Resulta que las escuelas públicas de este país nuestro que, en parte, o de corazón, por lo menos, se independiza, son escuelas que dicen ser laicas. Por principio. Resulta que una afirmación así hace reír tanto de tanta pena que da, que uno se ve lanzado a recurrir, curioso y sumiso a la vez, a su majestad el diccionario. Tiene que ir allí a pesar del riesgo de precipitarse en el delirio definitorio que nunca se termina (o que nunca se termina si también, por principio, le ponemos el dedo en el ojo a la cosa primera: si, por principio, hacemos la puñeta a la esencia porque no nos da la gana de vivir en ninguna casa invariable porque es una casa sin gente ni ventanas).
Uno tiene que ir al diccionario para intentar entender (y nunca está de más pelearse con algo parecido a la razón) y tiene que ir para no sentirse completamente trabucado. Apuntaremos, torpes, solo una o alguna de la ristra de acepciones sin jerarquía ni orden. No buscaremos qué quiere decir escuela laica porque hurgar el adjetivo sería ya un escándalo. Buscaremos otras palabras. Quizás más críticas, pero necesarias igual.
Uno: principio: comienzo; cada una de las causas a partir de las cuales es constituida la realidad; regla de conducta; verdad fundamental, axioma. Sea la mezcla imperfecta o sea una o sea la otra, queda claro que la escuela laica debe prescindir de la religión y debe hacerlo precisamente (y simplemente) para ser laica.
Dos: religión: conjunto de creencias y convicciones, de actitudes y sentimientos y de formas de comportamiento que vinculan una persona o un grupo humano con lo que uno reconoce como sacro, misterioso o trascendente y que a menudo identifica con Dios o el divino. Cualquier tipo de ramalazo o de palabra, pues, cualquier especie de teatrillo cosmogónico, de parafernalia o de libro primero, de gurú de micro o pastor, debe quedar, pues, al otro lado, afuera, ahuyentado de la escuela.
Primer problema: que yo sepa, en general, esto no sucede. Segundo problema (más grave aún): que yo sepa, en general, incluso la escuela más guay dice que sí, que sí pasa. Tercer problema: el choque entre el primero y el segundo problema da lugar, en general, a un mismo lugar, que es el lugar de la excusa imperial o del argumento hegemónico o del paraguas de masas: la tradición. La peña donde dice que dice que quien fue nato, desnudo, desnudo, el maestro implicado con la escuela laica del patio florido y que suelta a los niños que qué les han regalado los Tres Reyes de Oriente, no es percibido, en general, como un choque colosal (y violento) con aquella intrínseca necesidad de dejar fuera.
Tres: tradición: costumbre, uso, norma, que ha prevalecido de generación en generación. Y ahora un verbo: cuatro: prevalecer: llevarse la victoria, la superioridad, la ventaja, entre diferentes cosas concurrentes, en competencia. La tradición, una. La tradición, de unos. La tradición, para unos. Papasseit: palabra propia cuarenta y cuatro: la Biblia de los católicos es comida salada. No puede pasar, de tanta gracia como han querido ponerle. Y el lamento, que si se puede dibujar es la depresión infinita de la tristeza de un niño que no sabe dónde se encuentra porque él no es de los suyos, es de los otros, y que es el lamento que va muy cerca del otro lamento, el de la rabia fecunda: gitanos del mundo, musulmanes, judíos, chinos e indios, catalanes descarados o payasos, descarriados o transtodo, diferentes, tanto da, todos juntos, no podemos, en este nuestro país que, en parte, o de corazón, por lo menos, se independiza, tener, ni tan solo, el derecho a una escuela que, por principio, sea laica. Y con Brossa: ¡no te olvidamos, Salvat!