaba este afán monopolista de los partidos) y que ha demostrado su incapacidad para responder a los retos actuales y a las demandas sociales, se ha terminado. O por lo menos, por el bien de todos, esperemos que así sea.
Rajoy es el fantasma más fantasmal, el mudo. El teórico jefe de gobierno, por ahora, consigue mentir a pesar de que no habla, lo cual tiene su mérito, pero merece poco interés. Su guardia pretoriana no se cansa de decir que no hace falta que hable pues es bien sabido que es un buen chico que nunca rompió un plato. Como para sospechar: dime de lo que presumes y te diré de qué careces. Con lo cual nos encontramos con un “líder máximo” convertido en un fantasma minimalista, rodeado de nulos y acompañado de un silencio que resulta tan ruidoso como sospechoso. La gestión (pésima por cierto) de la crisis está en manos de la troika que ahora nos vigila y de los banqueros alemanes. Actúan por medio de los zascandiles del gobierno. Pero éstos ahora no ofrecen credibilidad, ni estabilidad, ni capacidad de gobernar. El clamor social generado por la crisis y agudizado en Catalunya por el sentimiento independentista ha provocado un rechazo mayoritario tanto al PP como al PSOE. Solo faltaba el caso Bárcenas, que ha publicitado la escandalosa corrupción de los gobernantes. La desconfianza exterior y el rechazo popular puede ser el fin del actual régimen político. Lo que no es evidente es que sea para mejorar, pues hay fuerzas muy poco o nada democráticas que también conspiran contra Rajoy y su grupo, especialmente por medio de Pedro Jota y El Mundo.
El caso Bárcenas no es si solamente éste paga el pato o si Rajoy debe acompañarle ante los tribunales. Dudo que el líder del PP pueda ser imputado, por haber prescrito el posible delito o por falta de pruebas suficientes. La cuestión no es jurídica, es moral y política. El juicio de Bárcenas nos recordará probablemente al de Al Capone, que fue condenado por delito fiscal y los políticos, jueces y policías que habían participado de las fechorías, pues lo protegían y participaban en los beneficios, quedaron al margen. Pero ni Rajoy, ni el PP, saldrán indemnes de este caso, no son hoy gobernantes dignos de confianza. Diga lo que diga la Judicatura. Las mentiras, el uso y abuso particular de los dineros públicos, la connivencia con los poderes económicos y la evidencia de la corrupción estructural del partido difícilmente les será perdonado. Por bastante menos Felipe González y el PSOE fueron desplazados del gobierno y la “vieja guardia” fue substituida por jóvenes con más ambición que ideas.
La farsa ha llegado demasiado lejos. Rajoy, con sus omisiones y sus mentiras, resulta ya insoportable. Su tiempo de líder está contado. Además está rodeado de sus ministros y dirigentes de Partido que añaden regularmente gotas provocadoras que hace que se derrame el vaso. ¿Cómo puede un país soportar que en el marasmo económico en que vivimos quien nos haga dictámenes y proclame decisiones sea un “montoro”, un monigote cuya única habilidad es ser más caricaturesco que su caricatura? ¿Cómo soportar las declaraciones chulescas de un “floriano” que incluso cuando dice algo cierto o banal parece que nos engaña? Mientras tanto, la vicepresidenta organiza la protección de su jefe, gestiona administrativamente la cocina gubernamental y prepara algunas víctimas propiciatorias que acompañen a Bárcenas en su caída. La señora de Cospedal es precisamente la única dirigente que parecía que no fuera cómplice del gran tesorero, pero tanto si ha recibido o no sobresueldos y a pesar de la poca credibilidad que merece Bárcenas, el hecho de que éste la acuse con más detalles que pruebas será aceptado por la opinión pública. Es muy posible que sea la tonta del bote que pague finalmente la factura partidaria. Su escasa habilidad cuando abre la boca y su predisposición a ser más papista que el papa -dicho de otra forma, su poca gracia y su virulencia mal argumentada- resulta insoportable a todos menos a sus fans. Lo cual facilitará la tarea a algunas amigas poderosas que desean su caída, la vicepresidenta del gobierno y la ex presidenta de la comunidad de Madrid. También asistiremos a la enésima batalla entre “garllardones y aguirres”, a la amenaza de retorno del fantasma de Aznar. Y muchas otras puñaladas hasta que acaben como el Consejo Nacional del Movimiento haciéndose el harakiri para volver al escenario con otras caras.
