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Sociovergencia y corrupción

Jordi Borja

El sistema catalán de salud es una de las mejores creaciones de la democracia. Y puede autodestruirse no solo por los recortes y las progresivas privatizaciones, sino también por el pozo sin fondo -o si lo prefieren los fondos de reptiles- de la corrupción. Una corrupción que funciona por medio de dos círculos viciosos, nunca mejor dicho: uno entre sector público y sector privado; el otro, entre convergentes y socialistas. Una expresión muy visible de ello es cómo los cargos públicos pasan fácilmente al sector privado sobre el cual tenían responsabilidades y al viceversa, en el caso del actual conseller de Sanitat, Boi Ruiz. Y también -y es lo más curioso- es muy frecuente que si cambia el gobierno algunos cargos nombrados por los socialistas son substituídos por convergentes y viceversa, pero los cesados pasan a otro cargo público dentro del ámbito sanitario. Pasó tanto con los gobiernos convergentes como con el tripartito. El partido hegemónico siempre se reservó la consellería correspondiente.

La corrupción es un cáncer de la política. Genera descrédito y desconfianza de la ciudadanía en las instituciones, desmoraliza a los trabajadores de los servicios públicos, corrompe a los proveedores que deben convertirse en corruptores, facilita la entrada en el circuito a empresarios delincuentes y favorece los procesos de privatización. Esto a la larga afecta al conjunto de los ciudadanos contribuyentes, que deben optar entre pagar servicios básicos como la sanidad o la educación al sector privado o aceptar la progresiva degradación de los servicios públicos que acaban siendo residuales. La corrupción sociovergente en la sanidad no solo es corrupción, es un atentado directo a la calidad de vida de los ciudadanossociovergente .

El escándalo más receinte se ha producido en la Sindicatura de Cuentas, tras el veto de CiU, con el apoyo de ERC y del PSC, al exsíndico Agustí Colom. Los socialistas, por las relaciones peligrosas que mantienen con la derecha en el ámbito de la sanidad pública, han sido cómplices interesados en el veto. Pero añadieron una circunstancia agravante: la alevosía, la traición. Aprovecharon la oportunidad para colar en el último momento a un candidato propio en detrimento del obligado y necesario pluralismo de los órganos de control. En la renovación parcial de la Sindicatura le correspondía por riguroso turno un puesto a Iniciativa-EUiA. Los socialistas ya tenían un síndico, ahora han podido colocar a otro, con afán de ocupar cuantos más cargos sea posible. Lo cual nos hace sospechar que prefieren apoyarse en oportunistas vinculados por los cargos en lugar de militantes con convicciones, que los hay y son seguramente la mayoría.

Ciertamente Agustí Colom no debe ser cómodo. Uno le mira a la cara, o su foto, y más que economista -que lo es- nos hace pensar en un fiscal puro y duro. Cuando agarra un expediente sospechoso debe clavarle el diente hasta encontrar el fallo: las cuentas mal hechas, los gastos no justificados, los olvidos dudosos, las relaciones poco lícitas, los contratos viciados... Su expresión también nos hace pensar en un sindicalista con cara de mala leche cuando se entera de lo que ganan los miembros del consejo de administración y los dividendos que reciben los accionistas y lo compara con la situación de los compañeros despedidos y los precarios mal pagados. Es una persona de izquierdas que cree que la política debe estar al servicio de la ciudadanía y que la democracia solo puede mantenerse si se evita o corrige el mal uso que se hace de ella cuando desde los cargos públicos se favorecen intereses privados en detrimento de los públicos. Es una persona honesta, transparente, valiente y muy dedicada a su labor. Cuando fue síndico actúo en consecuencia. Destacó por sus numerosos informes y por buscar en zonas medianamente oscuras que la mayoría de sus colegas evitaban, como el caso de la sanidad.

Entre otros casos, intervino en la fiscalización de los gastos del Hospital Moisés Broggi, en la gestión de los Servicios de Emergencias Médicas (ambulancias), en la cesión de la Inspección veterinaria a los responsables de los mataderos, en la contratación de los servicios de catering a un exalcalde y e cargo público de la Generalitat y exdirigente de CiU. La última actuación de Colom y la más mediática fue el “Informe Crespo”, tapado por la Sindicatura y que más tarde explotó y demostró la existencia de una trama. Estos casos y otros molestaron especialmente a CiU pero también a los socialistas.

Agustí Colom pasó el correspondiente “hearing”, la audiencia que permite evaluar la idoneidad profesional del candidato. Pasó la prueba sin que hubiera ninguna oposición ni se manifestara ninguna reticencia sobre sus conocimientos técnicos. Ha habido pues un veto político, no argumentado y contrario al acuerdo parlamentario de rotaciones con el fin de garantizar el pluralismo y la presencia de síndicos de confianza de los partidos opositores al gobierno. La actual sindicatura queda ahora marcada, sea más o menos cierto, como proclive a dejar pasar o tapar aquellos casos que afecten al gobierno, a los partidos que lo apoyan y a los socialistas.

El comportamiento de los socialistas es propio de aquellos que tienen algo que ocultar, que probablemente no es mucho en comparación con CiU o con el PP. Es una traición a la izquierda, es romper la natural alianza parlamentaria entre partidos opositores y es favorecer la idea de que casi todos o gran parte de los políticos están en las instituciones para “forrarse”, como dijo el delincuente del PP, expresidente de la Comunitat Valenciana y exministro Zaplana. En un período crítico como el que vivimos, el PSC no podía hacerlo peor. Aparece confabulado con el gobierno conservador, se hace cómplice de una operación destinada a silenciar la sindicatura, apuñala por la espalda a su potencial aliado para forjar una alternativa de izquierda, rompe el pacto que hace posible el pluralismo parlamentario y que evita que se bloqueen las instituciones y actúa de forma sórdida, mezquina y alevosa, en resumen indecente, en un momento en que la dimensión moral se ha convertido en la clave para salvar y desarrollar la democracia.

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