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Opinión - El problema de los tres gorros. Por Elisa Beni

CiU se hirió al saltar en marcha, el PSC se estrelló junto al autonomismo

El presidente Artur Mas valora los resultados de CiU tras la noche electoral.

Arturo Puente

Barcelona —

No se han cumplido 4 años desde las elecciones de 2010 pero, viendo los profundos cambios que ha sufrido la política catalana, parece que ha pasado una eternidad. En aquel momento el tripartit terminaba su segunda legislatura tras un proceso de reforma estatutaria claramenta fallido. Así lo había constatado la gran manifestación que recorrió las calles de Barcelona el 10 de julio de ese año bajo el lema “Som una nació, nosaltres decidim”, una enfadada respuesta contra la sentencia que daba la puntilla a la porción de autogobierno que Catalunya había ejercido al aprobar su Estatut.

Aquella marcha convocó a entre medio millón, según las cifras más bajas, y un millón y medio de catalanes según las fuentes más generosas. El PSC, partido al que le quedaban menos de 100 días de gobierno, asistió a la manifestación. Nadie lo imaginaba entonces, pero el proceso de reforma estatutaria había sido la última oportunidad del autonomismo, una posición nacida en la transición que congregaba hasta 2010 al conjunto del centro político catalán.

“La penúltima oportunidad”, debió pensar el Govern de Artur Mas, que llegó a la Generalitat con la idea fija de llegar a un pacto con el Ejecutivo español para mejorar la fiscalidad de Catalunya. Pero, un año después de que Mas se instalase en el Palau de Sant Jaume, Mariano Rajoy hizo lo propio en Moncloa y se cerró en redondo a entrar en una negociación de ese tipo. El PP acababa de obtener el mejor resultado de su historia, venía de hacer una dura oposición en la que acusaba a Zapatero de pactar con los nacionalistas y estaba marcado por la banda más nacionalista por UPyD, que recién había conseguido multiplicar por cinco sus escaños.

El despertar de un shock

Mientras Artur Mas era ignorado por Rajoy, la sociedad catalana era un hervidero político. Estaba en estado de shock tras el palo de julio de 2010 y reaccionaba a cada nuevo desencuentro replanteándose el modelo territorial para su país. En algún momento a mediados de 2011 ocurrió un hecho poco frecuente: el deseo de un estado federal superó a la opción autonomista.

El federalismo solo había superado al autonomismo en un puñado de ocasiones en la última década. Pero aquello solo fue una anécdota, porque a finales de 2011 el federalismo comenzó a caer siguiendo la trayectoria en picado que dibujaba la opción del statu quo, a la vez que el independentismo alcanzaba cotas nunca vistas. 25% en la segunda oleada del CEO de 2011, 28 en la siguiente, 29 en la primera de 2012, un impresionante 34% antes del verano. La sociedad catalana evolucionaba, se recomponía del palo. Tras casi dos años de shock, los catalanes empezaban a marcarse un rumbo claro. El independentismo cruzó las líneas del autonomismo y el federalismo, y el grito en la calle se hizo ensordecedor el 11 de septiembre de 2012. Los catalanes dijeron por centenas de miles que querían ser un nuevo estado en Europa. Y, sobre todo, que querían votar. Lo dijeron y lo repitieron, llegaron a convencer a los indecisos y alcanzaron algo parecido a un consenso. La línea roja era votar.

CiU siempre ha sido un partido autonomista. Podría decirse que ha sido el partido autonomista por antonomasia, aquel que mejor ha representando los valores que en la transición consagraron el autogobierno de las nacionalidades históricas, primero, y después de todos los demás territorios. Durante los años del pujolismo, Convergencia se sintió fuerte en ese papel. El modelo de CiU, similar al de sus tradicionales socios del PNV, era presentarse de puertas para adentro como el partido que defendía la pervivencia de las instituciones de Catalunya y el bienestar de los catalanes mediante una posición priviliegiada para negociar en Madrid. Mientras, en Madrid, sostenía gobiernos a conveniencia, lo que le garantizaba el acceso al Sanctasanctórum de las decisiones del Estado.

El PSC había aprendido a copiar ese papel con soltura, aunque con la desventaja de estar ligado al PSOE, lo que les daba menos capacidad de maniobra en muchos sentidos. Pero el esquema se repitió en varios momentos durante el tripartit: con una mano cultivaron las relaciones con los agentes de poder en el Estado y con la otra se presentaban internamente como los defensores a ultranza de la sociedad catalana.

Pero el ascenso del independentismo dio al traste con ese modelo. En verano de 2012 se hizo imposible defender el consenso al que había llegado la sociedad catalana, votar en una consulta, con las buenas relaciones con los poderes del Estado. Y los partidos debieron elegir, mucho más rápido de lo que hubieran deseado.