En resumen, Rajoy aburre e indigna, él y su gobierno están amortizados. El jefe del gobierno durará en el cargo lo que tarde el PP en ponerse de acuerdo sobre un candidato o una fórmula para designarlo. Por ahora nos ofrecerán el espectáculo de cuchillos largos y afilados
Rubalcaba no es la alternativa. Rubalcaba irrita. Fue un buen actor que ahora, ya caducado, grita para convencer, se desgañita, pero nadie se lo cree y sus esfuerzos resultan patéticos. Es un personaje que clama en el desierto. Antes, cuando reinaba el socialismo, sus líderes vivían en un territorio feliz y confiado en el que se había substituido la Internacional por el principio “enriqueceos, enriqueceos” que hace un siglo y medio proclamó el conservador Guizot. Hoy exige la dimisión irrevocable de Rajoy, promete que él y su partido pueden afrontar la crisis con decisión, con ideas y con coraje, y da por supuesto que la corrupción es cosa de los otros, como si lo suyo fueran pequeñeces y no tuvieran amistades peligrosas. Es posible que en el PSOE la corrupción sea menos estructural que en el caso del PP pero hay demasiados casos como para reducirlo a actuaciones personales. Quizá más importante: no cuestiona el régimen político español. Un régimen que se desmorona, con una Constitución deformada y devaluada, una Monarquía desprestigiada, una Judicatura en cuyas cúpulas deciden los neofranquistas, una colusión entre los gobiernos, sea cual sea el color, con las elites financieras y empresariales, etc. Y no es necesario extenderse en la gestión de la crisis económica. Solamente un fantasma político puede haber olvidado que su partido y él mismo son corresponsables de unas políticas neoliberales al servicio del capitalismo especulativo. Y los dirigentes del PSOE actual eran los gobernantes que demostraron hace muy pocos años su total impotencia para hacer algo más que no fuera obedecer ciegamente a la señora Merkel.
Ha sido el PSOE, temeroso desde el inicio de su larga trayectoria gubernamental, el que ha contribuido decisivamente a mantener un régimen político incapaz de desarrollar la democracia, inmovilizado por un bipartidismo que imposibilita la innovación, que favorece la corrupción y que acoge y protege al neofranquismo encubierto en los aparatos del Estado, las cúpulas económicas y la Iglesia. Y también es el PSOE corresponsable de haber generado un enorme malestar en Catalunya que en pocos años ha conducido a que el independentismo se haya multiplicado por dos y tiende a ser mayoritario.
Rubalcaba no está solo y no es el peor. Le rodean barones mitad sicarios mitad aprendices de brujo que si no fueran cadáveres políticos habrían ya liquidado a su jefe. Estos jefes de banda salen de su triste oscuridad movidos y unidos solamente por el odio a sus supuestos compañeros catalanes. Con estos amigos los responsables del PSC no necesitan enemigos. Se reunieron hace una semana en cónclave para dejar claro que Catalunya no es una nación y España no es ni será un Estado plurinacional, que la consulta que promueven el 90 % de los parlamentarios y desean la inmensa mayoría de los catalanes no merece ni tan solo discutirse y que en un futuro incierto les dejarán estar de oyentes en unas estructuras institucionales similares a las actuales pero llamadas “federales” que siempre estarán controladas por los partidos estatalistas.
Para que quede clara la sumisión incondicional y humillante del PSC, unos días después vuelven a reunirse para recordarles a los diputados catalanes que no tienen derecho a votar libremente aunque se trate de los intereses de Catalunya. Sólo deben limitarse a asentir lo que hayan decidido los fantasmas de la calle Ferraz de Madrid. Uno se pregunta qué demonios hacían los representantes del PSC en Granada y luego en el Comité Federal si sabían que estaban destinados a convertirse en fantasmas comedores de sapos. ¿Sería mucho pedir que tuvieran por lo menos dignidad en tanto que representantes electos por los ciudadanos de Catalunya y no ir a esta cueva siniestra o salir dando un portazo cuando escuchan estas lindezas?