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La Plaza Tetuán lleva un nombre indigno que todavía promocionan

Xavier Febrés

Paso cada día por la Plaza Tetuán de Barcelona, y cada día el nombre sabe peor y me pregunto por qué se mantiene en el nomenclátor la adscripción de este céntrico espacio urbano al recuerdo de una salvajada colonial como fue la batalla de Tetuán de 1859 contra el territorio de los marroquíes, todavía peor armados y preparados que el ejército español. Que el general catalán Joan Prim se luciese en la escabechina al frente del Batallón de Voluntarios Catalanes -la veracidad de la condición de voluntarios es discutible- me parece muy insuficiente. Que la batalla diese lugar a una pintura de grandes dimensiones de Marià Fortuny, largamente subvencionada para loar el ardor guerrero español, tampoco me parece un honor histórico digno de pasar al nomenclátor con las dimensiones de esta plaza de la capital catalana. Por los mismos motivos, que el Museu Nacional d'Art de Ccatalunya (MNAC) acabe de invertir 115.000 euros en una exposición monográfica alrededor del cuadro para conmemorar el 150 aniversario de su inicio y que hayan colocado reproducciones murales de la tela en la estación de metro Tetuán me resulta del mismo gusto dudoso y polémico.

La batalla de Tetuán y los siguientes episodios de la guerra de África -contra la que se alzaron en Barcelona las clases trabajadoras en la Semana Trágica de 1909- costó miles de muertos inútiles y alimentó la mentalidad bien poco moderna y democrática de los llamados militares españoles africanistas, que el general Franco abanderó poco después. El objetivo colonialista de aquellas campañas bélicas y sus resultados tristísimos no merecen ser recordados de forma épica ni promocionados hoy sin visión histórica. La Plaza Tetuán no es tan solo un reconocido punto negro de la ciudad desde el punto de vista circulatorio, también desde el histórico y cívico. Podría llevar otro nombre más acorde con los valores actuales, por ejemplo Plaça del Doctor Robert, dada la existencia en su centro del gran monumento del escultor Josep Llimona al alcalde barcelonés. En cuanto al cuadro que el pintor Marià Fortuny no terminó, es considerado por los críticos de arte como una obra fracasada, tan fracasada como la guerra de África que el nomenclátor y el MNAC se obstinan en enaltecer. “Las ciudades perecen en el momento en que no pueden distinguir a los malos de los buenos”, dice Diógenes Laercio que decía su maestro Antístenes.

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