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El referéndum: te quiero escuchar

Clara Valverde

Este va a ser mi tercer referéndum sobre la independencia. De 1976 a 1993 viví en Montreal, con lo cual voté en el referéndum quebequense de 1980. Y en mis últimos cuatro años en Québec, viví y trabajé en el subártico, en el territorio de los Cri de la Bahía James, que hicieron su propio referéndum sobre la independencia, en el que no pude votar por no ser indígena. Pero como en el de Quebec, estuve implicada en las interesantes conversaciones que se llevaron a cabo en los años y meses antes del voto.

Con la tranquilidad, capacidad de escucha y poco amor por la polarización que tienen en esas dos culturas, se habló de multitud de temas que son parte de tales procesos: ¿Qué es un Estado-nación?, ¿Cuáles son las alternativas? ¿El proceso del referéndum está controlado por algún partido o grupo, ¿Qué espacio habría en un nuevo país para los que tienen ahora menos poder y representación? ¿Cuál es la relación entre la independencia, la interdependencia y la solidaridad? ¿Hay una ética de la independencia? ¿Qué impacto tendría la independencia en nuestras relaciones con la clase obrera, las mujeres, los inmigrantes y los indígenas del resto de Canadá? ¿Qué redistribución de los recursos puede haber al estar rodeados de países capitalistas y al depender de ellos económicamente? En un nuevo país, ¿habría menos sufrimiento y más igualdad? ¿Cómo conseguir más igualdad? Y muchos temas más.

Lo que no oí en esas constantes conversaciones fueron resentimientos históricos. Los quebequenses de origen francés podrían haber utilizado su derrota antes los ingleses en la Batalla de las Llanuras de Abraham de 1759 para crear un clima de venganza. Y los indígenas Cri podrían haber expresado odio y rabia hacia los de origen europeo que durante 300 años les han colonizado para manipular el proceso.

Las conversaciones eran interesantes y estaban en el centro de nuestra vida cotidiana con respeto e inteligencia. En cada proceso se daba por hecho que las reflexiones no estaban centradas en dos únicas posibilidades, sino que la complejidad de los temas exigía explorar e imaginar muchas otras opciones. Los ciudadanos de esos procesos no nos dividimos entre “los del Sí y los del No”, sino que éramos cada persona y cada colectivo una rica conversación con todos los temas y matices.

La otra cosa que nunca vi, en esos interesantes años, fue que la gente se autocensurara, se privara de compartir sus ideas por temor, por quedar mal o por ser vistos como políticamente incorrectos.

En las dos culturas, la quebequense y la de los Cri, se es muy cuidadoso al compartir opiniones. Los quebequenses con sus: “respeto tu opinión… a lo mejor yo tengo algo que podría añadir” o “¿te importa si comparto mi opinión contigo?”. Y los Cri desconocen el concepto de interrumpir cuando el otro está hablando o en las pausas en su narrativa. Así todos pudimos hablar a fondo sobre los temas políticos y sobre la importancia de nuestro futuro y el de futuras generaciones.

También he seguido con gran interés, como muchos de los lectores de este diario, el proceso del reciente referéndum en Escocia. Con mi particular interés en la defensa de la sanidad pública y a través de grupos online, he podido seguir de cerca las discusiones escocesas sobre el neoliberalismo, las medidas de austeridad, la ecología y el cambio climático, la energía nuclear y la militarización, el patriarcado, y el Estado-nación y sus alternativas, todo en relación con el referéndum.

Ahora que vivo en Catalunya y soy parte del este proceso catalán, echo de menos las conversaciones políticas de esos otros procesos de referéndum. Veo, alarmada, la despolitización del proceso catalán en el que la fetichización del voto se utiliza para parar, callar y censurar las necesarias reflexiones sobre la política[1]. También me preocupa la falta de cuestionamiento del “estado del consenso”, consensos falsos de los cuales el Estado español y Catalunya son producto[2].

En este proceso hacia un referéndum que vivimos en la Catalunya actual, en una Europa neoliberal y con unos líderes como Mas, Junqueras y otros que han liderado y participado en el desmantelamiento de nuestra sanidad[3], educación y otros servicios públicos básicos, parecer haber poco espacio para conversar.

Somos seres de palabra. Para elaborar lo que pensamos, necesitamos conversar con tranquilidad y libremente con otros y escuchar. Pero la frase que no se dice pero que se oye a gritos en el aire ahora es “ya hablaremos luego, ahora, no”.

Nuestro futuro y el de las futuras generaciones no es un juego, no es algo light. Frases (o tweets) simplistas como “el día después del referéndum no habrá sitio para corruptos en Catalunya” son alarmantes y reflejan la despolitización de este proceso.

El gran tema pendiente de hablar, en estos tiempos, es sobre cómo la política ha externalizado el poder a los tecnócratas[4]. Este tipo de gubermentalidad, como la llamaba Michel Foucault, en la que se gobierna a través de otros (en el caso de Catalunya a través de consorcios, banqueros, fundaciones y un largo etcétera, estructuras e individuos catalanes que no tienen que rendir cuentas a los ciudadanos porque no han sido votados), determina mucho nuestro futuro. El gobernar a través de estos canales facilita la corrupción[5] e impide la democracia. Y esa es la conversación urgente. Esa y la de nuestra ética ante todo esto.

Pero esto es solo mi opinión. Me encantaría escuchar la tuya. Nunca es tarde.

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[1] Critchley, S., Infinitely Demanding. Ethics of Commitment, Politics of Resistance. London: Verso, 2008.

[2] Delgado, L.E., La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011). Siglo XXI de España Editores, 2014.

[3]Martinez, A. y Vergara, M. Com comercien amb la tevasalut. Privatització i mercantilització de la sanitat a Catalunya. Barcelona, Icaria Editorial, 2014.

[4]Ranciere, J. Dissensus: OnPolitics and Aesthetics. New York, Continuum, 2010.

[5]Critchley S., ibid.

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