Cambio de modelo

Artur Mas, sabiéndose en debilidad, quiso marcar los tiempos. Convocó rápidamente elecciones autonómicas, en las que esperaba obtener un excelente resultado para llevar a cabo un proceso hacia la consulta. El PSC por su parte, que leyó los comicios como una enrevesada maniobra política para tapar los recortes, lo apostó todo a la opción federal, un modelo mucho más cercano a su historia y planteamientos y que, de paso, le creaba muchos menos problemas con sus aliados del PSOE. Pero el federalismo estaba en plena caída y rozaba el 28% de los apoyos, que se desplomarían al 21 solo un año después.

Lo cierto es que los dos grandes partidos salieron escaldados en las elecciones del 25 de noviembre. CiU perdió 12 escaños y el PSC 8. Inciativa, que también defendía un modelo federal pero apostando sin ambages por la consulta, aumentó 3. Pero los grandes triunfadores fueron los independentistas de Esquerra que, capitaneados por Oriol Junqueras, consiguieron 21 escaños, casi como en los buenos tiempos de Carod-Rovira. El independentismo subía al terminar el año 10 puntos, hasta el 44%.

El proceso soberanista comenzó. Lo partidos lo escinificaron en el Parlament. CiU y ERC firmaron un pacto de legislatura en el que los republicanos se comprometían a dar apoyo al Govern a cambio de celebrar la consulta.

CiU, con mayor o menor voluntad, estaba enredado completamente en el proceso. Había dado el gran salto, del autonomismo al soberanismo, aunque por el momento no todos los sectores de la federación parecían haber hecho el viaje a la vez. El barapalo de las elecciones todavía dolía, pero en el cuadro de mando de los convergentes todos sabían que hacia atras no había salida. Y apostaron por ir hacia delante pactando la fecha de la consulta con ERC, ICV-EUiA y CUP.

El PSC, sin embargo, emprendió el camino contrario. El apoyo al derecho a decidir, creyeron, no les había salvado de la quema electoral, y desde el PSOE se les acusaba día si día también de estar perdiendo votos por no tener un perfil de clara defensa de la unidad de España. Porque, evidentemente, eso era lo que daba votos en Catalunya en un tiempo de zozobra nacional, según pensaban en Ferraz. Así que el PSC se fue deshaciendo de sus compromisos hasta dar la espalda a un pacto por la consulta en el que, a todas luces, una formación con el peso histórico del PSC estaba invitada.

Tren de alta velocidad hacia la independencia

En verano de 2013 la opción independentista oscilaba entre el 45 y el 50%. Sumando el autonomismo y el federalismo apenas superaban el 40. El PSC estaba fuera del pacto por la consulta y se centró en oponerse frontalmente a él. Mientras, ERC subía en las encuestas. El barómetro del GESOP para El Periódico de Catalunya dio a Esquerra como ganador de las elecciones en junio. Preveían una aparatosa caída de 15 escaños para CiU y un aumento de 19 para Esquerra. PSC perdería 3 o 4.

CiU se desangraba, sí, pero el PSC rozaba la 4ª posición ante la pujanza de ICV. Los dos partidos que habían encarnado el autonomismo parecían perdeser por el sumidero de un régimen en horas bajas en todo el Estado, en especial en Catalunya.

Pero había una diferencia fundamental entre ellos. Mientras que CiU había elegido la opción soberanista, en alza, el PSC había tomado el camino del federalismo, con la que ni sus propios votantes estaban compromentidos. El CEO de abril de este año arrojó un resultado sorprendente sobre esta cuestión. El 39% de los votantes del PSC –de los que quedaban– se decantaban por la opción autonomista, mientras que el 37,4% lo hacían por el federalismo. El partido tiene el voto dividido entre dos opciones distintas, una de las cuales necesita un proceso de reforma Constitucional que el PSC o el PSOE está a años luz de poder acometer.

Para CiU en cambio la opción elegida parecía una tabla de salvación del naufragio del modelo autonomista. El 74,7% de sus votantes estaban comprometidos con un estado independiente y, por tanto, con el proceso.

El pasado domingo el PSC firmó los peores resultados de su historia, tanto en voto como en porcentaje. CiU cayó más, 10 puntos desde las elecciones autonómicas de 2012 y fue sobrepasado por ERC. Pero mientras CiU pudo presentar sus magulladas como un caro precio por salvar el proceso, el resultado del PSC desacredito del todo a Navarro, tanto en clave interna catalana como ante el PSOE, que ha pasado de tener un suculento granero en Catalunya a tener un enorme problema. CiU saltó del autonomismo in extremis y quedó herido. El PSC se estrelló con él.

PD: A estas horas el independentismo está bloqueado en el 47% según el CEO y ganaría la consulta del 9 de noviembre si llegara a celebrarse.

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