En teoría, la Unión Europea no es una instancia creada para que cada país vaya a defender sus intereses sino para que todos los Estados se pongan de acuerdo en políticas que han de beneficiar o ser justas a su conjunto. Como sucede a menudo, una cosa es la teoría, y otra, la pràctica.
Frecuentemente, las cumbres europeas se complican porque cada país intenta barrer para casa. Y estamos acostumbrados a que, cuando acaban esas cumbres, los dirigentes de los diferentes países explican que han defendido los intereses de sus ciudadanos y que no han dado su brazo a torcer en esa defensa patriótica.
Hay algunos que hacen ver que se sacrifican por los demás, pero hay que desconfiar de esos. La experiencia reciente del papel innoble jugado por Alemania en la crisis europea demuestra que ni siquiera los que dicen sacrificarse por los demás, lo hacen realmente.
Pero la ficción que hay que mantener es que los políticos van a Bruselas o Estrasburgo a defender los intereses de todos los europeos y no sólo los del país que dirigen.
Por eso, presentarse a las elecciones europeas en una candidatura concebida para defender la independencia de Catalunya está fuera de lugar. Sería como dejar al desnudo, reconocer que la construcción solidaria de Europa es una farsa.
Por lo menos, los euroescépticos concurrirán a las elecciones argumentando que no creen en la Europa unida, solidaria y defensora de los intereses del conjunto. Pero presentarse con una candidatura que dice, por un lado, que cree en Europa pero que solo le interesa para defender la propuesta de que su país se independice es, sencillamente, ridículo.
Quizás permitiría enmascarar la pérdida prevista de votos por parte de CiU. Pero desenmascararía que su histórico europeísmo se ha desvanecido para poner sus intereses de partido o coalición por encima de los de los catalanes.
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